Liberticidios imperiales, Noain y Villalar (1521-2021)
Los violentos conquistadores han pervivido a lo largo de los siglos, praxis que llega hasta hoy mismo, constituyendo una larga y continua cadena de tiranos que permanecen ahora institucionalizados a su estilo, para lo que han ido practicando siempre la violencia, el terror, la tortura, la corrupción social sistemática (expolio del patrimonio público y privado, mercedes reales, sobornos, nepotismo, cohechos, clientelismo…).
A la vez reforzada por el poder –sobre las almas– que les ha propiciado la religión patriarcal y jerárquica; se les ve con nitidez en el itinerario que siguen, pues son ellos mismos los que lo airean y reivindican, ufanos de los antepasados en sus genealogías y ceremonias rituales, de órdenes como las del Toisón –Vellocino– de Oro, sucesivamente mantenidas, desde los arcanos de los caudillajes: de kurganes, indoeuropeos, hunos, godos, burgundios, francos, borgoña o habsburgo. Sin embargo, frente a la llegada de las citadas invasiones despóticas se hallaba la que fue civilización preindoeuropea –igualitaria y comunal–, obligada a defenderse de las agresiones patriarcales y esclavistas; así, se consiguió la defensa de la comunidad pirenaica, que fue refugio y custodia de libertad antitiránica.
La influencia neogoda está muy presente en el proyecto hegemónico y supremacista de la élite española, liderado por su aristocracia y jerarquía clerical. A lo que se añade la persistencia del negacionismo historiográfico respecto a cuestionar la legitimidad de Navarra bajo la falsa imputación de tener dinastías extranjeras, cuando las de Castilla sí que lo son todas. Así como la ocultación de la importancia política que tuvo la conquista de Navarra en Europa, que fue muy superior a la contemporánea de la conquista de América.
El permanente enfrentamiento entre las dos ramas derivadas del humanismo: la republicana o comunera y la absolutista e imperial, está presente en las circunstancias de la batalla de Noain y en la de Villalar, que forman parte señalada de la lucha generalizada que se produce, coincidente con el movimiento erasmista y protestante, frente a los poderes tiránicos y absolutos liderados desde la monarquía española y el papado.
Los navarros respondían a la movilización general en defensa de la libertad, así lo pusieron expresamente de manifiesto en las actas municipales de Pamplona el 19 de mayo de 1521, «que de la cautividad, de la servidumbre en que nosotros y todo el reino de Navarra habíamos caído, nos han restaurado en nuestra antigua franqueza y libertad», y la de Tudela, el 31 de mayo de 1521, que acuerda dar el reconocimiento a «Don Enrique Rey de Nabarra et recibir… el juramento que según fuero, leyes et costumbres de este reyno debe facer rey a sus súbditos». Son testimonios de la legitimidad de la lucha en defensa de la libertad y la independencia, como la habían puesto de manifiesto las Cortes de Navarra en julio de 1512 con la movilización general del ejército navarro y el propio rey de Navarra el 30 de septiembre de 1512, al proclamar que serán expulsados por las armas todos los invasores.
Las repúblicas comuneras se alzan ante la violencia de la tiranía imperial, se reunieron las Cortes comuneras por procuradores de las ciudades de Castilla. La Junta de las Comunidades acordó, en octubre de 1520, los 108 Capítulos o Bases constituyentes de Castilla: «que a las Cortes se enviasen tres procuradores por cada ciudad, uno por el clero, otro por la nobleza y otro por la comunidad o estado llano», «que los procuradores que fuesen enviados a las Cortes, … no puedan … recibir merced de sus altezas ni de los reyes sus sucesores», «que a ninguna persona, de cualquier clase y condición que fuera, se dieran en merced indios para los trabajos de minas y para tratarlos como esclavos», «que se revocaran igualmente cualesquiera mercedes de ciudades, villas, vasallos, jurisdicciones, minas, hidalguías, expectativas, etcétera.» «Que no se vendieran los empleos y dignidades». «Que los señores pecharan y contribuyeran en los repartimientos y en las cargas vecinales como otros cualquiera vecinos».
Los casos de las batallas de Villalar, el 23 de abril de 1521, y de la de Noain, el 30 de junio de 1521, ocurridas en el intervalo escaso de dos meses, desde el punto de vista militar conquistador fueron auténticas matanzas, buscadas intencionadamente, no el mero resultado de batallas entre fuerzas equiparables, así en ambos casos fue el mismo mando militar de la monarquía imperial, cumpliendo órdenes de su amo Carlos I, quien tenía como objetivo, confirmado en la práctica, más la eliminación física de las fuerzas defensoras de la independencia navarra y de la soberanía comunal castellana, y de sus jefes, que su mera derrota y sumisión.
Los Loyola, Martín e Iñigo, combatieron a las comunidades, siendo su conducta muy esclarecedora para entender los persistentes liberticidios ocurridos desde entonces. Sus bisabuelos ya habían perdido en los tribunales de Pamplona su pretensión de arrebatar el patronazgo de la parroquia de Azkoitia a la comunidad vecinal de dicho pueblo. Fueron encargados de aplastar y reprimir el movimiento comunero en las tres provincias y de la defensa de la ocupación de Pamplona. Iñigo se había formado en el castillo de Arévalo entre 1506 y 1517 para un alto puesto en la Hacienda Real de Castilla. Tras ser liberada Iruña les fue permitida la retirada hacia Castilla. Así lo declaró el patriota navarro Esteban de Zuasti: «Specialmente que el Señor de Loyola a una con cincuenta o sesenta hombres de pie y de caballo llegó en mi casa con harto temor que tenía de ser maltratado con su gente … luego les acompañé hasta los poner en salvo … los puse en su tierra… E así bien a un hermano del Señor de Loyola el cual fue herido en esta fortaleza le tomé en unas andas a él y a otros ocho compañeros que se me encomendaron les acompañé y los llevé a Larraun hasta les poner en salvo» .
El genocidio de las comunidades republicanas se repitió en 1936 en nombre de los mismos de entonces. El binomio conquista y liberticidio resulta inseparable. Lo más grave es que estos execrables crímenes contra la humanidad, liberticidios imperiales, no solamente no están condenados, sino que son reiteradamente alabados, confundiéndolos con unas supuestas esencias patrias, en evidente apología de la tiranía y del genocidio.
Tomás Urzainqui Mina