Xabier Mina, valladar frente a la ultraderecha
Parte muy significativa de la sociedad navarra del 1800, estaba interiorizada en lo sustancial de los que se llamaron Derechos Humanos. Aquellos navarros dejaron constancia de ello en todos los campos y niveles, así los colaboradores y miembros de la máxima institución legislativa, las Cortes de Navarra, y del ejecutivo, la Diputación del Reino, entre otros muchos, Valentín Foronda, Javier Vidarte, San Martín, Dolarea o Ángel Sagaseta de Ilurdoz –conocedores de Benjamin Franklin, Rousseau, Voltaire, Lafayette– y asimismo la generalidad del pueblo navarro.
Lo prueba el haberse recuperado para entonces en Navarra la educación obligatoria, pública y laica; el derrumbe de las prácticas pecheras del feudalismo, porque los labradores navarros conscientemente dejaron de pagar las pechas; o el ascenso de la igualdad anti aristocrática, también reflejado en que los oficiales que derrotaron aquí a Napoleón –con la División del Reino de Navarra y sus diez batallones– no eran aristócratas, algo que hubiera sido imposible tan solo trece años antes en la Guerra de la Convención.
Fueron precisamente la extensión práctica de estos principios el desencadenante de una continua oposición ultra, de extrema derecha, o fascista, que todavía sigue muy activa, aún a pesar de que hoy para la Humanidad representen la máxima garantía alcanzada hasta ahora del respeto universal de los mismos, que todos los seres humanos son iguales, dotados de derechos inalienables, a la vida, la libertad y la felicidad.
La clave del conflicto hoy persistente en Navarra es un continuo de más de doscientos años, cuyo núcleo permanece, su naturaleza sociopolítica está incrustada en la propia maquinaria de práctica contra insurgente, montada para destruir o anular los derechos humanos. Enfrentamiento auspiciado desde la conspiración ultra, que une a elementos del clero, aristocracia y ejército, contra los valores democráticos y de igualdad, y que se fue camuflando con el tiempo de la apariencia de otros factores para poder tener más penetración y conseguir la fractura de la mayoría social.
Los diseñadores de dicha maquinaria –verdaderamente diabólica– fueron en su totalidad miembros ultras del clero, la aristocracia y la contrainsurgencia militar, la brutalidad genocida de la contrainsurgencia iniciada por Fernando VII y su hermano Carlos María Isidro, los generales Javier Elío, Baldomero Espartero, Maroto y otros, con su acción contra insurgente en América y después en la península, son el origen remoto y directo del último alzamiento armado o golpe de estado de 1936 y sus secuelas actuales, culminación de un proceso con métodos de contrainsurgencia política y militar.
Xabier Mina conocía la absoluta carencia de principios éticos y morales que ejercían los enemigos ultras contra los que estaban luchando, ya que dada la flagrante agresión que hacían contra los derechos humanos, la libertad y la igualdad, difícilmente podía confiar en ellos. Es cierto que tuvo oportunidades de saberlo desde niño, cuando su padre Juan José en Otano contaba lo que había pasado con Godoy en 1795 que pretendió imponer aduanas españolas entre las dos Navarras y tributos suplantando a las Cortes; o desde casa de sus tíos en Iruña de 1801 a 1807, en el Estudio General de Gramática de Pamplona en 1805-1807, en la Universidad de Zaragoza en 1808; o en Gares en 1809 cuando su padre –sacado de la prisión de Recoletas para hacer de correo– le trae una carta mendaz desde el Palacio Real de Pamplona escrita por el entorno del virrey napoleónico, Consejo Real, conde de Mahón; o en Pamplona en 1814 después de que Navarra con su propio ejército se liberara de Napoleón, el virrey nombrado por el golpista Fernando VII, conde de Ezpeleta, para disolver la División del Reino de Navarra empleó métodos terroristas, incluido el asesinato; o ante el Gobierno independiente de México en septiembre de 1817 donde Xabier Mina ordenó el cese de negociaciones sobre una autonomía y a continuar con la lucha de la independencia, plenamente conseguida el 27 de septiembre de 1821.
En noviembre de 1817, en la vigilia de su brutal fusilamiento, mandando desde su calabozo por escrito –en euskara– la orden de continuar la lucha hasta la victoria de la libertad. John Bradburn en sus Memorias de la expedición del general Mina recoge el intento del militar absolutista Liñán de conseguir la rendición del fuerte de Remedios, aprovechando que Xabier Mina era su prisionero, pero no pudo evitar que este pudiera pasar a escondidas la carta a Pablo Erdozain escrita en euskara en la que, después de algunas referencias a sus asuntos particulares, exhortaba a Erdozain y a sus compañeros a ser leales a la causa y, si era necesario, a morir en su defensa. Cuando el oficial euskaldun leyó esta carta a sus compañeros, borró la impresión de la enviada por Liñan y levantó su entusiasmo el plan de liberar a Mina. Liberación que no se pudo poner en práctica por la negativa de Antonio Torres a que lo intentaran los doscientos voluntarios que se habían ofrecido para ello. Tras el abandono de los Remedios el 1 de enero de 1818 Bradburn se reunió con las fuerzas insurgentes de Guerrero en el Pacífico, donde continuó en la lucha hasta el triunfo final de la causa. Fue uno de los antiguos oficiales de Xabier Mina que se unió tres años después a Iturbide en la recuperación definitiva de la independencia de México. Es opinión de los oficiales que conocieron a Xabier Mina, o estudiaron sus acciones militares, que con su asesinato se perdió un general capaz de haber dirigido ejércitos numerosos victoriosamente en grandes batallas que habrían podido defender los derechos del hombre y del ciudadano y la integridad territorial de México.
El motivo de los cuatro últimos aniversarios a partir del 2017, el del asesinato de Xavier Mina Larrea, el 11 de noviembre de 1817, a manos de la ultra contrainsurgencia del absolutismo, aquella gente temerosa de poder perder sus privilegios –sociales, económicos y políticos– a los que Mina llamó monopolistas, serviles, militares de bayonetas prostituidas, tiranos, enemigos de la igualdad, dominadores de la humanidad doliente y secuestradores de las libertades.
Tomás Urzainki Mina