La fundición de Banka (Baja Navarra)
La explotación minera y las fundiciones de cobre en el siglo XVIII y de hierro en el XIX marcan la historia de la localidad navarra de Banka en Alduides. Aunque inicialmente era tan solo un barrio de Baigorri, la capital del valle, llamado La Fonderie, finalmente, por su importante desarrollo en torno a la metalurgia, se constituyó en municipio propio. Las ruinas de la fundición y especialmente las del magnífico alto horno, son reflejo de su historia y conforman la memoria del bonito pueblo pirenaico.
La localidad navarra de Banka, en Alduides, se encuentra en el corazón de una región muy rica en recursos metalíferos. En esa zona que va desde Baztan, pasando por el valle de Baigorri, el país de Kinto, Luzaide, hasta el noroeste del Valle de Aezkoa, existe una notable concentración de filones de hierro, cobre, plata, plomo, incluso algunos depósitos de oro. A lo largo de la historia distintas minas fueron explotadas con mayor o menor intensidad y ya en la época romana (siglo I) se señalan prospecciones de menas de cobre, plata y hierro en el extremo occidental de los Pirineos. Las investigaciones arqueológicas realizadas durante los últimos 20 años en las cercanías de Banka ponen de manifiesto los trabajos de los romanos en las minas de Trois-Rois, Saint Marie o Saint Antoine. Sin embargo, según los datos con los que contamos, iban a transcurrir más de diecisiete siglos desde aquellas primeras explotaciones romanas hasta la reaparición de la actividad minera en ellas, en el primer tercio del siglo XVIII.
Este renacimiento se debe a la obstinación de un suizo, nativo de la villa de Saint-Gall, Laurenz Böngier, cuyo nombre fue, después, afrancesado y ennoblecido como Laurent Beugnière de la Tour. Gran negociante en París, Londres y Amsterdam y después de sufrir algunos reveses de fortuna fue encargado, por su protector el duque de Bourbon, del control de todas las minas del estado francés. Pronto tomó conocimiento del potencial minero de la región de los pirineos occidentales y en concreto de esta zona de la Baja Navarra, a través del que luego sería su socio, el oficial de Hesse, Reinhard Pauli de la Compañía de Minas del Reino. Este había recogido informaciones prometedoras, dadas sobre todo por el cura de Irulegi, en un viaje de trabajo realizado por la zona.
En 1729, ambos socios consiguieron una concesión que concernía a los metales no férricos y cubría, aproximadamente los actuales territorios de Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa. El suizo Beugnière iba a aportar los capitales, más precisamente se los hizo adelantar por prestamistas, especialmente de Saint Gall, mientras que Pauli llevaría los trabajos de la futura explotación.
En la primavera de 1730, llegó al valle de Baigorri un equipo de 30 mineros “alemanes”, traídos por Pauli. El origen de estos obreros refleja el hecho de que el renacimiento medieval del arte de las minas tuvo como principal localización el macizo herziano, desde los Vosgos, hasta los montes Erzegebige, entre Sajonia y Bohemia. Estas regiones centroeuropeas albergaban numerosas venas o filones metalíferos y una importante corporación de mineros aprendían y se transmitían las técnicas de generación en generación. Eso no ocurría en otras explotaciones mineras europeas, cuya actividad muy intermitente no generaba un savoir-faire local duradero. En aquellos primeros años la explotación fue de pequeños yacimientos de cobre muy dispersos, fundidos en el horno de Etchauz en Baigorri. Ampliada la explotación a otros filones en la Alta Navarra, Erregerena en Baztan, Lantz etc, la corona española exigió la construcción de un horno en Orokieta. Esta fundición de Basaburua, aunque tenía facilidad para la obtención del combustible, el carbón vegetal, se encontraba lejos de las mejores venas por lo que terminó colapsándose en 1838 y tuvo que ser revendida años después a otros concesionarios. Los años siguientes fueron muy difíciles con grandes pérdidas, Beugnière y Pauli terminaron enfrentándose, incluso este último intentó asesinar al primero en varias ocasiones. Pauli terminó huyendo del país y Beugnière fue encarcelado tras ser acusado por sus acreedores, en 1742.
Poco tiempo después, su más fiel maestro minero logró sacarlo de la prisión tras pagar la fianza, y volvieron a las prospecciones. Entonces llegó el descubrimiento del gran filón de cobre llamado de Trois Rois en el paraje de Astoeskoria, una docena de kilómetros al sur de la capital del valle de Baigorri. En sus cercanías, a orillas del rio Alduides se construiría la fundición de Zubiarin que daría origen a la actual población de Banka, aunque al principio tan solo sería un barrio de Baigorri, el barrio de La Fonderie. Las primeras producciones notables de cobre refinado comenzaron en 1746 para culminar con cerca de 130 toneladas anuales en 1756. Esta cantidad era muy importante ya que entonces Francia apenas tenía cobre y casi todo debía importarlo del extranjero. La fundición utilizaba energía hidráulica tomando el agua del río, en una presa un kilómetro aguas arriba. El canal iba a alimentar mediante grandes ruedas hidráulicas el mecanismo de mazos para trocear el mineral, los fuelles del horno, etc. En la época romana las galerías de la mina estaban exclusivamente por encima del nivel del río. Sin embargo Beugnière de la Tour se dio cuenta que los mejores filones de cobre estaban bastante por debajo del nivel del río incluso justo debajo del propio cauce. Eso hacía que las nuevas galerías se inundaran continuamente, requiriendo hasta cuarenta obreros día y noche achicando el agua con cubos. El hacer canales de desagüe hacia el propio curso fluvial era muy costoso y complicado. Por ello se construyó un curioso e ingenioso mecanismo para extraer las aguas de inundación. Una gran rueda hidráulica de madera de 9 metros de diámetro transmitía su movimiento mediante una serie de tirantes enlazados, también de madera, que se introducían en el terreno por una galería horizontal hasta encontrarse con el pozo vertical y desde allí eran capaces de accionar las consiguientes bombas mecánicas de extracción colocadas en el fondo del pozo. Esta gran innovación técnica, resultó clave en el éxito de la explotación durante los siguientes años.
En los mejores años de producción estaban empleados en la fundición de Zubiarin unos 250 obreros sin contar otros más de cien entre muleros y carboneros. Tan solo unos pocos, el 15%, eran los técnicos más cualificados y mejor pagados, alemanes o centroeuropeos, el resto eran vascos de la zona y muchos de los muleros y sobre todo de los carboneros, altonavarros. La muerte de su promotor Beugnière en 1760 marcó el comienzo de la decadencia de la explotación, a pesar de los esfuerzos de sus herederos, la producción fue disminuyendo paulatinamente. La llamada Guerra de la Convención entre los reinos español y francés terminó con la fundición en junio de 1793. Los apenas 46 trabajadores que quedaban, ante la presencia de las tropas hispanas que habían invadido el valle, optaron por destruir las instalaciones. La respuesta inmediata fue la quema y saqueo de toda la población por el ejército invasor.
Entre 1805 y 1808, en las ruinas de la antigua fundición, se instaló un pequeño horno para reducir mineral de hierro, siderita traída desde Ustelegi al norte del valle pero la actividad fue casi testimonial y se paralizó tras la invasión napoleónica de la península ibérica.
Es preciso esperar hasta el comienzo del decenio de 1820 para ver renacer la actividad minera en Banka. Jean Baptiste Ricqbour, maestro de forja y negociante cervecero parisino, llegó al valle atraído por la variedad de filones metalíferos existentes pero sobre todo por el hecho de que el precio del carbón vegetal era aquí mucho menor que en otras regiones, al contar con extensos hayedos. Tras solicitar la autorización para tratar el cobre y el hierro, hizo edificar a partir de 1822, una fábrica con alto horno, destinado a producir exclusivamente hierro a partir del mineral traído desde la citada mina de Ustelegi. El alto horno de Banka de carbón vegetal, diseñado por Auguste Sonsolet, fue un ejemplo de construcción como quedaría reflejado en los tratados de siderurgia escritos con posterioridad. Estaba construido totalmente en piedra de sillería de color rosado y su bella y elegante silueta, aun visible en sus ruinas, difería de la cúbica habitual de otros altos hornos de la época. Una máquina sopladora de pistones accionada por una rueda hidráulica le insuflaba el aire necesario para la combustión. Después de algunas pruebas y peripecias, el horno se puso en marcha en 1826.
Rápidamente surgieron problemas financieros ya que las estimaciones de la cantidad de combustible necesario se habían hecho teniendo en cuenta los bosques del sur del País de Kinto. Pero el tratado de Elizondo de 1785, algo olvidado por los baigorritarras, había fijado una delimitación que dejaba este bosque al estado español. Ricqbour no tuvo más remedio que comprar el carbón de esas zonas a precios elevados con el consiguiente aumento del gasto sobre lo previsto inicialmente. A pesar de todo, en 1828 todos los talleres de la fábrica estaban operativos. La capacidad diaria del alto horno, era de cuatro toneladas de fundido, es decir una producción de alrededor de mil toneladas anuales en sus mejores años. El metal era enseguida refundido por descarburación en un horno de reverberación y los lingotes de hierro dulce obtenidos eran rápidamente colocados bajo los martillos de refinamiento. Estos, en número de tres, eran respectivamente levantados por tres árboles de levas, cada uno movido por una pequeña rueda hidráulica. Un tercer taller recibía una parte de este hierro para allí ser dividido y laminado por una máquina también movida por una gran rueda. Es decir, toda la maquinaria era movida por la energía hidráulica generada por el agua del antiguo canal aún operativo.
La mano de obra de la fundición estaba comprendida entre 50 y 100 empleados dependiendo de las temporadas. Los puestos más cualificados, entre otros el de maestro fundidor, o el maestro laminador eran originarios del centro-este de Francia o de Bélgica. Pero el efectivo total llegaba a las 400 personas si contamos la mano de obra externa, es decir, muleros y carboneros, muchos de ellos navarros. Estos empleos además de los peor pagados, eran estacionales: cesaban en invierno, temporada en que la mayoría de carboneros iba a continuar su actividad en las Landas. Los menos numerosos de estos empleados externos eran los mineros de Ustelegi, cuyo número máximo habría sido de 50 en los comienzos de la explotación y que después apenas habría sobrepasado la docena.
El hierro producido en Banka, rico en manganeso, era muy reconocido por su calidad. Transportado a lomos de mulas hasta Baigorri, desde donde llegaba a Baiona por carretera y después por el río, la mayor parte era enseguida llevado por vía marítima a Nantes o Le Havre, cerca del mercado parisino. Sin embargo los problemas comenzaron pronto con la gran crisis de 1830 y la consecuente caída del precio del hierro o las importantes dificultades para conseguir el carbón de la altanavarra, envuelta en la primera carlistada. Los consecutivos cambios de titularidad de la fundición, el bearnés Pène, los banqueros parisinos Périer o la compañía metalúrgica Trois-Bassins no pudieron con los problemas y apenas consiguieron mantener una escasa e irregular producción hasta su cierre definitivo en 1861.
En los años finales del siglo XIX hubo algún tímido intento de reutilización y explotación del cobre de sus minas y en el periodo de entreguerras del XX una serrería se instaló entre sus ruinas. A pesar de esta utilización tardía de sus naves, poco a poco estas fueron cayendo, invadidas por la vegetación. Hoy día, apenas algún muro del edificio principal, el alto horno y una de las carboneras malviven en lamentable estado de abandono. El canal, que arranca aguas arriba en Bihurrieta, alimenta, ahora, una pequeña central hidroeléctrica y alguna de las casas de obreros y directivos se mantienen en pie en la orilla derecha del río. En 2012 se puso en marcha el proyecto de desarrollo turístico Yelmo, con fondos europeos, que dedicó una parte de su dinero al estudio arqueológico y limpieza de las ruinas de la fábrica de municiones de Eugi. La otra parte parecía prevista para una actuación similar en Banka pero la misma no se ha hecho por el momento. Un bien montado centro de interpretación, de moderna y quizás algo estentórea construcción, destaca en el centro de la bonita población pirenaica. En el centro Olhaberri, se expone una completa y exhaustiva información sobre el pasado minero y metalúrgico de la localidad. Dos magníficas maquetas recrean fielmente las instalaciones de la fundición del siglo XIX y el citado y curioso mecanismo hidráulico para la extracción de las aguas de inundación de la mina de Trois Rois en el XVIII. Mientras tanto, a tan solo unos metros, el magnífico alto horno y el resto de las ruinas continúan con su inexorable deterioro que amenaza su pronta desaparición.
Víctor Manuel Egia Astibia / Sociedad de Estudios Iturralde
Diario de Noticias, 4 Febrero de 2018