La desconocida ‘Iruña’ de Tierras Altas de Soria
El archivo de la catedral de Calahorra es fuente de información imprescindible acerca de la historia medieval del espacio que se extiende desde el Cantábrico hasta las tierras de Cameros y los llanos del Ebro. Una de sus piezas más curiosas es el Libro de las Homilías, que recoge una recopilación de donaciones realizadas a la catedral entre los años 1125 y 1146, aunque se trata de anotaciones resumidas de documentos cuyos originales se perdieron hace tiempo. El caso es que en la carta nº 66 de esta colección (publicada en la Colección diplomática medieval de La Rioja de Ildefonso Rodríguez de Lama, 1992) se recoge la noticia de la donación que hizo un tal Babiles, presbítero de la iglesia de San Miguel en Sancto Petro, a la catedral calagurritana: un campo de cultivo en cierto lugar denominado Naua de Irunia.
Aunque el texto resulta algo enigmático por su brevedad, adquiere sentido al revisar la colección de documentos medievales del cercano monasterio de Fitero. En esta compilación, publicada en forma de tesis doctoral por Cristina Monterde (1978), tenemos dos documentos fechados en 1177 y 1179, donde podemos leer la existencia del lugar de naue de Urunna o naua de Urunia en San Pedro de Yanguas, nombre antiguo del actual San Pedro Manrique (Soria), y donde efectivamente existe una iglesia dedicada a San Miguel.
Como es conocido, Iruña, forma adoptada por el Ayuntamiento como nombre euskaldun de Pamplona, también muestra en la documentación medieval variantes con U- (Urunia) y O- (Oruna, Orunia), frente a las citas más habituales con I-. De hecho, hasta el siglo XX seguían perviviendo algunas de estas formas en labios de hablantes roncaleses (Uruña, Uriña). La causa de estas vacilaciones era de naturaleza meramente fonética y se debía a la influencia de la -u- sobre su cercana i- (asimilación vocálica), igual que en roncalés existía ulun por ilun (oscuro) o uturri por iturri (fuente). Por ello, todo conduce a pensar que en el topónimo de San Pedro Manrique vino a suceder algo parecido, y que el punto geográfico denominado *nava de Iruña a comienzos del siglo XII se deformó luego en nava de Uruña a fines de la misma centuria.
Ahora bien: ¿dónde pudo estar aquel rincón que parece indicar no sólo la presencia medieval del euskera en las alturas sorianas sino también la de una ciudad que actuaría de centro regional? Desafortunadamente, ni el texto de la catedral de Calahorra ni las dos referencias de la colección fiterana aportan datos que nos permitan ubicar su situación, y tampoco parece que el nombre haya sobrevivido hasta el presente en la localidad.
No obstante, hay otra pista que podría ayudar a encontrar a la Iruña sampedrana. En los documentos se observa que los frailes de Fitero tratan asuntos variados con cierto cabildo de clérigos sampedranos, y a las afueras de San Pedro todavía quedan en pie las ruinas de un pequeño convento del siglo XII (conocido generalmente como San Pedro el Viejo y que parece relacionado con el de Fitero), justo enfrente del que es el yacimiento arqueológico más importante de la región (Los Casares), con una secuencia ocupacional que va desde época celtibérica hasta la Alta Edad Media.
La presencia del convento de San Pedro el Viejo junto a la desaparecida ciudad de Los Casares anima a pensar en la posibilidad de que la Iruña de San Pedro esté haciendo referencia a aquel punto. Si tal cosa fuera cierta, nos surgiría la pregunta de si tal denominación fue aplicada por los reconquistadores navarros que ocuparon la zona en los siglos XI-XII, o bien el nombre era herencia de un estado de cosas anterior relacionado con el creciente conjunto de antroponimia ibero-vascona de época romana en la zona. Por otra parte, también podemos conjeturar que la misteriosa Iruña no hacía referencia a Los Casares sino al castillo medieval de San Pedro, ya que la iglesia de San Miguel donde servía Babiles está a poca distancia de él.
No son menos escasas las dudas que nos plantea la etimología de Iruña. A juzgar por la aparición de la expresión en varios puntos geográficos que fueron centros rectores de su entorno (por ejemplo Iruña de Oca junto a Veleia -la vieja capital caristia-, Irún en Guipúzcoa -emplazamiento de Oiasso-, Irunberri que es Lumbier, Uruñuela en La Rioja, o el castro de Gruña en Vera de Moncayo, transcrito Orunna en el siglo XIII), cabría deducir la existencia de un antiguo término en el léxico vasco *(h)iruin con el significado aproximado de capital, ciudad principal. De hecho, se trataría en origen de un genérico que se aplicaba a ciudades que ya de por sí poseían nombre propio (Pompelo(n), Veleia, Oiasso y, en el caso sampedrano, tal vez Savia), y que equivaldría a la expresión latina civitas.
Garibay, en su Compendio historial de 1571 propuso la primera etimología sobre la palabra, a la que hizo derivar de un supuesto *hiri ona, la buena villa, buena ciudad, pero esta propuesta sigue sin resultar del todo convincente y requiere de alguna prueba documental. Por otro lado, es discutible que la forma antigua del elemento fuera *Iruñe, como propuso Michelena en un artículo de 1958, idea vuelta a defender en 1983 y contestada con cierto tino por Policarpo de Iraizoz en 1980. En este sentido hay que señalar que en la zona navarra es habitual que topónimos que en sus primeras fases aparecen con -a del artículo definido singular terminen convertidos en formas en -ea (Aranea, Zabalea, Ibarrea…), debido al añadido de la -e- paragógica de la declinación tras consonante (-(e)an, -(e)ra, -(e)tik…). Esto me hace ver como hipótesis más económica que la base original del topónimo fuera *Iruin-a (det.) la ciudad, y que la -e- se aglutinara después por usos locales como Iruinean, Iruinera o Iruinetik, naciendo a partir de ellos la nueva variante en caso absolutivo Iruñea, mientras que en sus hermanas periféricas de Soria, Álava o La Rioja esto no llegó a suceder por haberse perdido el euskera como lengua viva mucho antes, quedando la forma regular Iruña cómo fósil del antiguo estado de cosas.
Al margen de las disputas sobre el nombre de la capital navarra, la Iruña sampedrana se muestra ante nosotros como un buen testimonio de la vitalidad del genérico, incluso en tierras situadas ya bastante al sur del Ebro.
Eduardo Aznar Martínez. (antropólogo e historiador)