Iruña-Veleia. Cisne blanco, cisne negro

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Gontzal Mendibil. Ante las opiniones discrepantes, es bueno saber dónde estamos, de dónde venimos y a donde se quiere ir; para esto nos vale la cláusula de «la verdad nos hará libres», porque cerrar las heridas en falso es lo que no conviene, y verdad y justicia es lo que se pide ante un hecho tan grave como podría ser la supuesta manipulación, y o ocultación y desolación del patrimonio de la humanidad.

Hace tiempo me comentaba un sabio investigador euskaltzale que nuestra historia y sobre todo nuestra prehistoria no está del todo escrita y argumentada, que a lo que hay le falta por escribir mucho de lo que aún queda por descubrir.

He ahí la naturaleza extraordinaria de los supuestos hallazgos de los grafitos de Iruña-Veleia, hoy en día en poder de la diputación de Araba, que cuestionando su veracidad restan importancia y validez a lo hallado. Y en esta sombra de dudas se discute si lo que pudo ser, fue o no fue, o no le dejaron ser, y es esto último lo que sería imperdonable.

En consecuencia, ante la acusación penal de años de cárcel al que fuera director del yacimiento arqueológico de Iruña-Veleia junto a dos compañeros de su equipo, por la presunta falsificación de grafitos históricos y los daños causados en el patrimonio cultural e inhabilitación para ejercer cualquier tipo de trabajo en yacimientos arqueológicos, lo que se reclama es, si esa misteriosa naturaleza ha sido manipulada o por el contrario hay una verdad de fondo que se quiere ocultar por no se sabe qué razonamientos.

La finalidad de la evidencia científica es precisamente conseguir que se despejen las dudas; es la ciencia la que nos habrá de dictaminar cual es la verdad de las cosas antes de precipitarnos a dar conclusiones prematuras. Y si ha existido algún tipo de manipulación, que se investigue a fondo, mas allá de toda suposición. Se pide por ello que los hallazgos de Iruña-Veleia, se contrasten con análisis periciales totalmente independientes y con datos fehacientes, porque el silencio, el olvido y la evidente supresión científica de cerrar heridas en falso, no aclaran la supuesta verdad o falsedad de los hechos.

La significación de los grafitos está en función de las interpretaciones, y la evaluación de los datos precisos permitiría establecer una relación de causa-efecto, de la que se podrá disentir con argumentos convincentes, pero ¿cual es el verdadero motivo de la negativa de no llegar al fondo de las cosas y de negarse a datar los grafitos en laboratorios de arqueometría que piden los defensores de su veracidad, y qué razones hay para ello?

Porque ante las dudas, se abre todo tipo de conjeturas, desde la burda manipulación, hasta actuaciones un tanto oscurantistas de no dar ninguna opción para que se esclarezca la verdad, temerosos del cambio que nos pudieran abrir nuevos paradigmas y traernos nuevos valores. Es obvio que en este caso se sigue al refrán de «más vale lo malo conocido que lo buenos por conocer», porque a pesar de las peticiones de la fiscalía y la Diputación foral de Araba, aun no está probada la falsedad y es lo que se pide, pruebas fehacientes con investigadores divergentes.

Movernos por puras suposiciones o meras intuiciones, es obvio que no aclara nada, pero tampoco el prisma dogmático y ortodoxo sometido a una única razón sin contrastar otras opiniones de reputados investigadores en la materia que nos permitirán llegar al fondo de las investigaciones. En la ciencia, antes de llegar a la unión de diferentes, se aplica la ley de Newton, en la validez de sus predicciones, cada acción tiene un efecto de reacción.

Y en esta controversia, más allá de la visión administrativa, hay científicos que argumentan que las pruebas presentadas en contra de la veracidad de los grafitos hallados, no tienen bases científicas. Y es sospechoso que nadie de los que han presentado los análisis de veracidad haya sido llamado a declarar; es aquí que las sospechas aumentan cuando, al parecer, una excavadora fuera fulminando durante días el terreno donde habían aparecido varios de los hipotéticos grafitos.

Demasiadas sombras, demasiado limbo que nos recuerda a los infiernos y paraísos de Dante de sutil fascinación, donde los reinos aparecen perfectamente estructurados y emergen las virtudes y los egos de cada uno de ellos. «¡Qué inútiles son las palabras para expresar el concepto y qué pálido el concepto para expresar lo que vi!».

Ante descubrimientos que pueden cambiar ciertos paradigmas por siglos establecidos hay quien paga también por ese gran pecado. He aquí Eliseo Gil perdido en «una selva oscura» por haberse «apartado del camino recto, y como Virgilio en su constante búsqueda (guía de Dante durante ese viaje), tendrá que purgar sus penas.

Sinceramente, no creo que Eliseo Gil y su equipo tuvieran tal capacidad de ensoñación y manipulación, ni la suficiente destreza para el rigor que exige su presentación a la luz y promover tal despropósito. Es por ello que los claro-oscuros existentes nos despierten dudas y nos muevan a la reflexión y que la autoridad jerárquica pueda sentir desasosiego, pero, desde la ortodoxia y el dogmatismo no podemos analizar nada, y tomar como herejía la supuesta verdad que no conviene, siempre tiene efectos perversos.

La comparaciones antropológicas, con la historia y con la genética se tendrán que estudiar a fondo pero, aunque el geógrafo e historiador griego Estrabón (63 a.C.) ya nos hablaba de la Calahorra vascona, no muy lejos de Iruña-Veleia, seguimos sin apenas avanzar en la duda metódica de siempre y en lo que ya afirmaba J.C. Baroja en 1942): «Se puede concluir que, sin miedo a cometer error, el desconocimiento de la lengua prerromana de Hispania es el problema mas trascendental que tiene planteado hoy en día nuestra arqueología, nuestra historia y, por supuesto, nuestra lingüística».

Ante las opiniones discrepantes, es bueno saber dónde estamos, de dónde venimos y a donde se quiere ir; para esto nos vale la cláusula de «la verdad nos hará libres», porque cerrar las heridas en falso es lo que no conviene, y verdad y justicia es lo que se pide ante un hecho tan grave como podría ser la supuesta manipulación, y o ocultación y desolación del patrimonio de la humanidad.

La ciencia, sean cuales sean las circunstancias, habrá de estar fuera de toda cuestión egocéntrica y por supuesto fuera de toda sospecha aplicando un metodología veraz y contrastada. Habrá de tomar indiferencia por una cosa o la contraria, abogar por la independencia y no al apego de lo que hay. Tenemos un claro ejemplo de lo que pasó en las pinturas de Altamira, tomadas como falsas hasta 23 años después de su aparición, no se sabe si por errores de método, ocultación interesada o nepotismo científico.

El los hallazgos de Iruña-Veleia, «La metodología utilizada es la correcta», dicen los investigadores del hallazgo. «No puede ser verdad» y es evidente que hay defectos de forma, argumentan los opositores. El problema crucial estriba en ver si existe o no este método. En definitiva, ni opino, ni enjuicio, no soy quien para ello; solo recojo una inquietud cultural y lo que se plasma a nivel sicosocial en el entorno que a todos nos incumbe.

Pienso que el debate habrá de ser puramente científico, sin que intervengan otras fuerzas. Y con un enfoque exclusivo de conocimientos arqueológicos e histórico-culturales. Y ante la deslegitimación del trabajo presentado tildándolo de falso, difundir la verdad es lo que se precia, sabiendo que el ser humano se libera por el conocimiento. Conocemos la teoría de falsación de Karl Popper: «todos los cismes son blancos… hasta que aparece un cisne negro».