La trola de San Fermín

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Pascual Larunbe. “Por desgracia, la leyenda de San Fermín, no es más que una composición tardía y totalmente desprovista de veracidad” (“Historia de los obispos de Pamplona”, Tomo I ). Así de simple y contundente.

Nos lo enseña D. José Goñi Gaztambide, el historiador más eminente de la Historia Eclesiástica de Navarra, en esa su obra más importante, de once tomos. Dicho en cristiano: el tal San Fermín ni siquiera existió. No es que fuese o no hijo del gobernador Firme, que fuese o no primer obispo de Pamplona, que le degollaran o no en Amiens…: Es que no existió. Sencillamente, es un bulo como una catedral, y ya está bien de tanto embuste. A nuestro ilustre autor le avalan, entre sus fuentes principales, “Vies des Saints et Bienhereux” (PP. Benédictins de Paris,1950), así como el  “Dictionnaire d´Histoire et de Géographie Ecclésiastiques”, (J. Dubois, Paris 1971), inmenso y exhaustivo trabajo empezado en 1912 que ya va por los 30 volúmenes, manantial de información obligatorio para cualquier interesado en la Historia de la Iglesia.

Pues eso: una mera  “composición tardía y totalmente desprovista de veracidad”, o sea,  puro camelo. Hace veinte años, José Mª Jimeno Jurío, en “Historia de Pamplona y de sus lenguas” (Ed. Pamiela, 1995) ,volvió a dejar claro el engaño, cerrando el capítulo -tan  buenazo siempre él- con que, al fin y al cabo, “errare humanum est”. De acuerdo, sí, pero empecinarse en el error es de necios. Más recientemente, Roldán Jimeno Aranguren, su hijo, zanjó definitivamente la cuestión en “Los orígenes del cristianismo en la tierra de los vascones”  (Ed.  Pamiela, 2003), especie de síntesis parcial de su Tesis Doctoral. Revela todo tipo de inconsistencias, arbitrariedades y falsedades de la  leyenda: el mutismo absoluto durante casi XI siglos; la imposible concordancia de las fechas; la historiografía amienense y la navarra. El relato en su conjunto, la documentación toda, en fin, deja al descubierto la mentira.

Pero aquí, ya se sabe, cuando a algunos les interesa pasarse por la entrepierna 1.000 años de historia, es como saltarse un semáforo, y no pasa nada.

Ese es el “respeto” que merece tan “brillante palmarés de San Fermín”, es decir, ninguno, y no el solicitado por José Mª Romera, (“No me toquen al Santo”, ganador del III Concurso Periodístico Internacional San Fermín 1982).

Por no seguir con más citas librescas, añadiré que en los últimos años no han faltado artículos serios en periódicos y revistas que, para ser de divulgación, rebosan información y autoridad en su género, destapando la mentira de San Fermín. Señalaré solo el del historiador Pello Guerra “SAN FERMIN. El santo que no existió” (ZAZPIKA/Gara, 28.6.2009).

– ¿Y la gente? ¡Ay, la gente! En la inopia está “la gente”. Lo he comprobado durante los últimos 20 años hasta la saciedad, y afirmo que la ignorancia de “la gente” sobre el particular resulta entre pasmosa y descorazonadora. Más del 90% de “la gente”, no tiene ni noción. Claro que no nacemos sabidos, y a duras penas vamos aprendiendo en la vida, pero resulta chocante, a estas alturas,  semejante desconocimiento sobre algo tan de casa, tan nuestro.

Familiares y amigos, conocidos y desconocidos, mujeres y hombres de toda edad  y condición, desde titulados universitarios hasta lectores ocasionales de periódico en el bar; desde empresarios y gerentes de multinacionales, hasta “señores trabajadores” -que diría López de Arriortua-; pamploneses y navarros, la mayoría, o extranjeros, igual da: casi todos, en Babia.  Mª Raquel García Arancón lo señala en su Prólogo a la obra citada de Roldán Jimeno: “El caso de San Fermín es el paradigma de una devoción medieval, cuya base histórica…. sigue siendo aún hoy en día mayoritariamente ignorada por el gran público”. O sea, en román paladino, que “la gente” no tiene ni repajolera idea.

En descargo de esta ignorancia popular, hay que reconocer que la abundante literatura sobre San Fermín es inversamente proporcional a la investigación sobre su figura. No ha habido una investigación seria, rigurosamente histórica, hasta  hace cuatro días y, claro, una mentira mil veces repetida… Más fácil aún si se le pone música popular y fiesta a tope.

Tras la sorpresa e incredulidad iniciales ante la noticia, la reacción suele ser muy común, como a la defensiva: “¿Quién ha demostrado que San Fermín no existió?”. Es curioso observar cómo mucha gente se traga los cuentos, sin percatarse de que quien debe probar una cosa es quien la asevera, y no al revés. A nadie le corresponde demostrar que San Fermín no existió, sino que el obligado a probar su existencia es el que la afirma, quien le venera, quien le reza, quien le canta y quien lo procesiona, pero se encuentran sin la más mínima base para ello: ni rastro de veracidad. Es todo falso y, además, mentira, por la intención de engañar.

– ¿Y los curas? ¿Y los obispos? A buenos hemos ido a parar. Ellos son los mayores responsables del timo. No se salvan de la impostura ni euskaldunes como Cirarda, ni tocados con tricornio de la Guardia Civil como Sebastián, ni generales del ejército español como Pérez, por citar solo a los tres últimos.

Hace falta jeta para que en pleno 2015 un obispo se proclame “sucesor de San Fermín, primer obispo de la sede pamplonesa”. Es que hace falta morro. O son más ignorantes de lo que aparentan o son unos falsarios, o ambas cosas a la vez. Tampoco son de recibo las palabras del obispo Cirarda en su prólogo a “San Fermín, patrono”, de Jesús Arraiza (Ayuntamiento de Pamplona, 1.989): “Este libro no descifra las incógnitas que sólo podremos aclarar en el cielo, cuando hablemos con nuestros santos, como esperamos”. Ocurre que a muchos, monseñor, se nos hace larga esa espera, así que ¿tendría a bien, Excmo.y Rvdmo. Señor, mandarnos una  postalica desde el valle de Josafat y aclararnos el asunto, si es que ya ha hablado con “él”?

– ¿Qué cómo pudo surgir la leyenda? Difícil saberlo. Los historiadores vienen a coincidir en la hipótesis de que la estafa partiese, probablemente, de algún clérigo medieval que, en su afán por dotar al cristianismo navarro de la más sólida tradición apostólica  -ser “cristiano viejo” era más que un grado-, se saltó mil años de silencio en la Historia, sacándose de la teja -que es como la chistera de los curas- la gloriosa (?) leyenda de San Fermín que, como va dicho, no resiste la crítica histórica más elemental. Este fenómeno es muy común, no privativo de Navarra. Si eso lo condimentamos con un poco de salsilla nacionalista: ¡Ahora os vais enterar, so gabachos, que si vosotros nos enviáis a San Cernin de Toulouse a cristianarnos, nosotros os mandamos desde aquí a un obispo nuestro y nos lo martirizáis, paganos de m…¡A ver quién es aquí cristiano más antiguo! , ya tenemos la historieta montada. Hipótesis, sí, pero aceptable para los historiadores.

Total : Reliquias (!) de S. Fermín, sepulcro de S. Fermín, capilla de S. Fermín, imágenes de S. Fermín; tesoro de S. Fermín; parroquia de S. Fermín; cofradía de S. Fermín; patronato de S. Fermín; hornacina de S. Fermín; S. Fermín de Aldapa; calle S. Fermín; S. Fermín de los navarros… ¿para qué seguir?

– En fin, ahora tocan a S. Fermín Txikito  -fecha de su inventado martirio- el del que ni tan siquiera existió. Otra vez campanas al vuelo, procesión, misa, bullicio, juerga, excesos, sueño, música, gigantes y cabezudos, estruendo, sudor, peñas, bailes, conciertos, buena mesa y buen rollo… Fiestas para “los de casa”, ¿Por qué no?

Eso sí, en vez de inventarnos a un santo innecesario para divertirnos, me gustaría que no engañásemos más a nuestros hijos y nietos. Ellos no son culpables de las empanadas mentales de nuestros antepasados ni del vértigo que le pueda provocar a alguno, de repente,  esa especie de vacío bajo los pies, al descubrir la macana de S. Fermín. Nuestros chavales merecen cariño, respeto y buena educación, no estas mentiras, porque para pasárselo en grande no necesitan ningún santo de pacotilla, cargándoles nosotros el coco de esa escoria. Aunque solo sea por higiene mental.

Termino, y que no se  enfade nadie, por favor. Relájese y no se me encienda Sr. Romera, por aquello de que  “aquí se consiente mucho, pero ojo en materia de cultos, al Santo no me lo toquen, no me toquen al Santo, que me enciendo” (artículo citado). Descuide, que será usted debidamente complacido. Imposible tocarle al Santo, puesto que no existió.

Es una trola, y dicho queda.