Murillo el Cuende recordó este sábado a los nueve vecinos asesinados en 1936

Homenaje fusilado en Murillo el Cuende

Homenaje fusilado en Murillo el Cuende


La noche del 18 de agosto de 1936 los falangistas irrumpieron en algunas casas de Murillo el Cuende y se llevaron a ocho hombres con ellos. Uno de ellos, Victoriano Aguirre Maestrojuán, pudo escapar. El resto no volvió nunca a su pueblo, los asesinaron en la cascajera del Pancho, junto al corral de Mena, en el entorno de Caparroso. Dos meses más tarde, el 21 de octubre, después de una huida fracasada que acabó en la cárcel de Tafalla, dos vecinos fueron asesinados en la Tejería de Monreal junto a otras 66 personas, eran el alcalde y un concejal del pueblo.

Ayer Murillete rindió homenaje a estos nueve vecinos asesinados en el 36, y lo hizo en un acto en el que se inauguró un memorial, construido en lo alto del pueblo, en su honor. «Son dos fechas que estarán para siempre marcadas en el calendario de lo que nunca tenía que haber ocurrido, pero ocurrió, y no podemos ni debemos olvidarlo», concretó Bingen Amadoz, miembro del grupo promotor del memorial.

Victoriano Aguirre Maestrojuán, Miguel Amadoz Díez, Vicente Amadoz Abaurrea, Isidoro Azcoiti Díez, Crisanto Irigoyen Ongay, Suceso Lacasta Aguirre , Bienvenido Sagardoy Nicolay, Jesús Ederra Aranguren y Wenceslao Zubieta Agerretxe, los nueve fusilados, estuvieron ayer presentes en el recuerdo de todos, un recuerdo que durante años se mantuvo en silencio y vivió en el miedo de las represalias. A los asesinatos «se fueron añadiendo las continuas humillaciones» a las familias de los vecinos asesinados. A Nati Adot, Pilar Aguirre, Marina Amadoz, Hortensia Ardanaz, Angeles Azcoiti, Casilda Ederra, Pilar Garde e Inés Urla les cortaron el pelo y a Águeda Guillorme Osés le quitaron de su cargo de maestra por ser republicana. «Fueron tiempos de inmenso dolor para las familias y amigos, un dolor que nunca fue reparado», agregó Amadoz. Por ellas, por las familias, también se hizo el memorial.

«Es fundamental que haya un elemento de reparación para las familias de las víctimas, también es una forma de ir reconociendo lo que pasó, del derecho a la verdad y a la reparación», concretó José Miguel Gastón, director del Instituto Navarro de Memoria y añadió que, además, «es un deber de memoria por parte de la sociedad».

El centro del pueblo acogió ayer un emotivo encuentro en el que se recordaron los años de «silencio y represión», donde los familiares pudieron poner voz a las historias del 36. Eduardo Abaurrea vivió toda su vida, hasta que se casó, en la casa que compartía con sus dos tías, las hermanas de Jesús Ederra y cuñadas de Wenceslao Zubieta, ambos asesinados en Monreal. «Con ellas hablaba a menudo de los hechos acaecidos en el nefasto 36, y del profundo dolor, unido al miedo y a la rabia, que se vivía», describió Abaurrea. «Mi tía María, viuda de Wenceslao y madre de Ricardo, que murió en el frente, se mantenía siempre en silencio, profundamente triste», continuó Abaurrea. Los recuerdos de su infancia y juventud pronto le dieron impulso «y pensé que hacía falta un acto de desagravio que mitigara ese dolor». «Para ella, como para muchos, esto llega tarde, 85 años después de que sucediera y 45 desde que murió el dictador, pero todavía alcanza a que lo vean algunos de quienes lo vivieron», apuntó Abaurrea.

Balbina Lacasta Aguirre, hermana de Suceso, asesinado el 18 de agosto de 1936, fue otra de las protagonistas de la jornada de ayer y una de las mujeres que recibió el cariño de su pueblo. El acto, apoyado por decenas de personas, contó con la intervención y el apoyo institucional. Ana Ollo, consejera de Relaciones Ciudadanas, definió este acto como «un deber ético de nuestra sociedad», compromiso al que, coincide, «se llega tarde, pero en el que estamos para quedarnos».

Dar forma al dolor
En el alto de Murillete, junto al recinto de la ermita de Santa Cruz, se erige un memorial en honor a los nueve asesinados y a sus familias. El monumento, construido en plano horizontal, es obra de Taxio Ardanaz, un artista vinculado con la localidad, pues su abuelo era natural del pueblo, y que tras dos años de trabajos ayer pudo inaugurar la obra. «Desde que recibí el encargo supe que dar forma al dolor y al recuerdo de nueve personas no iba a ser tarea fácil», esgrimió Ardanaz, que durante un tiempo se trasladó al pueblo para poder trabajar «en el lugar y por el lugar». El proceso artístico pasó por la información, por el conocimiento de la militancia sindical y política, por la información de los comunales y la vida del campesino. «Decidí que iba a trabajar con la tierra y desde la tierra, desde la horizontalidad que marcan los campos labrados que nos rodean y evitando la verticalidad», describió.

Bajo esa premisa construyó un monumento horizontal, con 3.200 ladrillos de barro cocido, «ese modesto elemento constructivo con el que se pavimentaban el suelo de las viejas casas de Murillete». «La intención era dar forma al silencio, construir algo parecido al respeto y al amor que durante tiempo se les había negado en público», reveló. El monumento, sobre el que se puede caminar, permite «que se oiga el silencio, que nace de la tierra que pisamos».

Diario de Noticias, 06.09.2020