Mayo de 1521, cuando toda Nafarroa se liberó del yugo español

Asparros

A comienzos de mayo de 1521, hace 500 años, comenzó el tercer intento de recuperación de Nafarroa por parte de sus legítimos soberanos y que llegó a liberar todo el reino en menos de un mes, con la mayoría de los agramonteses y de los beaumonteses unidos para expulsar a los ocupantes españoles.

Asparros
Asparrós cruzó el Aturri el 9 de mayo.

En mayo de 1521, toda Nafarroa quedó libre del yugo español después de que un ejército franconavarro, apoyado por la población del reino y con la colaboración de los agramonteses e incluso de la mayor parte de los beaumonteses, expulsó a los ocupantes.

Desde que en julio de 1512 Fernando el Católico conquistó Nafarroa, sus legítimos reyes, Catalina I y Juan III, intentaron recuperar el reino que les había sido arrebatado por la fuerza de las armas. En el otoño de ese mismo año y en 1516, aprovechando la muerte del rey español, lanzaron con sus tropas sendos intentos que no prosperaron, lo que permitió que se prolongara en el tiempo la ocupación.

Pero cinco años después, la situación se presentaba especialmente propicia para liberar Nafarroa. Para entonces, su legítimo monarca ya era Enrique II, heredero de Catalina de Foix, apodado el Sangüesino por haber nacido en esa localidad en 1503 y que gobernaba los territorios de los Albret que seguían independientes al norte de los Pirineos.

A mediados de ese año de 1521, en España se vivía una gran inestabilidad, ya que la guerra civil estallaba en varios puntos de los dominios ibéricos de su soberano, Carlos V, que se encontraba en Alemania para hacerse cargo de la corona imperial. Castilla ardía con la revuelta de los comuneros y en Valencia eran los agermanados los que se enfrentaban al ejército real.

Para sofocar la rebelión comunera, los gobernadores designados por el rey español ordenaron la retirada de tropas y armas de la Nafarroa ocupada ante la preocupación del virrey, el duque de Nájera, cuñado del conde de Lerín, que se temía una ofensiva desde el norte de los Pirineos.

Y tenía motivos para estar preocupado. Dentro del enfrentamiento que mantenía con Carlos V por la supremacía en el continente europeo, el rey de Francia, Francisco I, había decidido atender las peticiones de Enrique II de Nafarroa y armar un ejército franconavarro para liberar el reino.

Ambos soberanos recurrían a las armas en vista de que habían fracasado todas las negociaciones diplomáticas llevadas a cabo para la devolución pacífica de Nafarroa a los Albret.

Además, en la propia Nafarroa, cansados y decepcionados tras una década de dominio español, beaumonteses y agramonteses volvían su mirada hacia la legítima dinastía. Había llegado el momento de volver a intentarlo.

Mientras se preparaba ese ejército, los comuneros fueron derrotados en la batalla de Villalar el 23 de abril, pero Toledo continuaba resistiendo a las tropas de Carlos V, así que las llamadas de socorro del duque de Nájera siguieron siendo desatendidas.

Finalmente, el 9 de mayo, el ejército franconavarro, dirigido por el señor de Lesparre o Asparrós, como le llamaban los navarros, cruzó el río Aturri. Estaba integrado por 12.000 infantes, 600 jinetes y 30 piezas de artillería. Ese mismo día llegó a Donapaleu e inmediatamente toda Nafarroa Beherea se alzó en favor de Enrique II.

Su siguiente parada fue Donibane Garazi, cuya fortaleza fue entregada por el alcaide español Ávila a cambio de que se permitiera partir a la guarnición. A continuación, la fuerza legitimista penetró sin oposición en la Alta Nafarroa.

Asalto a la residencia del virrey

Mientras, en Iruñea, ante las noticias de los movimientos de ese ejército, el virrey español decidió escapar a Segovia con la excusa de pedir socorro. La salida del duque de Nájera fue casi como una señal para los iruindarras, que se levantaron en armas. La residencia del virrey fue asaltada y el escudo imperial terminó arrastrado por el lodo.

Los soldados españoles que permanecían en la capital se refugiaron en el castillo de Santiago, la fortaleza que se había empezado a construir en el sur de la ciudad poco después de la conquista de 1512, que quedó cercado.

Una situación parecida de levantamiento a favor de Enrique II se vivía en otros puntos del reino, donde las campanas de los pueblos tocaban a arrebato para que la gente tomara las armas y formara milicias contra los ocupantes españoles en fuga, a los que se atacó en varios lugares.

Banderas castellanas por los suelos

El choque más destacado tuvo lugar el 18 de mayo en el puente de Esa. Hacia ese punto se dirigieron las milicias de la zona de Zangoza que había reunido Pedro de Navarra, hijo del encarcelado mariscal, cuando tuvieron noticia de que por ahí intentaba escapar hacia Aragón la guarnición española de Irunberri.

Los navarros emboscaron a esas tropas en el puente y las derrotaron. Los más de cien prisioneros fueron conducidos al castillo de Xabier y desarmados antes de dejarles partir.

A continuación, las milicias legitimistas entraron triunfantes en Zangoza, con la población celebrando el momento vitoreando al mariscal encarcelado y a «¡Enrich!», el rey nacido en esa misma localidad. Los capitanes de esas tropas avanzaban por las calles de la localidad arrastrando por el suelo las banderas castellanas con el yugo y las flechas capturadas al enemigo.

«Liberados de la cautividad»

Ese mismo día, el ejército franconavarro había llegado a la inmediaciones de Atarrabia, donde se fueron presentando conocidos legitimistas y altos funcionarios beaumonteses para prestar juramento de lealtad al rey de Nafarroa ante Lesparre, su representante oficial.

Al día siguiente fueron los representantes de Iruñea, su alcalde y los regidores, los que juraron fidelidad a Enrique II en la Casa de Atarrabia con palabras solemnes que agradecían a Dios haberles liberado «de la cautividad de la servidumbre en que nosotros y todo el Reino de Navarra habíamos caído» y por haberles restaurado en su «antigua franqueza y libertad».

Ese mismo 19 de mayo, Lesparre entraba en Iruñea por la puerta de San Lorenzo, el acceso que había utilizado el duque de Alba en julio de 1512. La ciudad acogió con los brazos abiertos al ejército franconavarro, con Miguel de Xabier y Juan de Azpilcueta, los hermanos mayores de San Francisco de Xabier, abriendo las puertas para que entrara en la capital.

Pero todavía estaba pendiente de resolver qué ocurría con el reducto español del castillo nuevo. La guarnición había decidido resistir, animada por el noble azpeitiarra Iñigo de Loiola. Tras negarse a rendirse, los cañones de la fortaleza abrieron fuego contra la ciudad, generando importantes desperfectos en los edificios que entonces formaban parte de la actual plaza del Castillo.

El ejército legitimista respondía con la artillería de pequeño calibre que había desplazado hasta la capital, a la espera de que llegaran los cañones pesados franceses, que costaba mucho más desplazar en campaña. Cuando estos por fin llegaron, su potencia de fuego hizo que el castillo de Santiago no resistiera ni doce horas.

Tras su rendición, se permitió abandonar Iruñea a la guarnición, en la que figuraba un malherido Iñigo de Loiola, con la población deseando ajustar cuentas con los soldados españoles por los notables daños que habían causado a la ciudad con sus ataques artilleros.

Levantamientos en Tafalla y Lizarra

La toma del castillo de Santiago no había frenado el avance de las tropas legitimistas, parte de las cuales se dirigieron a Tafalla. Allí coincidieron con el ejercito de Pedro de Navarra que avanzaba desde Irunberri, que, a pesar de ser una población adscrita al bando beaumontés y tras algunas reticencias, había terminado jurando fidelidad a Enrique II.

Siguiendo el plan establecido ante la llegada del ejército franconavarro, la ciudad del Cidacos también se había levantado contra la guarnición española, que, como en el caso de Iruñea, se había refugiado en el castillo, aunque se rindió sin combatir a cambio de que se le dejara salir de Nafarroa.

Una situación calcada se vivió en Lizarra, que pasó a estar bajo el control del vizconde de Zolina tras la retirada de los soldados españoles una vez acordada su rendición.

Con las tropas legitimistas ya asentadas el 22 de mayo en tan importantes plazas, la Ribera también se alzó en nombre de Enrique II, lo que hizo que los miembros de la Inquisición española huyeran de Tutera como alma que lleva el diablo. A finales de mes, las diferentes poblaciones de la zona habían jurado lealtad al rey de Nafarroa.

Con la adhesión del sur, en apenas veinte días se había llevado a cabo la liberación del reino prácticamente por completo, ya que solamente había un punto de resistencia, curiosamente el castillo de Amaiur, que un año más tarde lo haría en el sentido contrario.

Hasta que se presentara en el reino Enrique II, algo que por el momento no permitía Francisco I de Francia a pesar de los deseos del joven soberano navarro, el gobierno militar de Nafarroa recaía en el señor de Lesparre y el civil en el bajonavarro Charles de Agramont, obispo de Couserans, que estaba asistido por destacados altos funcionarios de tiempos de los reyes Juan III y Catalina I.

Asimismo, se hicieron nuevos nombramientos para sustituir a los beaumonteses que habían huido a Alfaro ante la llegada de los legitimistas. En esa localidad se había exiliado el núcleo duro del clan de los Beaumont, como el conde de Lerín y sus hijos, los señores de Góngora y Gendulain, y los capitanes Miguel de Donamaría y Francés de Beaumont.

Por su parte, la mayoría de los gobiernos municipales fueron mantenidos en sus cargos tras jurar fidelidad a Enrique II, incluso en el caso de Iruñea, cuyo ayuntamiento era de mayoría beaumontesa. Esa política de reconciliación vino a reforzar la unidad de la población del reino, que se mostró mucho más firme que en 1512.

Los navarros volvían a disfrutar de la independencia de la que habían gozado durante siglos, pero una nueva tormenta se iba gestando en el horizonte. Tras la humillación sufrida, los españoles ya estaban preparando una ofensiva en la que se iba a decidir el futuro del reino.

Pello Guerra en Naiz