La salida al mar de Navarra

Miguel Izu

Miguel Izu


Uno de los muchos mitos históricos que tenemos tan bien arraigados entre nosotros es que Irún y Hondarribia –cuando se llamaba Fuenterrabía– pertenecieron al reino de Navarra, lo que nos legitima a los navarros de hoy ir a tumbarnos a la playa mirando a la bahía de Txingudi.

Como toda leyenda, posee algún pequeño ingrediente de realidad. Igual que el resto de Guipúzcoa, esas poblaciones dependieron de los reyes de Pamplona, luego de Navarra, aunque siempre en pugna con el rey de Castilla en aquella época de fronteras móviles, hasta el año 1200 en que, con Álava, fueron definitivamente conquistadas por el rey castellano Alfonso VIII. Es decir, que no han sido ciudades esencialmente más navarras que Éibar o Zarautz. Luego, de tanto en tanto, se ha manejado la idea de que Navarra lograra tener una salida al mar Cantábrico incorporando Irún y Fuenterrabía, pero solo en una ocasión tal plan se llevó a la realidad. Fue a través de una Real Orden de 26 de septiembre de 1805 de Carlos IV de Castilla y VII de Navarra, la cual dispuso que «el territorio del Reino de Navarra se extienda hasta la desembocadura del río Bidasoa». Pero no tiremos muchos cohetes, aquello duró más bien poco porque en 1808 llegaron los franceses. En medio de la guerra José Bonaparte quiso reorganizar los límites provinciales inventando una prefectura del Bidasoa con parte de Navarra y parte de Guipúzcoa. Napoleón planeó incorporar a Francia todo lo que quedara al norte del Ebro y en 1814 regresó «el deseado» Fernando VII de Castilla y III de Navarra para dejar las mugas donde habían estado antes. En fin, que a los irundarras y hondarribitarras no les dio tiempo de adquirir las superiores características raciales y culturales que nos distinguen a los navarros del resto de la humanidad. Por otro lado, hay que tener en cuenta que esas disposiciones moviendo los límites resultaban totalmente antiforales, adoptadas unilateralmente por monarcas absolutos y sin el aval de las Cortes de Navarra.

El intento más reciente de extender Navarra hasta el Cantábrico fue en 1936, hace ahora ochenta y cinco años. La iniciativa se impulsa por diversos ayuntamientos, como el de Zaragoza, que el 19 de agosto adoptó un acuerdo en el cual se indicaba: «Teniendo en cuenta el alto ejemplo de patriotismo dado por Navarra al poner al servicio de España más de cincuenta mil hombres (esta era una afirmación un poquito exagerada, habría que dividir por cinco) y todo cuanto tenía, como recompensa justísima, pedir que al hacerse la nueva división geográfica de España, que es propósito de la actual Junta de Defensa Nacional, se le conceda a Navarra un puerto de mar y un aumento de su frontera con Francia, pudiéndose concretar la petición en que se aumente el territorio navarro con el espacio comprendido desde Pasajes hasta Irún». El Pensamiento Navarro escribía: «Anoche nuestro Director y por el micrófono del Círculo Carlista, habló a los millares de personas congregadas como todas las noches en la Plaza del Castillo, del acuerdo del Ayuntamiento zaragozano y tributó grandes elogios al mismo, terminando con vivas a Zaragoza, Aragón, Navarra y España, que fueron contestados entusiásticamente por el numeroso público». El 21 de agosto el Ayuntamiento de Pamplona conoce complacido el acuerdo de Zaragoza y decide, en justa correspondencia y por «la fraternal unción que a los pueblos obliga al ser colaboradores entusiastas del actual Movimiento Salvador de España en el que Zaragoza, rememorando la gloriosa gesta del 2 de Mayo, sabe consagrar con los mejores frutos de su acendrado patriotismo», expresa «el gran deseo de esta Ciudad de que a la Inmortal de Zaragoza se le conceda salida a un puerto del Mediterráneo». A principios de septiembre el Ayuntamiento de Pamplona recibe una comunicación del alcalde de Ágreda en los siguientes términos: «Esta Corporación municipal ha acordado ver con simpatía y así lo ha expresado al Excelentísimo Sr. Presidente de la Junta de Defensa Nacional el que a Navarra se le conceda un puerto en el Cantábrico y a Aragón otro en el Mediterráneo y que ambas regiones cumplidamente se han hecho acreedoras a tal recompensa por su heroico y patriótico comportamiento en estas circunstancias en que se decide la salvación de la Patria». Resultaba un poquito más razonable que la salida al mar se concediera a Aragón, que no a Zaragoza, lo cual hubiera requerido muchos ajustes en los términos municipales. El 4 de septiembre el Pleno del Ayuntamiento de Pamplona estudia los oficios recibidos de los ayuntamientos de Villalobar de Regla y de Baños de Rioja, en la entonces provincia de Logroño, dando traslado de los acuerdos que han adoptado en los cuales, «en atención a los servicios prestados en favor de la causa nacional», se solicitaba que «se concediese a Navarra una salida o puerto en el mar Mediterráneo». No queda claro si realmente esos ayuntamientos riojanos querían que Navarra no fuera menos que Aragón y también tuviera salida al Mediterráneo, si confundieron un mar con otro, o si la errata se cometió al trascribir los acuerdos en el libro de actas del Ayuntamiento de Pamplona. Sea como sea, no hay duda de que Navarra se merecería también una salida al Mediterráneo.

El 21 de septiembre de 1936, liberadas esas tierras por las victoriosas tropas navarras, una delegación compuesta por los vecinos de Irún Ricardo Bergareche, Manuel Eceizabarrena, Eugenio Ollo y Pedro Dorao y los concejales de Fuenterrabía Senén Amunárriz y Ángel Asequiolaza viajó a Pamplona y, acompañada por la Junta Central de Guerra Carlista, fue recibida oficialmente por la Diputación Foral de Navarra a la que presentó por escrito su solicitud de integración, «no por razones políticas», sino «porque en nuestros corazones rebosan la gratitud y la emoción de ser navarros». Claro que en todos los corazones guipuzcoanos no se compartía la misma emoción; el Diario Vasco, de San Sebastián, escribía: «Algunos diarios navarros, queridos colegas nuestros, han empañado, tal vez sin darse cuenta, la alegría de los buenos guipuzcoanos, que por serlo, son ante todo españoles, en estos días de gloria en que se está extirpando de nuestro suelo el separatismo y el marxismo que lo tiranizaban». Por su parte, el Ayuntamiento de San Sebastián adoptó un acuerdo para expresar su enorme gratitud a Navarra por su contribución a haber sido liberada la ciudad del terror de las tropas del Frente Popular, anunciaba un grandioso acto de homenaje y solicitaba a la Diputación de Guipúzcoa «hacer desaparecer del blasón de Guipúzcoa el cuartel de los doce cañones, recuerdo de pasadas discordias que deben olvidarse en la santa hermandad actual de las dos provincias». De la salida al Cantábrico, los ediles donostiarras se abstenían de decir nada. Curiosamente, lo de eliminar los doce cañones arrebatados en Velate, en 1512, por las tropas guipuzcoanas a los lansquenetes alemanes que servían al rey de Navarra, Juan de Albret, lo acabaron ejecutando en 1979 las repuestas Juntas Generales de Guipúzcoa, que habían quedado abolidas en 1876.

No quedaron estas iniciativas reducidas a los ayuntamientos. El general Mola, hablando con la prensa, también se mostraba partidario, además de la restauración foral para Navarra, de proporcionarle una salida al mar. Pero la cosa no prosperó más. La Junta de Defensa Nacional a la que se habían ido elevando las solicitudes quedó disuelta el 1 de octubre de 1936 con el nombramiento de Franco como jefe del Estado. Ni el Generalísimo, que asumía todos los poderes del nuevo Estado, ni sus gobiernos tuvieron el menor interés de meterse en el jardín de mover los límites provinciales. Así que, ni al Cantábrico, ni al Mediterráneo, Navarra sigue sin salida al mar. Aunque muchos navarros sí se han buscado su salida particular haciéndose con un apartamento en Zarautz o en Salou.

Miguel Izu