Opinión / Iritzia

Korrika en Zazpiak Bat

Arantza Amezaga 2

Esta es la justicia que nos vienen a hacer… Rememoro la frase foral ante la decisión del TSJN de anular un Zazpiak Bat de la pared del frontón de pelota vasca de Villava/Atarrabia, el vado de la foz de Arre. Contemplo el escudo, referente de los los frontones en que se se practica el juego de pelota tanto en ámbitos europeos como en las Eusko Etxeak del mundo.

Un 13 se marzo de 1877, 13 jóvenes baskos, desafiando a su destino de expatriados, crearon en Buenos Aires la primera Euskal Etxea de América: Laurak Bat. Lo hicieron esos deportados de la guerra foral de 1872-76, apenas desembarcados en un puerto extraño, sin medios económicos pues les tocaba resolver su vida en una Argentina que inauguraba auge económico. Esos jóvenes de Araba, Bizkaia Gipuzkoa y Nabarra decidieron fundar una sede donde poner en marcha cosas tan imperiosas como la plantación de un retoño del árbol de Gernika, llevaban bellotas en sus desnudos bolsillos, levantar un trinkete donde jugar su deporte favorito y mantener reuniones para iniciativas sociales de vanguardia. La idea era que no hubiera, común en otros inmigrantes, un basko en la calle, así que establecieron una asistencia social en la que era primordial ser atenido en la desgracia, sea laboral o sanitaria, y enterrado en un cementerio.

Me crié entre el trinkete del Euskal Erria, centro fundado en Montevideo, 1911, y el chasquido de la pelota rebotando contra la pared del frontón fue música en mi niñez. Sentada en el graderío del tercer piso del edificio, cercana a la biblioteca, el frontón ejercía para mí una fascinación especial. En Uruguay se celebraban los campeonatos de fútbol exitosos de la década de los 50 y una multitud entusiasta recibía a los jugadores vencedores en el aeropuerto de Carrascaco. Todos querían ser futbolistas del Nacional o del Peñarol, pero los baskos del Euskal Erria, sin renunciar a esea aspiración deportiva, se reunían a jugar en el trinkete. A rebotar la pelota con la mamo, la cesta o la pala, contra la pared, en medio de cierto silencio sacramental. Las piruetas de los pelotaris danzaban en el aire, su contenido silencio, el público ensimismado y el jefe de apuestas con sus signos manuales era como una contrapartida del espectáculo fervoroso y multitudinario del fútbol. Era juego propio de un pueblo que conservaba, pese a la forzada expatriación, un simbolismo específico. Jugar a pelota significaba mantener la tradición derivada de generaciones antecedentes, que sumaban milenios, de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa, Lapurdi, las dos Nabarra y Zuberoa. Porque se agrupaban los pueblos baskos en el Zazpiak Bat, hermanados en medio de la diversidad que los rodeaba. Del Irurak Bat del S. XVIII al Laurak Bat del S. XX se pasa a la la conciencia el Zazpiak Bat: siete territorios coordinados por una lengua común, costumbres, deportes, leyes y usos propios, aunque permanecieran dividido en dos administraciones, España Francia.

Cuando llegué a Venezuela lo primero que vi, al allegarme al Centro Vasco/ Eusko Etxea de Caracas, fue su frontón abierto, al pie del cerro rojizo en cuya altura se sitúa el caserío que era y sigue siendo su sede. Uno entraba en territorio baskon afincado en la tierra de gracia de Venezuela, la que recibió a los baskos de manera oficial y cordial tras la desgracia de su guerra perdida en 1937. Como lo hicieron en otros países, y tras mantener locales de reunión, los exiliados inauguraron en 1950 este centro acogedor para disfrutar del ocio, practicar costumbres propias, adelantar clases de euskera y crear incluso una ikastola, y mantener una cohesión social, Socorros Mutuos, atenta a los desprotegidos. Echaban de menos el país del que salieron a la fuerza y no lo querían perderlo del todo, por lo que construyeron un mundo dentro de otro mundo. Queríamos pervivir pese a la desgracia que recaía sobre nosotros por ser como somos.

Zazpiak Bat corona esos espacios, perviviendo como ese deseo básico y saludable al cual todo hombre y mujer aspira: mantener respeto y orgullo por origen, identificación con una cultura propia. El juego de pelota detectó significados especiales: hay gesto de remonte incansable pues la pelota es elevada y mantenida una y otra vez en el aire y rebotada una y otra vez contra una pared. Es símbolo de desafío, tenacidad, fuerza. Eternidad que es lo que la humanidad busca en la religión, en las costumbres, en las artes… permanecer vivo en el tiempo no para referencia de nadie sino por dignidad propia, por fraternidad puesto que une lo que es común entre algunos y se desea compartir con todos.

Eso significa también la Korrika que hemos presenciado estos días: fuerza indomable, un no detenerse, igualando noches y días, soles y sombras, en un renacer de protesta por mantener viva nuestra lengua, el euskera, en los espacios del Zazpiak Bat. Del ámbito de los frontones de Lapurdi aseguran nació el Agur Jaunak, un espléndido himno que refrenda la democracia, el comportamiento entre iguales. “Agur jaunak, agur jaunak, jaunak agur, agur terdi, danak jainkoak, danak jainkoak, iñak gire, iñak gire, zuek eta bai gu ere. agur jaunak, agur, agur terdi, emengire, agur jaunak. / ¡Salud, señor!, ¡salud, señor!, ¡señor, salud y bendición! Todos igual somos de Dios, el creador y redentor. ¡Salud, señor, salud y bendición deseo yo salud, señor!”.

Aranztza Amezaga


Néstor Basterretxea. Un recuerdo

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Nos reuníamos en la fuente de Altzuza, la que nos hizo Jorge Oteiza para saciar la sed de las aves rapaces y mitigar el cansancio de los caminantes, junto a su casa que aún no era museo y donde plantó un retoño del roble de Gernika. Proveníamos de la Diáspora: Oteiza y su esposa Itziar peregrinaron por Argentina y Colombia donde Oteiza inauguró plazas de Gernika. Pello Irujo condensaba el exilio venezolano y hacía resonar en el espacio la voz de Radio Euzkadi. Yo traía aires de Argentina, Uruguay y Venezuela. Néstor regresaba de Argentina pero seguía siendo el pasajero del Aisina, barco que zarpó –pese a los intentos del comisario Urraca de detener a sus pasajeros y enviarlos a un campo de concentración–, de Marsella, 15 de enero de 1941, iniciada la 2ª Guerra Mundial. Néstor era hijo de Francisco Basterretxea, diputado a Cortes por EAJ/PNV, vocal del Tribunal de Cuentas Constitucionales de la 2ª República, y para los golpistas reo de muerte y embargo de bienes. Junto a su familia se exilia a Francia.

Desde mis 12 años, en que tuve que salir de Bermeo, ya se me impuso el conocimiento de los forzados trajines del exilio, en los que acabas perdiendo todo en las carreteras de la vida… Me lo va diciendo en su prólogo para mi libro Crónicas de El Alsina, detallando su huida por los caminos de Francia, perdido de sus padres en medio de aquella caravana humana que huía del poderío fascista, robada su bicicleta y máscara de gas, pero intacta la esperanza de pervivir. Su primera pausa fue en Lapurdi, reencontrada la familia, y contaba su sobresalto viendo a los paracaidistas alemanes en las playas y oyendo amenazas desde los altavoces de la Komandantur. Al borde del peligro le animaba su fortaleza juvenil la idea de que estaba viviendo sucesos que no se alcanza a comprender, pero que si se sobreviven, nos coloca en la categoría de inmortales. Recibido el aviso salvador del Gobierno vasco de que un buque, Alsina, partía de Europa … jaula de locos y desesperados, como lo describió genialmente Tellagorri, camino de América.

Hablaba Néstor de los avatares de una odisea que iba a durar los 15 días y se demoró más de nueve meses en condiciones alucinantes: el barco, debido a su bandera francesa, no accedió al permiso británico de cruce atlántico, y los pasajeros, detenidos en Casablanca, padecen huelga de los empleados del barco que los llevó al hambre, fueron desviados a campos de concentración de Marruecos donde sufrieron temperaturas que dificultaban el respirar. Otro barco los recogió y los llevó a América. Los Basterretxea eligieron destino Argentina, como mis aitas.

Parecía una novela de aventuras y yo lo veía como el personaje adolescente de mi narración que se enfrenta a acciones resolutivas: ocupa un espacio en el lavatorio del barco para enjugar la ropa de los vascos, hacer recados en Casablanca y, en los ratos libres, para distraerse, se tiraba de la cubierta del barco amarrado al mar del puerto repleto de tiburones. Eso no lo hizo retroceder, admitía sonriente el hombre alto y fuerte, que no perdió la sonrisa amable de sus labios, que había ido conociendo tiburones desde que salió de Bermeo.

En Argentina trabajó para vivir desde los 18 años, teniendo claro que su objetivo era el arte y que le tocaba trajinar en un país extranjero para sobrevivir, pero regresó a la Euskadi de sus antepasados, y en ella hizo arte. Junto a Jorge Oteiza, su maestro y amigo, trabajó destino para el país. Hablaban de Arantzazu y su experimento, de los 14 apóstoles y de la madre de cuyo vientre hueco se desliza el hijo muerto… de las pinturas revolucionarias que emprendieron, de los cambios que tendríamos que hacer en el arte, economía, cultura y política del país ocupado y maltratado durante 40 años y que nos entregaban en ruinas. Y Oteiza iba diciendo… avanzar retrocediendo, como las traineras, sin olvidar de dónde venimos.

Néstor abría la mochila de sus recuerdos y para endulzar el momento nos otorgaba las trufas de una pastelería de Lizarra, comentando que eran exquisitas y que había artistas en el país de los baskos que pintan, esculpen, escriben y hacen música, pero aquellos que nos proporcionan como Bittor, tan exquisita esencia de los productos profundos de la tierra, aún son más artistas, conformamodo un universo de imaginación y poderío y culminaba… me dan ganas de arrodillarme ante el hombre que hace nos deleitar con el sabor de la tierra.

Así íbamos desentrañando viejos recuerdos del pasado consolados por los dulces momentos del presente de nuestras vidas peregrinas, al cobijo de la fuente de agua cuyo murmullo era música, con el batir de las alas de las rapaces que ya no nos temían, junto al saludo de los caminantes de Altzuza… Hoy, a sola con mis recuerdos benditos, bendigo el tiempo en que soñabámos bajo la sombra del pequeño roble de Gernika que un pastor erronkales plantó frente a la vivienda de Oteiza. Aspirando el aroma de las trufas de Lizarra, oteando la voz y las risas de los que partieron, y escucho decir a Basterretxea “…he andado el camino que me parecía que hacía siglos que venía caminando”.

Arantzazu Amezaga