Plaza del Castillo, 15 años después

obras_plazadelcastillo

obras_plazadelcastillo


La memoria es una facultad de la mente humana. Pero la memoria es selectiva y con frecuencia, tendemos a olvidar o marginar muchas vivencias que consideramos dolorosas o negativas. Sin embargo, el recuerdo de este tipo de situaciones puede tener su lado positivo en cuanto a superación y aprendizaje, tanto en el ámbito personal como en el colectivo. Paseando una soleada mañana de este extraño, en lo meteorológico, mes de diciembre por la plaza del Castillo de Iruñea vinieron a mi mente recuerdos no muy lejanos, no por ello menos impactantes ni menos importantes. La plaza, con algunos adornos navideños, estaba repleta de niños y padres, de aitatxis y amatxis, artesanos y vendedores; sus terrazas llenas de gentes tomando un café o un aperitivo o leyendo la prensa. Hasta me topé con unas desubicadas dromedarias dando vueltas, con paso delicado y silencioso.

Mis negros recuerdos vinieron al ver, entre los paseantes, una hormigonera girando ruidosa. Su presencia, casi habitual en el centro de la plaza, responde a la necesidad continua de cambiar las losetas que repetidamente se rompen, aquellas losetas de calcarenita que tanto iban a mejorar el anterior pavimento de la plaza. “La plaza mayor, ombligo de la ciudad, vientre que nunca envejece, ser vivo sometido a constantes mudanzas pero que mantiene intactas sus señas de identidad. Alterar su cuerpo de modo brutal y sin contemplaciones es delito de lesa ciudadanía”, decía Pablo Antoñana.

El día once de enero se cumplen quince años desde que el Consistorio pamplonés, presidido entonces por Yolanda Barcina y con el apoyo de UPN, PSN y CDN, aprobara la construcción de un aparcamiento subterráneo en las entrañas de nuestra plaza mayor, la plaza del Castillo de Iruñea, capital de todos los navarros, de todos los vascos. A las lógicas preguntas y primeras protestas se respondió desde instancias oficiales que allí debajo no iba a salir “nada importante” y desde el Ayuntamiento se anunció que no nos preocupásemos, que el aspecto “exterior” de la plaza iba a conservarse. Muchos temíamos que no sería así y, por desgracia, el tiempo nos ha dado la razón.

Nada más iniciarse la excavación, y en marcado contraste con lo manifestado por los presuntos expertos oficiales, comenzaron a aparecer valiosos restos arqueológicos, que abarcaban más de dos mil años de nuestra historia: termas, murallas, necrópolis y muchas cosas más. El intento de reconsiderar el proyecto, parar las obras y evitar la destrucción de aquel impresionante complejo arqueológico, dio lugar a una de las experiencias más importantes de participación ciudadana ocurridas en Iruñea. Sin embargo, las veinticinco mil firmas que solicitaron una consulta ciudadana al respecto fueron ignoradas por el Ayuntamiento, al igual que por la Institución Príncipe de Viana, presidida entonces por Juan Ramón Corpas, y por el Museo de Navarra, con María Ángeles Mezquíriz al frente, y por la empresa Trama, de Mercedes Unzu, encargada de las más que apresuradas obras de vaciado arqueológico del enclave. Finalmente consumada, la intervención en el subsuelo de la plaza del Castillo fue considerada un expolio cultural por muchos expertos. El libro colectivo titulado Plaza del Castillo. Una lección de democracia ciudadana frente a la destrucción de 2.000 años de patrimonio (Pamiela, 2003) relata todos estos hechos y constituye un importante testimonio de lo entonces acontecido.

Tampoco debemos olvidar que en los años precedentes a esta actuación se habían producido otros actos destructivos en Iruñea, tales como la destrucción de los yacimientos arqueológicos de la plaza de San Francisco y de la Plaza de Toros, la desfiguración y arrase arqueológico de gran parte del Palacio Real, el levantamiento del adoquinado y del alcantarillado del siglo XVIII de la ciudad, y la demolición del lienzo de muralla medieval del Rincón de la Aduana, entre otros. Según término acuñado por la Unesco, estas actuaciones suponen un crimen contra el patrimonio, y puede añadirse que se ha tratado de un intento de borrar nuestra memoria histórica al destruir muchas de sus notables evidencias.

Recordar no solo es un hecho; muchas veces es un deber. La justicia y reparación van por medio. La memoria no debe desaparecer, aunque para ello haya que adoptar algunas medidas y actuaciones. Una buena parte de los restos extraídos en la excavación de la plaza del Castillo parece que fueron simplemente arrojados a los vertederos o sometidos a la rapiña de las propias empresas responsables del vertido. Otra parte de los mismos fue recogida en un almacén municipal a la espera de un estudio arqueológico. La empresa Trama, responsable de la catalogación y un primer estudio de lo encontrado, parece no dar señales de vida en este sentido. Aquellos valiosos restos siguen amontonados, silenciosos -o silenciados-, sin poder contar su historia, historia cuyo mayor valor es que es la nuestra, la que durante decenios se nos ha querido ocultar.

Sin embargo, es hora ya de pasar la página de las lamentaciones y pensar ilusionados en el presente y en el futuro. Tras las catástrofes, naturales o provocadas como es el caso, las sociedades vivas tratan de reconstruir sus ciudades, sus monumentos, su historia, su lugar en el mundo; es decir, tratan de recuperar su memoria. Para ello es indispensable tener conciencia nacional y contar con la alianza de los responsables políticos del momento. El reciente cambio en nuestras instituciones que ha apartado, esperemos que por mucho tiempo, a los responsables del intento de destrucción de nuestra identidad, debería hacerse patente en un caso tan notorio como éste.

Hoy existen información y tecnología suficientes para plantear proyectos de reconstrucción y/o recreación material y virtual de restos, de lugares, incluso de grandes conjuntos urbanos. Los desastres de las guerras europeas del siglo XX y las catástrofes naturales han generado numerosas reacciones en este sentido (cascos históricos de Saint-Malo, Rouen, Nuremberg, Varsovia y Dresde, Puente viejo de Mostar, Basílica de Asís, Puente-Transbordador de Bizkaia, Iglesia de Santa María de Vitoria-Gasteiz, etcétera). Nadie valora menos estos enclaves y estructuras porque estén, o vayan a estar reconstruidas. Es el momento. Quince años después debemos apostar por la recuperación de la memoria; también por la reconstrucción y recreación de lo físicamente palpable. Como hecho práctico y concreto deberíamos comenzar por la correcta y exhaustiva catalogación arqueológica y divulgación de los restos almacenados, procedentes del vaciado de la plaza del Castillo. Éste es un reto para el recién iniciado 2016.

Suscriben el artículo: Tasio Agerre, Rita Aginaga, Humberto Astibia, Pascual Larunbe, Luis Mª Mtz Garate, José Miguel Mtz Urmeneta, Marian Pérez, Angel Rekalde, Mikel Sorauren, Elur Ulibarrena y Julio Urdin, de la Plataforma Iruñea Capital-Hiriburuzagia