Vegüenza propia
Pero desafortunadamente la estancia de los alemanes en Pamplona no tiene nada de imaginario, y aunque sea una historia que ha pasado desapercibida, o que directamente da mucho palo recordar -y con razón-, no me resisto a recuperar las portadas de los periódicos que recopilé para aquellos citados «Barruntos».
Al parecer, según lo que atestiguan los periódicos locales Diario de Navarra y Arriba España, dicha indeseable visita -al menos desde nuestra perspectiva contemporánea, porque desde la suya, como veremos, no se les pudo hacer más la pelota- se produjo el día 7 de julio de 1940, que aquel año cayó en domingo. Como los lunes sólo se publicaba la Hoja del Lunes, las noticias hay que buscarlas en las portadas del martes, 9 de julio.
En el Diario de Navarra se publica una foto del «jefe militar de los alemanes que nos han visitado«, saludando al torero Curro Caro, que le brindó un toro en la corrida del día 7:
En esa misma portada, se publica también una foto de Galle de un montón que se produjo en el callejón de la plaza de toros en el encierro del día 7. El pie de foto no puede ser más chocante en un contexto de guerra total como estaba sufriendo Europa:
«He aquí el segundo más impresionante y tremendo de los tres minutos de nuestros encierros. Galle ha sabido recogerlo con un acierto realista que, en verdad, es para hacer buena la frase de los alemanes: «¡Esto es más difícil que coger tanques!»
Sin embargo para saber qué más hicieron los teutones en nuestra ciudad, hay que consultar la portada de ese mismo día 9 de julio del periódico falangista «Arriba España«, que se publicaba en la calle Zapatería, en los talleres confiscados en 1936 al periódico nacionalista «La Voz de Navarra«. Es difícil escoger -entre tanta chaladura como destila ese artículo- la más amajaronada, así que os lo voy a copiar entero, no sin cierto escalofrío ante semejante muestra de ceguera política:
SOLDADOS ALEMANES EN SAN FERMÍN
A media mañana de este San Fermín de lloviznas, soldados alemanes empezaron a surcar la «olada». Eran los mismos -altos, silenciosos, rubios- que los noticiarios y las fotografías nos han situado en Praga, en Varsovia, en La Haya, en Bruselas, en París, en Hendaya. Para trescientos de ellos esa marcha triunfal se ha interrumpido antes del ímpetu definitivo, con un insospechado paréntesis: las fiestas de San Fermín. Aquellas ciudades de una Europa verde los veían pasar por derecho de conquista, Pamplona, entre el oro de las mieses segadas, los acogía por derecho de hermandad. La ciudad les había invitado a participar en su fiesta, porque en su dolor, en los aciagos días de la guerra, los legionarios alemanes pusieron su esfuerzo para que esas fiestas fuesen algún día posibles. Para que fuese posible una gran fiesta de triunfo en Europa.
Otra vez Pamplona oía en sus calles el paso de los soldados alemanes, desde los días imperiales cuando pasaban los tercios de Carlos de Gante, los cortejos de Neoburgo, los regimientos de Reales Guardias. Y otra vez se sentía en el aire fresco y transparente de viejo grabado, que volvían los días de una empresa común de unidad, de conquista y de destino. Hace pocos años hubiera parecido imposible que en su mañana festiva la imagen morena, plata y malva de San Fermín bendijera a grupos de soldados verde gris, venidos desde aquel Amiens que él condujo al seno de la Cristiandad.
La ciudad les había llamado en el día más grande y alegre de su calendario familiar. Quería honrar a los héroes de la tierra amiga con la sencillez entrañable y cordial de los que hace tres años empezaron la salvación de Europa para los que ahora la están felizmente coronando. Mientras el Ayuntamiento obsequiaba a los jefes con un vino de honor, a los soldados les rodeaba en la calle la más viva y exaltada simpatía. Sobre los autos grises, avezados a la guerra, racimos de mozos ofrecían a los alemanes, sonrientes y llenos de estupor, el vino caliente y bravo de nuestra tierra. Más allá, al son de las gaitas, mozos con el gorro militar alemán y soldados alemanes con las boinas, los sombreros de paja y los rojos pañuelos al cuello, bailaban la jota más frenética y bulliciosa. Durante un día, sajones, prusianos, bávaros y turingios fueron pamploneses de corazón. El cariño es capaz de estos imposibles.
Donde culminó el homenaje fue en la plaza. Mientras Curro Caro les brindaba su mejor toro, todos los espectadores, en pie, les ovacionaron largo rato. Sonaban el himno nacional y el «Deutschland Über Alles», y todo se puso a tono: el sol y la lidia, los corazones y el entusiasmo.
El pie de la foto que acompaña al artículo dice: «Jefes alemanes presenciando la procesión de San Fermín, acompañados de autoridades y personalidades».
Y luego tendrán la jeta de decir que los Sanfermines de ahora están politizados… |