La batalla de Noáin y su desesperante corolario

Josu Sorauren

Josu Sorauren


Decir que el ejercicio de la violencia varonil, machista o paternalista, ha diseñado durante milenios la sociedad humana, me parece una obviedad.

Prácticamente, casi todos los estados actuales, los sistemas económicos y políticos, se han configurado bajo el ejercicio de la violencia. Es decir, bajo el imperio de las armas, rarísima vez, bajo la virtud de la palabra o del pacto libre entre iguales.

No sabemos, que si de haber regido los destinos de este planeta el matriarcado en lugar del patriarcado, hoy día, los resultados hubieran sido más igualitarios, menos perversos, más humanos. Un servidor no solo cree que sí. Es más, tiene la seguridad de que es el único recurso que nos queda para humanizar y salvar este planeta.

La batalla de Noáin la hemos de situar en este contesto de violencia, que ha dirigido y actualmente maneja el mundo. Una auténtica tragedia, en todos los sentidos, para el pueblo navarro.

Económicamente, cerrando nuestras relaciones con Europa. Políticamente, interviniendo descaradamente nuestra soberanía foral. Y humanamente, 5.000 navarros, perecieron. Desparramaron sus cuerpos rotos por los trigales de Getze, lo que para un pequeño pueblo como el navarro puede considerarse un auténtico genocidio.

Una atrocidad que el ejército más devastador de aquella época, Castilla, confabulada con Aragón, infligió a los navarros.

La violencia paternalista creó su específico derecho. El derecho de conquista, diversos derechos de pernada…, la esclavitud… Y por si fuera poco, para mayor sometimiento de las plebes, instituyó las religiones.

Todos sabemos, como éstas, matrimoniadas con los poderes amos de la violencia institucional, coartaron a los ciudadanos. Es decir, liquidaron la libertad de las conciencias y penalizaron el ejercicio soberano de la voluntad del ser humano.

Y así fue. Tras la tragedia de Noáin, nos llegó la impronta propia del imperio español, inquisiciones, tributos especiales para las corrompidas arcas imperiales, agentes aniquiladores de nuestro patrimonio lingüístico y cultural, etcétera, etcétera.

No quiero entrar en la dialéctica vergonzosa e interesadamente tergiversada de los aduladores del vencedor… Esos que bendicen el desastre de Noáin diciendo que aportó prosperidad a Navarra. Y eso, más que ceguera, como decía el coplista de Monteagudo es desvergonzada malicia. Pero bueno…, «doctores tiene la iglesia…».

Y no entro en tal polémica por una razón bien simple.

Si como tan pomposamente vocean los pregoneros oficiales, podemos sentirnos orgullosos de vivir en un sistema democrático, aceptemos sus principios.

Uno de esos principios, y dudo del espíritu democrático del que no lo acepta, es el derecho a la libre autodeterminación de los pueblos. Y en el mismo sentido, la condena de cualquier resquicio de colonialismo…

Pues bien… ¿Hay alguien que científicamente demuestre que, tras el descalabro de Noáin, se permitió alguna vez a los navarros expresar libremente su voluntad? Es decir, puesto que contra nuestra voluntad, nos encerraron en una España, que tal vilmente nos humilló esta tan cacareada democracia, ¿permitirá expresarnos? ¿Se nos dejaría pensar y optar sin cortapisas legales en un agiornamiento de nuestro fuero, en el tipo de vínculos con el estado, o en la renuncia a tales vínculos…?

¿No es eso el puro espíritu democrático, la libre expresión de la ciudadanía?

A ver si estas democracias que vivimos, son pura pacotilla y solo nos permiten aceptar las leyes que los vencedores fabrican convenientes a sus intereses.

¿Es que al fin y al cabo solo van ser democráticas esas leyes? ¡Pues vaya democracia de chichinabo! Pues eso, que en Noáin nos robaron nuestra soberanía, y que ahora seguimos igual.

Josu Sorauren