Opinión / Iritzia

San Francisco Javier, patrón de Navarra

«¿Para qué hay que tener un patrón?», se pregunta el autor que considera una burla sangrante mantener nombres de santos que encarnan una iglesia totalitaria y represora, que no dejó en paz a quienes no creían o tenían un credo distinto al suyo. E igualmente considera humillante que el día del patrón de Navarra, el arzobispo lea la cartilla confesional a los representantes de la voluntad popular. Relata la petición del arzobispo al patrón en 2012, «sirvan al derecho y combatan la injusticia» y, con ironía, recuerda que el 2013 fue el año de la «peste» en Nafarroa, el del saqueo de la CAN y el casi expolio de Donapea.

He dicho patrón? Y, ¿para qué hay que tener un patrón? ¿Sería Navarra menos Navarra si no lo tuviera? ¿Qué pasaría si dejáramos de tener patrones y patronas en los pueblos y ciudades? ¿Se hundiría  la estatua de los fueros, el santuario de Javier, la catedral de Pamplona? ¿Bajaría Osasuna irremediablemente a segunda división? ¿No habría fiestas? ¿Quién ha decidido que un santo sea patrón confesional en un Estado aconfesional?

La existencia de este patronaje confesional revela cuán genuflexo sigue el poder civil respecto del poder religioso y teocrático. En algunos lugares, hasta parece mentira que el patrón de una ciudad siga siendo un santo cabrón que, en nombre de su Dios, llevó a la hoguera a miles de personas. ¿Por qué una sociedad plural debe mantener santos patrones, sean católicos, apostólicos y romanos? ¿Solo por la inercia de la tradición mayoritaria? No me cuadra.

Al parecer, todo lo bueno que ha sucedido a una ciudad desde tiempos de Diocleciano se lo debemos a estos santos patronos. Es bien llamativo que, en tiempos de pestes, diga la tradición de ellos que hicieron más por la ciudad que el correspondiente médico local y sus higiénicas recomendaciones, gracias a las cuales las gentes curaron sus fiebres. La primera Javierada, que tuvo lugar en 1886, lo fue para dar gracias a san Francisco Javier por haber librado a Navarra de la fiereza de la peste colérica que en 1885 azotó la península. Resulta alucinante enfrentarse a la creencia de que sea un santo quien haya hecho más por la ciudad y la humanidad enferma que Ramón Cajal o Fleming juntos. Esto, más que teocracia, es tontocracia.

Y es burla sangrante que haya tantas calles y plazas con nombres que la iglesia califica de santos cuando lo que representan es una forma de intolerancia religiosa en grado superlativo. Si no deseamos que nuestras calles estén tildadas con nombres de fascistas y franquistas sanguinarios, ¿por qué mantener nombres de santos que son la encarnación de una iglesia totalitaria y represora? ¿Qué santos de los que pululan en el santoral se caracterizaron en vida por dejar en paz a quienes no creían o tenían un credo distinto al suyo? El criterio de santidad eclesial nada tiene que ver con el sentido de santidad civil y autónoma de la sociedad. Se dan de bruces. Que haya tanto nombre de santos en el callejero denota el poder religioso omnímodo que la Iglesia ha tenido en la vida y en la muerte de las personas. Estaría bien que algún teólogo estudiara minuciosamente si el criterio de santidad que tiene la Iglesia es el mismo criterio que tiene el propio Dios para estos asuntos. Los santos que son santos a los ojos de los papas, ¿lo serán a los ojos divinos?

Sabido es que el día 3 de diciembre una comitiva de representantes de la soberanía popular se dirige al portal del santuario de Javier donde un individuo disfrazado de traje que llaman de arzobispo les lee la cartilla confesional correspondiente. Los que diseñan el protocolo de esta fiesta lo denominan acto central del día de Navarra.

¿Por qué nunca sucede al revés? ¿Por qué no es el poder político quien lee al arzobispo de turno la cartilla laica y aconfesional, garabateada con la lista de quejas de quienes no aceptan este tipo de acontecimientos clericales y otros muchos más que se cuelan en la vida política y civil de la ciudad? ¿Por qué no se establece una efeméride en la que el político de turno, después de haber recogido las quejas de la ciudadanía en relación con el comportamiento de la iglesia, se las entregara públicamente al arzobispo? ¿Tendría la Iglesia tanta humildad como presume para someterse a esta goliárdica representación?

En 2012, el arzobispo pidió al patrón –frase surrealista donde las hubiere–, que «ayude a los gobernantes en su cometido como representantes del pueblo», destacando «servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia».

Servir al Derecho y combatir el dominio de la injusticia, dijo el arzobispo. Maravillosas palabras. Seguro que consideraría muy adecuada su homilía y con certeza pensaría que gracias a ella el nivel moral de la ciudad aumentaría un primor. Si así lo creyera, que obre en consecuencia. Que repare este ciudadano Pérez en el favor que reportaría a su propia tribu de clérigos si permitiera que el poder civil le dijera cuál ha sido su comportamiento durante el año y cómo podría mejorar siguiendo las doctrinas de quien dicen que es su fundador. ¿Su fundador? No, mucho mejor aún: aceptando de buen grado que un representante de la soberanía popular le dijera qué leyes civiles ha infringido a lo largo de un año. Si la Iglesia refrota por los bigotes a los políticos citas del santo evangelio, ella debería aceptar con el mismo agrado que alguien le cantara qué artículos del código civil y penal se ha pasado por la garrocha de su teocracia.

Si hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios, empecemos por algo tan sencillo como poner a cada cual en su sitio. El arzobispo que arroje de su boca cuantos sapos y culebras quiera, pero que acepte humildemente, a continuación, el varapalo que la ciudadanía, mediante uno de sus representantes, tiene a bien endilgarle en el dominio donde la caga una y otra vez. Si el arzobispo critica de forma paternal a los políticos de esta tierra, acepte, también, que el pueblo, mediante uno de sus voceras, haga lo propio, escuchando la lista de injusticias y de agravios al derecho civil cometidos por la iglesia como institución, y los perpetrados por sus fámulos con bonete como individuos. Y, si esto no lo considera estético, sustitúyase por una lección magistral impartida por un político o filósofo que no hable en términos generales, sobre la necesidad de que la Iglesia deje de escabullir el bulto cada vez que comete un delito y que ella, para escaquearse, llama pecado.

En serio, el arzobispo debería reflexionar acerca la inutilidad real de su actuación. Reparemos en un detalle. La ofrenda del arzobispo al santo en 2012, se hizo, primero, para que «ayudara a los políticos a discernir con valentía y sin ilusiones vanas su cometido: el bien común», y, segundo, para que sirvieran al Derecho y a la Justicia. Pues bien, el año de 2013 fue el año de la peste en Navarra, el año de la revelación de los desbarajustes inmorales de los servidores de la CAN y, casi-casi el expolio de Donapea.

Si ha habido un año en el que se puso de manifiesto que los políticos no estaban sirviendo ni al Derecho ni al Bien común, ni a la Ética, ni a la Moral, solo a la legalidad que justificaba sus desmanes, ese fue el de 2013, el que siguió a la plegaria del arzobispo, el día de Navarra.

Bueno. Quizás, eso se debió a que el arzobispo no desveló con la claridad conceptual necesaria a qué Derecho se refería, porque aquí parece que se lo tomaron como una prolongación tradicional más del derecho de pernada…

Víctor Moreno, Escritor y profesor

Baxenafarroako itzalargiak (Claroscuros de Baja Nabarra)

Jimena es uruguaya de indudable ascendencia vasca. La familia materna es facilmente localizable. Sus abuelos emigraron desde Labaien y Tirapu. Los tios-abuelos que se quedaron en las tierras de Euskalerria que les vieron nacer, la acogen con cariño como miembro de su propia estirpe que es.

La familia paterna sin embargo se embarcó para América a mediados del siglo XIX y su rastro se fue perdiendo en la tierra que no podía ofrecerle sustento. Los descendientes de aquellos emigrados conservaron el apellido que les identifica en primera instancia, Etxeberriborda y algunos detalles sobre el punto de partida. Aiherra. Un caserío que no formaba parte del núcleo urbano principal. Un lugar en la vertiente norte del Pirineo. Advierto a Jimena de lo sinuoso del recorrido. El camino desde Iruñea tiene que superar tres puertos de montaña: Erro, Mezkiritz e Ibañeta. Por algo fué llamada la Baja Navarra, merindad de Ultrapuertos, desde la visión centralista de la capital de un reino independiente. Pero a qué le llamás puerto? Pregunta con ingenua curiosidad.

A mi sorpresa inicial le sucede el recuerdo de la inmensa llanura uruguaya. Alli no hay obstacúlos en el relieve físico que precisen de caminos zigzagueantes para facilitar el movimiento de las gentes que se desplazan de un lugar a otro. Las curvas y desniveles de Ibañeta han dejado claro el concepto cuestionado y pronto nos envuelven las verdes colinas, el paisaje amable salpicado por los vivos colores de los caseríos de la Navarra Baja. Aiherra nos esta esperando en el valle de Arberua, en los límites con la Hazparne labortana y Bastida la gascona y hebrea incrustada en tierras euskaras que reivindica su pertenencia a la Navarra eterna a pesar de no compartir el idioma de sus vecinos. En el Ayuntamiento de Bastida ondean la ikurriña y la bandera roja con las cadenas de Santxo Azkarra para que no quede duda sobre su esencia. En sus mugas Aiherra siempre fué vasco parlante.

Lo fué y lo sigue siendo. El pueblo está tan diseminado por el paisaje que a penas si concentra unos pocos edificios en lo que conforma un agora vasca en miniatura. La Iglesia, el frontón, la errikoetxea, las escuelas y unas pocas casas más adosadas a una cuesta respetable. Etxeberriborda es nuestro objetivo. Las madres jóvenes aguardan en la puerta de la escuela. Algunas hablan euskera. Otras no. Hay quien vino de otros lares y solo saben expresarse en francés. Pero también nos encontramos con jóvenes del pueblo que confiesan un escaso conocimiento del idioma en el que siempre vivió Aiherra. Nadie sabe nada sobre Etxeberriborda. El conocimiento del medio se está perdiendo entre las nuevas generaciones y el idioma no parece tampoco vivir tiempos boyantes… No me quiero todavía alarmar. Revisamos una a una las tumbas del cementerio.

Ni un solo Etxeberriborda entre los nombres. “Se fueron todos” sugiero a Jimena. No parece haber quedado nadie que diera continuidad al apellido. Sin embargo los emigrados a Uruguay no dejaron dudas sobre su origen. Asi que abordamos a personas de mas edad. La señora Barbier pasea cuesta arriba ayudada por un bastón. Nos cuesta alcanzar su ritmo ascendente. Casi sin resuello le pedimos que nos espere. La mención de Etxeberriborda ilumina su rostro con una gran sonrisa. Claro que sabe ella donde está¡¡¡ Su dulce euskera bajonavarro salpica la conversación de jin, de aintzinerat y gibelerat, de eskuin y ezker y sitúa la borda al pié del monte Garralda en el barrio de Bildarratz, al sur del municipio.

Se ofrece a acompañarnos cuando por la tarde termine de atender sus compromisos. Comemos en Aiherra al pié de la carretera que lleva a Hazparne en un establecimiento que ofrece razonables precios y trás visitar el centro urbano de Hazparne, decidimos aprovechar el tiempo de espera en Isturitze conociendo las grutas de Otsozelaia que se esconden bajo el monte Gaztelua. Una joven de la comarca dirige la visita guiada. Acompañamos a un grupo de turistas franceses que van escuchando las explicaciones pertinentes en su propio idioma. La guía se dirige a nosotros en euskera una y otra vez para que no perdamos detalle de los conocimientos que esta transmitiendo. Los franceses escuchan en silencio y con respeto absoluto las conversaciones en euskera que no entienden.

Pienso inevitablemente en una hipotética situación parecida al sur del Pirineo y concluyo: estoy tan seguro de que los castellano parlantes o al menos una buena parte de ellos no serían capaces de respetarnos…. Al fin y al cabo cada pueblo es esclavo de su propia historia… Aunque cierto es que siempre es tiempo para romper cadenas. A nadie pueden beneficiar las mordazas de la intolerancia y de la opresión. Ni siquiera a los que las imponen. Jimena esta maravillada contemplando la riqueza subterránea. Es la primera vez que entra en una gruta. Esta descubriendo un mundo negado por las llanuras. Los puertos serpentean por la accidentada piel de las montañas. Estas a su vez esconden en sus entrañas tesoros como las grutas de Otsozelaia. Termina la visita. La guía en otro gesto de amabilidad infinita nos pide disculpas por no haber podido ofrecer sino resúmenes en euskera a lo largo del recorrido, ante la evidente superioridad númerica de los visitantes francófonos.

Nos despedimos de ella con la enorme satisfacción de sentir valorado el idioma propio en la casa que le cobija desde tiempos inmemoriales. La mujer que vende las entradas en la boca de la cueva ha sido igualmente amable. De donde venís? me ha preguntado. De Iruñea, de la ciudad que es nuestra y vuestra capital. Ella no lo ha cuestionado… Al contrario. “Hala da” ha señalado sonriente. Asi es. Una luz de alarma comparativa me recuerda el nulo interés demostrado durante décadas por los que detentan el poder en el palacio de Navarra por los bajo-navarros. Su navarrismo artificial y mentiroso, guiado por las cuentas bancarias, el autoritarismo y el desprecio por la cultura autóctona. Cuantos de ellos podrían situar en el mapa a Isturitze? Habrá escuchado alguno de ellos hablar de las diez txirulas prehistóricas de Otsozelaia? Como van a saber nada de bajonavarros si les resultamos invisibles buena parte de los altonavarros que compartimos con ellos todos los días espacios físicos en calles, tabernas y cines. Ni siquiera pueden atribuirse el honor de haber sustituido a Franco por la Baja Navarra en una de las principales avenidas de Iruñea. Nunca lo hubieran hecho por voluntad propia.

La señora Barbier nos espera puntual junto a su casa para acompañarnos por caminos y vericuetos hasta la borda de la que partió a hacer las Américas Pierre Etxeberriborda allá por la segunda mitad del siglo XIX. Dejamos el casco urbano de Aiherra y tras atravesar Lekuine y Gerezieta volvemios al término municipal de Aiherra en su parte mas cercana al monte Garralda. En el barrio de Bildarratz nos espera otra etxekoandre que ha recibido el aviso de nuestra visita a través del teléfono. Es la señora Maia que de soltera se llamaba Dagorret. Por vía conyugal un arizkundarra le cambió el apellido atendiendo a las leyes del Hexágono. Maia es en estas soledades de Aiherra un nombre humilde unido a la simpatía de esta mujer que también se ofrece a acompañarnos con una gran sonrisa. Nada que ver con alcaldías capitalinas, ni dietas, ni prohibiciones. Ella tiene buenas razones familiares para saber donde está Etxeberriborda. Allí nació su madre. Ella vive en Gure Ametsa una casa de nueva construcción ya muy cercana a nuestro destino. Un caminito rural nos acerca por fin hasta Etxeberriborda. La casa es pequeña con un adosado que envuelve lo que siempre fue la cuadra del ganado.

Los actuales moradores del caserío son una joven pareja de Donamartiri y Hazparne que tienen dos niños pequeños de entre cuatro y dos años… La joven madre nos permite tomar fotografías exteriores de este enclave bucólico mientras un perro negro, atado con una cadena de la que tira con fuerza, ladra furioso hasta quedarse afónico. Llega a esta improvisada escena el aityatxi que conduce un Land Rover. Los niños corretean entre los visitantes. Les hablan en euskera pero ellos contestan en francés. “Bueno…al menos entienden el euskera” señala la señora Maia. Y añade: “ Los nuestros, en referencia a sus nietos, ni siquiera entienden”. Me hago cargo al instante de la debilidad del idioma, del incierto futuro que le espera.

Hablamos sobre el particular. Algunos de mis interlocutores no parecen lamentar demasiado la pérdida que parece inevitable. Confrontamos opiniones y pronto, empujados por la caída de la tarde emprendemos el camino de regreso. Me asalta interiormente la tristeza de una decadencia contra la que hace tiempo nos hemos rebelado en otras latitudes del mismo país. Maldigo para mis adentros a los que desde esferas lejanas y sobre todo ajenas practicaron y llevan a cabo todavía hoy día políticas de desprecio y de aculturación, extendiendo entre los naturales complejos y miedos. Pueden enorgullecerse los estados artificiales en su intento de borrar diferencias para uniformizar territorios diversos, aunque quiero creer que sus logros solo van a ser ocasionales.

La pérdida de los valores propios entre las gentes sencillas que no tienen fácil acceso a las corrientes de pensamiento que defienden la cultura autóctona siempre va a tener como contrapunto la reacción de personas más cultivadas que no están dispuestas a doblegar la cerviz ante lo absurdo. Dejamos atrás Gure Ametsa y mientras desandamos el recorrido en busca del punto de partida le comento a la señora Barbier: “Min dut bihotzean”. “Me duele el corazón al comprobar in situ que el euskera languidece en estos remotos parajes de la Baja Navarra. Si la transmisión natural del idioma se pierde…Que futuro más negro le espera¡¡¡ “ opino en voz alta.

La señora Barbier confirma en parte el diagnóstico urgente e incompleto que me abrasa. “Algunos…”, señala, “apenas saben expresarse en otro idioma que no sea el euskera y sin embargo se empeñan en hablar a los niños en francés”. Sin embargo me tranquilizan las siguientes afirmaciones suyas que completan un panorama que ella conoce muy bien. Utlizando una expresión típica de las variedades dialectales navarras comenta: “Beharrik…ikastolak daudela”. Menos mal que hay ikastolas. “Además” añade, “mi nuera es andereño en la ikastola de Hazparne y mi nieta enseña euskera en la gau eskola de Luhoso”. “Izan lasai” sentencia finalmente…”Puedes estar tranquilo, el euskera no se va a perder en esta comarca.

Bingen Amadoz Ongay