Los diferentes escritores que se han ocupado del personaje han venido asegurando que Salvador Pinaqui Ducasse nació en Bayona el 27 de septiembre de 1817. Y no tenemos elementos de juicio para ponerlo en duda. De hecho, Pinaqui o Pinaquy era un apellido bien representado en los últimos dos siglos en Bayona y en otros lugares de Iparralde como Ziburu, Azkaine, Hazparne o Aiherra. Según las mismas fuentes, Salvador habría llegado a Pamplona hacia 1848, momento en el que funda una empresa de fundición en el llamado molino de Caparroso. Pero esta cuestión no está exenta de problemas. De hecho, el apellido Pinaqui también está atestiguado en Pamplona al menos desde 1579. Es más, la familia está vinculada al oficio de molinero al menos desde 1591, cuando un tal Guillén de Pinaqui se titula así. Y entre 1625 y 1643 se documenta a un tal Esteban Pinaqui, molinero que tenía arrendado, precisamente, el molino de Caparroso, el mismo donde 205 años después Salvador Pinaqui instalaría su fundición en 1848. Tal vez la presencia de familiares en Pamplona atrajera a Salvador desde Baiona, es difícil saberlo, pero parece claro que el grupo familiar tenía relación previa, y muy antigua además, con Pamplona y con el propio molino de Caparroso. Salvador casó con Antonia Sancena, del barrio de Berrizaun de Igantzi, y tuvieron un hijo al que llamaron como su padre. Desgraciadamente falleció en 1900, cuando contaba tan solo 26 años.
De antiquísimo molino a moderna fundición
Parece que la presencia de un molino en este lugar de la orilla del Arga se remonta a la Alta Edad Media. En 1084 se cita como molino de San Miguel, por el nombre del burgo al que pertenecía, y posteriormente, hacia 1177, se conocía con el nombre de Garci-Marra. Hacia 1485 lo compra Pedro de Caparroso, y a esta familia seguirá perteneciendo hasta la llegada de los primeros Pinaqui. Todavía en 1625 el antes citado Esteban de Pinaqui arrendaba el molino a Jerónimo Marcilla de Caparroso, dueño del molino.
Sea como fuere, en 1848 Salvador Pinaqui se asocia con un paisano suyo, José Sarvy, y ambos transforman el molino en fundición y fábrica de maquinaria agrícola. Como curiosidad, suele recordarse que en esta fábrica y a sueldo de Pinaqui trabajó durante dos años, de 1863 a 1865, el tenor roncalés Julián Gayarre, antes de marchar a Madrid y hacerse famoso. De aquella fundición, además, en sus 47 años de funcionamiento salieron infinidad de productos, como las tapas de hierro del alcantarillado pamplonés, la reja de entrada a la iglesia de San Lorenzo o los actuales mecanismos de alzado del portal de Francia. Y todavía pueden verse, en no pocos edificios del casco antiguo, las características columnas de hierro forjadas en sus hornos, como las que sostienen el único cuerpo de guardia que queda de cuantos custodiaron las murallas de Pamplona, el de la calle Santo Domingo.
Pero las aportaciones de Pinaqui son muchas y muy variadas. Fabricará maquinaria para la modernización del campo navarro, como arados mecánicos, extirpadores de raíces, trilladoras, segadoras, molinos de grano, bombas de todas clases, sierras mecánicas, básculas y máquinas de vapor con diferentes funciones. Diseñó y ejecutó la subida de agua al fuerte de San Cristóbal, y en 1887 traerá por primera vez el alumbrado eléctrico a Iruñea. Fue con motivo del cuarto centenario de la milagrosa aparición de la Virgen del Camino, y realizó a tal efecto la instalación de cuatro lámparas en el atrio de San Cernin y otras cinco en el interior, sobre el madero donde apareció la Virgen. Y al año siguiente instala el primer alumbrado eléctrico de un establecimiento público pamplonés, el café Iruña, con unas elegantes lámparas que, según “El Pensamiento Navarro” (24-3-1963), se importaron desde Hamburgo. Pocos años después, según relata el periódico “El Aralar” del 9 de julio de 1895, Pinaqui posibilitó la iluminación eléctrica de las casetas de San Fermín en el paseo de Sarasate.
Dar de beber
Con todo, la más recordada hazaña de Salvador Pinaqui se produjo en el transcurso de la guerra Carlista de 1872-1876. Pamplona fue asediada por los carlistas, que el 13 de septiembre de 1874 cortaron el suministro de agua que desde el manantial de Subiza llegaba a Pamplona, vía acueducto de Noain. Las fuentes de la ciudad dejaron de manar, y la población se sumió en la mayor angustia, al tiempo que se declaraba una pavorosa epidemia de tifus. Pinaqui conocía muy bien la zona del río y del molino de Caparroso, y probablemente sabía que su situación era muy especial. Se encontraba fuera-puertas pero cobijado bajo la protección de sus murallas, y esta ubicación ya había rendido sus frutos antes, durante la francesada. Allí se reunían los soldados de Espoz y Mina con sus espías del interior de la ciudad, que le informaban de los movimientos de los franceses. Y también ahora iba a desempeñar un papel fundamental. Pinaqui descubrió un desconocido manantial junto a él, bajo una cascajera, e ingenió un sistema para subir el agua los 39 metros de desnivel que la separaban de la ciudad, con una tubería de hierro y una turbina procedente de su fundición. El agua llegó así hasta el antiguo depósito situado junto a la basílica de San Ignacio, y el 6 de noviembre de 1874 volvió a manar de la fuente de la Beneficencia, la popular Mari Blanca, situada entonces en la plaza del Castillo. El hecho se vivió como un gran acontecimiento en la ciudad asediada. Según el notario y escritor pamplonés Leandro Nagore, testigo del hecho, la fuente se engalanó con banderas y guirnaldas, se sacó a los gaiteros y a la comparsa de gigantes, la banda de la Misericordia recorrió las calles, y en la catedral se organizó un Te Deum de acción de gracias.
De casa Pinaqui a casa Sancena
En 1885 Pinaqui trasladó su fundición a la calle Mayor, donde continuó trabajando hasta su muerte en 1890, y la empresa quedó luego en manos de su cuñado Martín Sancena. En 1933, ya bajo el nombre de “Vda. de Sancena. Sucesor de Pinaqui”, se trasladan a una nave de la Rochapea, y el solar de la calle Mayor será ocupado en 1961 por Muebles Apesteguía, título con el que llegó hasta 2018, fecha de su derribo para abrir una plaza interior. Mientras tanto, “Casa Sancena. Sucesor de Pinaqui S.L.” se centra en la producción de mobiliario urbano hasta su cierre en 2006, trabajando sobre todo para el Ayuntamiento de Pamplona. Fabrican la típica barandilla metálica con el escudo de Pamplona, bancos, farolas, papeleras, las tapas de alcantarilla con la palabra “Sancena” que todos hemos conocido, y su más característica creación, las famosísimas fuentes del león. Partiendo de un modelo creado por la casa escocesa Glenfield, de Kilmarnock, casa Sancena consigue fabricarlas en serie en sus hornos, de suerte que, aún hoy, hay catalogadas cerca de 350 en nuestras calles, plazas y jardines.
Ya hemos dicho que Salvador Pinaqui Ducasse falleció en Pamplona en 1890, a la edad de 73 años, y a su muerte dejó una profunda huella de gratitud en la ciudad. En el Archivo Municipal de Pamplona se conservan aún los troqueles de una medalla conmemorativa, que la ciudad concedió al bayonés por la solución que dio al bloqueo carlista de 1874. En su anverso presenta a una matrona que representa a Iruñea, con dos niños que se aprestan a beber de una fuente. En el reverso figura una inscripción: “A Don Salvador Pinaqui. Pamplona agradecida. 1874”, y en el centro la frase “Dio de beber al sediento”. Y es que, efectivamente, siglo y medio después de la subida de aguas de Salvador Pinaqui, la ciudad sigue agradecida, y por eso el próximo 6 de noviembre, 150 aniversario de su hazaña, el Ayuntamiento rendirá un merecidísimo homenaje a su particular Arquímedes. Atentos.
Joseba Asiron en Diario de Noticias