Opinión / Iritzia

Mañeru y el escorpión

Jose Mari Esparza Zabalegi
Vecinos de Mañeru reclaman poder estudiar en euskera.

Suele decirse que la identidad de un pueblo se define por tres aspectos: lo que de él han dicho los antropólogos y lingüistas; lo que han escrito los viajeros y literatos que lo han observado, y lo que ese pueblo ha expresado sobre sí mismo. Entonces, ¿alguien puede dudar de la identidad presente y pretérita del valle de Mañeru?

Mañeru es otro hito del genocidio cultural que durante siglos sufre Navarra. Lo rodean pueblos (Argiñaritz, Artatzu, Zirauki, Etxarren, Gorritza, Orendain, Sorakoitz…) con el euskera en la epidermis. Toda la Edad Moderna fue considerado bascongado. En sus actas rebosan antropónimos como Pedroko Laborari, María Motz, Juan alias Beltza, Juanes alias Eskutari… Cuando en 1645 el Conde de Lerín envió a Mañeru comisarios que solo sabían romance, los largaron porque “habiendo unas 150 familias, todas comúnmente hablan la lengua bascongada y de las tres partes, las dos y más no entienden ni hablan la lengua castellana”. Abundan las demandas del valle rechazando a cualquier “comisario que no fuere bascongado y no entienda bien la dicha lengua”. Llegado el siglo XIX, todos los pueblos seguían siendo euskaldunes.

En 1857, el Gobierno español impuso la Ley Moyano en las cuatro provincias, con la que uniformizaba la enseñanza, imponía el castellano como única lengua y convertía a los maestros en funcionarios del Estado. Fue la puntilla para el euskera en muchos pueblos navarros que, como Mañeru, se hallaban en la muga lingüística.

La lucha por los derechos forales, el control de la educación entre ellos, fue constante durante toda la Restauración. En la Gamazada, de la que este año se cumple el 130 aniversario, fue una de las demandas y así se reflejó hasta en los paloteados de la Ribera:

Antes en nuestra provincia
se nombraban los maestros
ahora se hace en Zaragoza
¡mirad si adquieren derechos!

Aquella ola reivindicativa llegó hasta la República. El 13 de mayo de 1931, nada más ser elegida la nueva Diputación, el tafallés David Jaime propuso dar los pasos necesarios para la oficialidad del vascuence y la implantación de bilingüismo en todo Navarra, “por ser una reivindicación del pueblo humilde, ya que las lenguas vernáculas fueron relegándose al olvido precisamente por las clases privilegiadas”. La moción fue aprobada por unanimidad, desde el carlista Amadeo Marco al dirigente del PSOE Constantino Salinas, que jamás fue un escorpión.

Mañeru estaba entre aquellas mayorías de ayuntamientos que pidieron, hasta tres veces, “la unión en el mismo Estado Federal, de las cuatro regiones de Vizcaya, Álava, Guipúzcoa y Navarra en un solo Estatuto”. Estatuto que proclamaba que “el idioma originario de los vasco-navarros es el euskera, que tendrá, como el castellano, carácter de lengua oficial”.

Nadie puede negar la identidad histórica del valle de Mañeru y su firme voluntad de recuperar su pasado euskaldun, saltando por encima de la Ley Moyano ayer, y de la Ley del Vascuence hoy, redactadas ambas con la misma protervia españolista. En 2009, el Departamento de Educación del Gobierno de Navarra decidió clausurar la escuela de Zirauki por falta de niños y niñas. No es que no los hubiera, sino que la mayoría acudía a matricularse a la vecina Gares, donde podían estudiar en euskara. Mañeru ha hecho una demanda similar, con unanimidad de su Ayuntamiento, para que sus 42 menores que diariamente acuden a Gares a los modelos de euskera, puedan estudiar en su propio pueblo y no les ocurra como a Adrián Marturet Asiain, el chaval de 6 años muerto en accidente de tráfico cuando iba de Oteiza a Lizarra para poder estudiar en euskera. ¡Felones!

Las razones que da UPN para justificar este apartheid son comprensibles, aunque su portavoz Iñaki Iriarte, pongo la mano en el fuego, no se crea lo que dice. Es ese odio visceral del PSN lo que todavía me sorprende, tonto de mí, en un momento en que gracias a los votos abertzales mantiene los gobiernos de Iruñea y de Madrid.

Esto nos trae a las mientes la fábula de la rana y el escorpión atribuida a Esopo. El escorpión del PSN le pide a la rana abertzale “ayúdame a pasar el río de esta legislatura”. “¿Y cómo sé que no me picarás?” le dice la rana, sabedora de todas las traiciones, crímenes, robos y mentiras del PSN desde 1981, bien demostradas en el reciente libro de Mikel Bueno Urrizelki. “No te puedo picar –le dice el escorpión– porque entonces nos ahogaríamos los dos”. Así que la rana aceptó y juntos han ido cruzando la legislatura hasta que, cerca de la orilla, el escorpión le pega a la rana el aguijonazo de Mañeru. “¿Cómo puedes hacer esto? ¡Nos ahogaremos los dos!” dice la rana. “Es que… es mi naturaleza”, respondió el escorpión.

No hay otra explicación. Aquel socialismo navarro, vasquista y obrero, el de Constantino Salinas y Julia Álvarez, que resistió la guerra y el exilio, fue sustituido a partir de 1981 por unos delincuentes sin alma, que odian sobre todo aquello que les recuerde sus traiciones. Solo desde esa inquina a lo vasco se comprende que impongan en todo Navarra un modelo en inglés que nadie había pedido e impidan a 42 chavales de Mañeru a estudiar en su propio pueblo, en su antigua lengua. Es su naturaleza. Escorpiones. Arrabioak.

José Mari Esparza


Navarra, la centralidad histórica vasca

Nabarralde
Una ikurriña, junto a la bandera de Navarra.

E ansi, el dicho rey de Castilla (Alfonso VIII), corrió toda la tierra de Alava, e Guipuzcoa e Navarra; e como el poder de la gente suya, e caballería, fuese con el dicho rey de Navarra; e como quiera que Vitoria tobieron sitiada cerca de un año, e otras villas e castillos, e ficieron todo su esfuerzo por se defender; pero finalment, mas non podiendo facer, hobieronse de render por fuerza; e ansi tomaron la tierra de Alava e la de Gupuzcoa injustament. (“Crónica de los reyes de Navarra”. Carlos, Príncipe de Viana. 1454)

Quien define el debate sobre el pasado de una sociedad, de una nación, está planteando una perspectiva de futuro de la misma. Hablamos del sujeto, de su identidad y su cohesión social y política. Cuando en una nación sometida estos debates se presentan dentro de las coordenadas señaladas por el poder extranjero que la domina, algo se está haciendo mal.

En una publicación digital sabiniana hemos leído recientemente que “Navarra no fue jamás el reino de los vascos”. Y que “ni sus reyes ni su alta nobleza, tuvieron voluntad de que lo fuera”. ¿Tuvieron los vascos algún reino? Y sus reyes y alta nobleza, ¿Qué voluntad tenían de ser? ¿Castellanos?, ¿Españoles?, ¿Franceses?

Esta lectura viene a decir que el pueblo vasco es un ente de razón, un constructo mental, que nunca ha existido y que comenzó su andadura por el mundo con Sabino Arana, que según ellos no sólo fue el padre de la patria, sino también el creador de su pueblo.

Como se percibe en la interpretación de esa revista, la definición del país de Arana Goiri (y sus seguidores, de derechas como de izquierdas) para afrontar el futuro se basa sobre un relato construido por los estados que nos ocupan. Y lamentablemente muestran una fuerte querencia a banalizar y distorsionar otras perspectivas que defienden una visión más centrada del propio país. Autocentrada, diríamos.

Cuando algunos reclamamos la centralidad navarra dentro de la historia y del futuro del País Vasco, lo hacemos para no caer en la trampa de considerarnos simples apéndices de la historia de España o de Francia. Defender una historia propia del sujeto nacional vasconavarro exige salir de la órbita académica normal.

Los vascones construyeron el reino de Pamplona en el siglo IX (Navarra, a partir del XIII), y eso es precisamente lo que reivindicamos: su conocimiento y la comprensión de las consecuencias a nivel social, lingüístico y político para nuestro pueblo. Este Estado nacionalizó nuestra colectividad. El Derecho Pirenaico, consuetudinario, fue la base del mismo: el Fuero de Navarra, su principal expresión.

Reivindicamos la continuidad histórica de nuestro pueblo, es decir, la existencia en este Estado navarro, y lo reivindicamos como modo de salir de la situación de subordinación y fractura actuales. No se trata de volver a un sistema estamental, propio de aquel pasado, sino de recuperarlo como Estado libre, moderno, en el juego internacional presente.

Arana Goiri tuvo la capacidad y el mérito de transformar la reivindicación foral, característica del carlismo del XIX y de grupos fueristas liberales, en una reivindicación nacional, acorde con las perspectivas de su época. Sin embargo, este líder asumía una visión histórica en la que la partición territorial de nuestro país daba por buena la historia canónica española y francesa.

Lo que Arana consideró territorios vascos originales (Bizkaia, Navarra, Araba…) son consecuencia de los sucesivos ataques, conquistas y violencias sufridas por el reino de Navarra a manos de Castilla –España, a partir del siglo XVI– y de Francia. Nuestros territorios históricos no han sido resultado de la voluntad soberana de sus moradores, sino particiones imperiales.

Basar el futuro de la nación vasca sobre el fraude del relato de dominación es un error que pervierte el conocimiento y favorece, naturaliza, la subordinación. La nación vasca debe reivindicar sin complejos la existencia de un Estado histórico que fue independiente, forjó su cultura y la defendió durante siglos.

La memoria de Navarra como reino durante siglos se ha mantenido en la Alta Navarra hasta hoy. Esta lectura histórica se ve confirmada por la investigación reciente. Sobre ambas se debe construir el relato que nos constituye como nación.

El relato que nos aboque a un futuro libre deberemos construirlo nosotros con nuestra voluntad política, pero conscientes de la existencia de un pasado propio, no apéndice de las mentiras imperiales.

Luis Mª Mtz. Garate / Angel Rekalde (miembros de Nabarralde)