Zumalakarregi, republicano federal

josematri_esparza

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Según toda la bibliografía oficial española, de derechas y de izquierdas, Tomás Zumalakarregi fue un gran militar español, absolutista y retrógrado, que se enfrentó al liberalismo progresista y emergente que intentaba llevar a España a la modernidad.

Solo algunos vascos osaron en su día proponerlo como un prócer independentista: Jesús de Galíndez dijo de él que «no fue un caudillo absolutista, fue un héroe de la independencia vasca. Le faltó una idea clara, pero en el fondo de su mente y de su corazón ardía la llama del patriotismo; luchó por sus fueros, por sus libertades, por su raza». Sin embargo, estas opiniones fueron siempre despreciadas por la historiografía española, incluso desde las universidades vascas. Zumalakarregi era un siervo más del rey absoluto, un carca. Algunos van más lejos y lo sitúan en el comienzo de un despropósito histórico que acabaría en las matanzas del 36.

Empero, éramos muchos los que sospechábamos que, como en tantos pasajes de nuestra historia, algo se nos ocultaba. Y nos sorprendía la ligereza con la que muchos se quitaban de encima a los testigos incómodos. Así, el zuberotarra Chaho, que tenía claro el objetivo independentista de la guerra carlista, era despreciado por la cátedra españolista. Un loco. Del norteamericano Mackenzie dice Jaime del Burgo, que «la ligereza de criterio y su poca preparación» le hacen creer que la idea de la república se había infiltrado entre los vascosnavarros. «Tanto nos importa Carlos como Cristina y nos da lo mismo el rey que la reina. No echamos de menos ni un Dios que nos juzgue ni un rey que nos mande. Si no podemos ser españoles a nuestro albedrío, nos arreglaremos a nuestro modo», recogió el «poco preparado» Mackenzie entre nuestro paisanaje.

Zumalacárregui era el ídolo de su pueblo y se hablaba sin reparo de alzarlo con la corona de Navarra y hacerlo rey de los vascos», escribió el prusiano Laurens. Cosas similares dijeron el aragonés Lassala y los británicos Somerville y Wilkinson. Otros autores remarcan el carácter republicano, federal o confederal, de la sublevación vasca. En 1836 el francés Viardot repara en la contradicción de que el nombre de D. Carlos esté inscrito en las «banderas republicanas» de los vascosnavarros, pero «si se reconoce de una vez que Navarra y las provincias vascas no luchan por otra cosa que por su independencia, y no por la causa carlista, la cuestión se simplifica». El príncipe alemán Lichnowsky también reparó en 1837 que los vascos «unen a una gran altivez aristocrática ciertas ideas de libertad republicana».

El británico Borrow escribía en 1842 que «se suponía que Basconia era la fortaleza del carlismo y que sus habitantes eran religiosos fanáticos que creían en peligro su religión. La verdad es que los vascos se preocupaban poco de D. Carlos y de Roma (…) No hay en el mundo pueblo más orgulloso que el vasco, pero el de ellos es un orgullo republicano. Entre ellos no hay clase aristocrática y no toma a nadie como superior a los demás. El carretero más pobre tiene tanto orgullo como el gobernador». El alemán Cherbuliez dijo que el carlismo era «una enfermedad desesperante», que reclutaba «sus bandas entre republicanos con abarcas».

Para acabar con la sublevación carlista decía Lataillade, agente secreto del gobierno francés, que debía proponerse a Zumalakarregi la restauración de la independencia nacional de las cuatro provincias, «que pueden federarse y concluir tratados… todo bajo la garantía del rey de los franceses». Para Lataillade era cosa sabida que Zumalakarregi era «ante todo un buen vasco», y que para él Don Carlos no era «sino otro instrumento de combate». Aviraneta, agente secreto del Gobierno español, también cita en su Memoria las intenciones de crear una República de Vasconia, de organización foral, integrada por las cuatro provincias. Antonio Pirala, el primer gran historiador español de la guerra carlista, afirmó no saber cuáles fueron las miras secretas de Zumalacárregui, «aunque hay barruntos para creer que trataba de declarar la independencia de las provincias». Panfletos de 1836 hablan de la idea «de formar un Estado independiente con Navarra y las Provincias Vascongadas». Etcétera

Ante tal cantidad de citas de todos los colores y países, ¿cómo es posible el poco interés mostrado por los historiadores en algo tan crucial, que podría presentar la primera carlistada como una gran guerra nacional de los vascos por su independencia? En la misma pregunta yace la respuesta.

Afortunadamente, en este país todavía hay historiadores que no tienen las gafas empañadas de españolismo y que investigan sin las orejeras del academicismo colonial. Desatando legajos de nuestro Archivo General, Mikel Sorauren ha encontrado un documento probatorio de que todos los anteriores no hablaban por hablar. Se trata de una carta que escribe en 1834 José Antonio Zurbano, agente de negocios de la Diputación de Navarra en Madrid, dirigida al secretario de la misma José Basset. Es decir, una comunicación al más alto nivel. En la misma, Zurbano le informa que ha llegado a Madrid «una proclama de Zumalacárregui en la que dice que en atención a la inadtitud y abandono con que mira la defensa de su causa Don Carlos, se declara el Reino de Navarra y provincias vascongadas en República Federal y para ello se convocarán a los estados, luego que las circunstancias de la guerra lo permitan».

Unos meses más tarde, Tomás Zumalakarregi moría en el sitio de Bilbao, sin haber podido convocar los Estados de Navarra ni proclamar dicha República Federal que tantos barruntos dejó sembrados. Este proyecto de federalismo vasco se adelantaba tres décadas a la primera república española y podemos considerarlo como pionero del nuevo y revolucionario concepto.

La carta encontrada por Mikel Sorauren cambia la historia, es un hito para la historiografía del país y nos hace sonreír a cuantos abogamos por una Euskal Herria libre y republicana. Ahora resulta que bajo la txapela roja del Tigre de las Amezkoas, parece ser que había un carlista circunstancial y un republicano independentista y federal vasco. Mikel no nos podía haber hecho mejor regalo.

La pregunta siguiente es cómo nadie había reparado antes en ese documento, ni nadie ha encontrado en Madrid la citada proclama. Quizás porque algunos se han dedicado a ocultarla con el mismo afán que han silenciado, o desacreditado, a cuantos han hecho menciones al independentismo subyacente en aquella sublevación vasca.

Todavía hay mucho que pelear en la batalla del relato sobre el carlismo decimonónico. Pero mientras nadie contradiga a Sorauren (y a Chaho, Mackenzie, Viardot, etc.) los ateneos y partidos que se dicen republicanos tendrán que colgar el cuadro del prócer Zumalakarregi en sus sedes, junto al de Pi i Margall. En los batzokis deberán colocarlo junto al de Sabino Arana, y en las herriko taberna junto a la foto de Argala. No sé si llorar de emoción o partirme de risa.

José Mari Esparza (Editor)