Opinión / Iritzia

El euskara en el Día Universal de las Lenguas Maternas

El Día Internacional de las Lenguas Maternas, promulgado por la Unesco en 1999, se creó para advertir a sus estados miembros y a otras organizaciones de la protección debida a las lenguas minoritarias, proclamando cada año, desde entonces, guías para el soporte de esta importante iniciativa, tratando de promover el multilingüismo, en definitiva, avanzar en la cultura universal. Este 21 de febrero, en la Universidad de Chicago, impulsado por la delegación del Gobierno Vasco y el Instituto Etxepare, se realizará una jornada dedicada a la lengua vasca, con disertaciones de Karlos Arregi, Amaia Gabantxo y Xabier Irujo, colocando a la lengua más antigua de Europa en la categoría universitaria mundial. El lema es: Las lenguas locales para la ciudadanía mundial: la ciencia en primer plano.

En la larga trayectoria del euskara, desde su raíz prehistórica, le vemos aparecer en forma escrita, en tiempos de Roma, en inscripciones sepulcrales. Condenada a morir por la fuerza del imperio dominante, lo admirable es que le sobrevivió, llegando al S.XVI prácticamente intacta, con la obra de Etxepare: Lingua Vasconum Primitia (1545), primera publicación en euskara, y en las traducciones religiosas como el Nuevo Testamento de Leizarraga (1571), apurado por la reina calvinista Juana de Nabarra, hasta los diversos catecismos y devocionarios que impulsó la Iglesia católica tras la contrarreforma.

Las imprentas, magnífico invento de Gutenberg, que procuró la barata multiplicación del conocimiento impulsando un avance de la humanidad tan importante como el descubrimiento de la escritura, se instalaron prontamente en nuestro país, aunque la publicación de una literatura propia es lenta y tardía. Tuvimos un escritor, Axular, y la publicación de su Gero (1643) y los encendidos sermones religiosos, ya avanzado el S. XVIII, que abarrotaban de público las iglesias del país… Agustín Kardaberatz, Sebastián Mendiburu, Joaquin Lizarraga, entre otros, confirmación de que el pueblo hablaba el euskara, aunque fuese analfabeto en su lengua, cosa que decide remediar Larramendi con su Imposible vencido (1729) y su Diccionario trilingüe en euskara, castellano y latín (1745).

El S. XIX fue el de la revelación y revolución del euskara. Guillermo Humboldt, padre de la Filología moderna, descubre nuestro país y nuestro idioma en sus viajes, siguiéndole una pléyade de estudiosos europeos como el inglés Dodgson, los alemanes Linhsmann y Schuchardt, los holandeses Van Eys y Uhlenbeck, españoles como Menéndez Pidal, los franceses Lafon, el príncipe Bonaparte y el bibliotecario Julien Vinson, que hizo un ensayo magnífico de bibliografía vasca publicado en París (1891-98).

A finales del siglo XIX los vascos, terminadas en derrota las guerras forales y eliminado el autogobierno que manteníamos, logramos un renacimiento peculiar en cuanto a nuestra lengua. Destacamos en esa tarea a personalidades como Arturo Campion, Resurrección Mº de Azkue, Julio Urqujo, Sabino Arana Goiri, quien no solo removió la conciencia del país creando un partido político con reivindicaciones nacionales, sino que se dedicó con desmesurado tesón al estudio y difusión de la lengua materna. Se organizaron concursos florales, se escribió poesía, se respaldó a los bertsolaris, se fomentó la creación de ikastolas… y el librero, escritor, editor de Tolosa, Isaaka López Mendizabal, empujo la edición de obras literarias, religiosas y gramaticales. Esta editorial de extraordinaria envergadura fue quemada en plaza pública por las tropas requetés en 1936. Imagen simbólica de lo que se quería hacer con un pueblo y su lengua.

El euskara, perseguido por la Administración centralista que introducía en los pueblos de habla vascófona maestros en castellano, ridiculizado al clasificarlo con mofa de habla popular (¿?), delegándolo a la categoría de dialecto, o la ensayada en estos años en Nabarra con el uso del despectivo vocablo vascuence, padecía franco retroceso si observamos las fronteras delimitadas en el mapa de Bonaparte. La dictadura de Primo de Rivera y la posterior de Franco llegaron a tal extremo la persecución que se temió por su exterminación.

Pero el pueblo vasco mantuvo sus sentimientos recónditos y su voluntariosa resolución, y con el empuje de las ikastolas, al principio clandestinas, comenzó una imparable andadura desde el autogobierno conferido por el Estatuto del 36 -tengo el honor de que mi padre estuvo entre aquellos hombres y mujeres que creyeron en la salvación de nuestra lengua, trabajando contra el viento y la marea de la historia adversa-, logrando por primera vez en la historia de Euskadi que tengamos dos generaciones formadas en la lengua autóctona, profesionales tanto científicos como humanistas, textos escritos en nuestra lengua, literatura propia. Somos conscientes de la ductilidad de nuestro idioma para convivir con los adelantos científicos, técnicos y académicos de nuestro tiempo, pero también de su vulnerabilidad frente a la agresiva predominancia de las lenguas que nos rodean.

La lengua de cada pueblo es el archivo de sus vivencias en el pasado, de sus luchas en el presente, de sus proyectos de futuro. Me entusiasma que en la Universidad de Chicago, jóvenes voces se unan al coro de otras voces que enlazan sus idiomas autóctonos, sobrevivientes de catástrofes militares. Aplaudo a quienes llevan adelante semejante iniciativas y, como el escritor Victor Hugo, voy diciendo en día tan lleno de gracia: La langue basque est une patrie…

Arantzazu Amezaga, bibliotecaria y escritora.

Reyes Ilintxeta. Aquí ha habido y hay mucha gente que canta

¿Saben que todavía hay gente que piensa y hasta se atreve a decir que cantar en euskera en Navarra es una especie de moda importada del País Vasco con supuestos fines políticos e invasores?

A todos esos me encantaría sentarlos en una silla y cantarles una por una las 1.489 canciones populares navarras en euskera que ha recogido Txema Hidalgo Kapare en su obra Nafar aire zaharretan. No lo propongo como castigo, por supuesto, sino como modo amable de mostrarles empíricamente este gran tesoro cultural.

El martes Kapare hizo una preciosa presentación de su libro en Pamplona con un montón de amigos y esta tarde, a las 5.30, lo hará en Alsasua. Se trata de una auténtica enciclopedia. Una recopilación de canciones y coplillas de toda Navarra (Baja y Alta) desde el siglo XV hasta la Guerra Civil. Letras, partituras, traducciones e información complementaria. Todo perfectamente organizado e indexado por títulos, temas y lugar de procedencia. Un trabajo de hormiga que le ha llevado casi cuatro años y por el que las instituciones oficiales no le han mostrado el más mínimo interés.

A los cancioneros recopilados desde principios del siglo XX por R.M. Azkue, el Aita Donostia y otros grandes folkloristas, Hidalgo ha unido otras piezas que todavía perduran en las mentes de algunos kantuzales. Todo esto, por lo menos, no se perderá, no se lo tragará el tiempo sin dejar ni rastro como ha ocurrido y ocurre con tantas otras cosas.

Es increíble como algo tan etéreo, intangible y minúsculo como una canción puede tener la fuerza de atravesar el tiempo y conectarnos con personas que vivieron mucho antes que nosotros. A través de las canciones vemos lo que ellas y ellos veían y sentimos lo que sentían. Aquí hay canciones de cuna, infantiles, religiosas, de hilanderas, soldados, pastores, deshojadoras de maíz, amorosas, satíricas… Todo eso nos ha llegado y es parte muy íntima de nuestra identidad y de Euskal Herria, les guste o no a algunos.

Zorionak, Kapare!