El matriarcalismo vasco
Pensamos, en efecto, que en la cultura vasca anida un cierto resto latente matriarcal que, al tiempo que la define genéticamente, la coloca en correlación con la prodigiosa cultura aborigen mediterránea matriarcal, derruida sin embargo por las famosas invasiones indoeuropeas sobre el 2.000 a. C. La cultura vasca ancestral, aún hoy latente, significa pues un cierto reducto en el interior de las conquistas indoeuropeas”.
Andrés Ortiz-Osés
a) Estructura psicosocial del matriarcalismo vasco
El término “matriarcalismo vasco” fue acuñado por el profesor de la Universidad de Deusto Andres Ortiz-Osés, segun el:
“Se entiende por matriarcalismo vasco la estructura psicosocial centrada o focalizada en el arquetipo matriarcal-femenino (mujer-madre) y su proyección en la Madre naturaleza divinizada (Mari) que impregna, coagula y cohesiona el grupo social tradicional vasco de un modo diferenciante respecto a los pueblos indoeuropeos patriarcales.”
Ortiz-osés no utiliza el término matriarcado porque “este implica una realidad social del mismo sentido que cuando se utilizada el término de patriarcado, una sociedad dominada por la Mujer o Madre. El matriarcado implicaría una realidad bruta o realidad objetiva impositiva, mientras el matriarcalismo vasco es una estructura psicosocial compuesta por las siguientes subestructuras:
1. Subestructura psicomítica: La sociedad y la mitología gira en torno a la Gran Madre Mari, al tiempo que esta se encuentra representada en el hogar como la madre-mujer o etxekoandre.
2. Subestructura social: la herencia y el parentesco se transmiten por la línea femenina, según Caro Baroja se debería al papel de la mujer como recolectora de los alimentos en el paleolítico o agricultura de azada en el neolítico.
3. Subestructura simbólico-lingüística: la realidad es articulada como flujo o devenir de la energía femenina (adur), que conjuran las sorginak (sacerdotisas o brujas), frente a la consideración estática de la realidad como ser patriarcal. El propio lenguaje ofrece en su interpretación primigenia de la realidad una marca asignación de lo matriarcal femenino, el conocido sufijo -ba.
4. Subestructura anímica: gran ligazón a la madre, tradición oral, fratrías o hermandades, la religión con un sentido envolvente o totalizante del cosmos y de la existencia (izatea), autoridad materna, etc. Se podría hablar de un «matrismo» (comunalista) frente a un «patrismo» (individualizador )“ Andrés Ortiz-oses “Matriarcalismo vasco”
b) La etxe (El templo-útero del clan)
La casa para los vascos es el hogar del clan y las grandes dimensiones de los baserris (caserios) tradicionales así lo indican. El nombre de la casa (Etxe) a la que pertenecían constituyo desde tiempos inmemoriales el apellido de los vascos (Goiko-etxea, Urrutiko-etxea, Bengo-etxea, etc.), o lo que es lo mismo, el nombre del clan al que pertenecían. Esto permitió la supervivencia de una identidad grupal matrifocal y matrilineal que permaneció intacta desde tiempos prehistóricos y que aún permanece en muchos hogares vascos.
”Andrés Ortiz-Osés defendía desde el punto de vista de la antropología simbólica vasca que la Etxe (casa) vasca, reconstituía la cueva de la Diosa Mari, cuya representación era la Etxekoandre o Señora de la casa. La etxe vasca es radical, elemental y absolutamente matriarcal-femenina en opinión de Ortiz-Oses, pues es a la vez tiempo y espacio de comunión de vivos y muertos, morada y sepultura, templo y cementerio y lugar de vida (procreación y nacimiento) y muerte (defunción, entierro y rememoración).” Wikipedia, “Matriarcalismo vasco”
Según el escritor Louis Charpentier:
“Contrariamente a lo que definen todas las leyes sobre la propiedad, la casa no es propiedad de un hombre, de una pareja o de una familia más que aparentemente. Lo contrario seria más correcto: los habitantes de una casa son los que, en cierto modo, forman parte de la propiedad de la casa. […] la casa es la sucesora normal de la caverna; es la caverna reconstituida sobre el suelo y ésta, tanto si los hombres habitan en ella o no, es el dominio de Mari. Quizá vaya muy lejos al emitir la hipótesis de que, como resto de tiempos muy antiguos, la “señora de la casa” remplaza y es, en cierto modo, la proyección de Mari en sus cavernas inviolables. La etxekoandre es la representante de Mari, regente de un poder religiosamente transmitido. A ella le corresponde determinar lo que puede o no puede hacerse en el dominio de Mari.
Los eruditos, ocupados con este problema con una mentalidad de inspiración cristiana, que reserva los papeles tanto sociales como religiosos únicamente a los hombres, no podían comprender, ni a menudo admitir, esta autoridad femenina, de la cual no han solido ver ni el alcance ni sus límites.
No comprendieron que la etxekoandre era la representante de un bien más espiritual que temporal. Era la guardiana de un templo. A ella le correspondía hacer respetar este lugar y su perennidad, como un centro religioso que integraba, a la vez, tanto a muertos como a vivos.” Louis Charpentier, “El misterio vasco”
Así describe J.M. de Barandiaran el carácter sagrado de la Etxe vasca:
“Según la concepción tradicional que aún perdura en el pueblo, el vasco se halla ligado a un ETXE «casa». Muchas veces el apellido mismo es nombre de su casa de origen. El ETXE es tierra y albergue, templo y cementerio, soporte material, símbolo y centro común de los miembros vivos y difuntos de una familia. Es también la comunidad formada por sus actuales moradores y por sus antepasados. Tales son los atributos de la casa tradicional vasca que ahora, con los nuevos modos de vida, van desfigurándose o desapareciendo.
En estrecha relación con el ETXE, se desarrollaron durante siglos los principales modos de vida (que tienen su expresión en las viejas leyes y costumbres) y todo el sistema mitológico y religioso que establece y asegura la comunión de vivos y difuntos. El mundo conceptual del vasco histórico gira, pues, alrededor de ETXE, que a su vez persigue un ideal: hacer que cada uno de sus habitantes vivan sin dolor y sin pena en armonía con los suyos, en comunión con sus antepasados en esta vida y en la otra.
Es desde luego lugar sagrado protegido por el fuego del hogar (símbolo de Mari) que tiene virtudes sobrenaturales; por el laurel de su huerta o por el que se conserva en casa; por diversas ramas de espino albar, de fresno y de las flores solsticiales; por la flor del cardo silvestre, símbolo del Sol; or el hacha y la hoz dotadas de poderes místicos; por ser morada de espíritus de antepasados o lugar visitado por éstos; por la perennal ofrenda de luz que allí se enciende a las almas, procurando conservar el fuego del hogar conforme a una ritual prescripción o norma de «alumbrar a los muertos siquiera sea con una pajuela»; por la práctica de depositar sobre las repisas exteriores de las ventanas, piadosas ofrendas de comestibles destinadas a los difuntos de la casa; por la costumbre antigua de orientar las casas de suerte que su entrada principal mire al Sol naciente, y, finalmente, porque la casa es antiguo cementerio familar.” J.M. de Barandiaran. Mitología vasca
La memoria de los antepasados ha estado siempre presente en el clan vasco. Esto ha sido descrito por diferentes investigadores como un culto a los muertos. Nosotros, atendiendo a las denominaciones que utilizan otros pueblos indígenas del planeta preferimos la palabra ancestro o antepasado, pues según dichas cosmovisiones los antepasados siguen presentes (espiritualmente) a pesar de haber abandonado el mundo físico visible. A través de distintas ceremonias sagradas, estos pueblos siguen en contacto con dichos ancestros y este es el significado de los ritos que se realizaban en el etxe y que eran oficiados por la etxekoandre:
“La etxekoandre es la principal ministra del culto doméstico. Ella practica distintos ritos como ofrecer luces y comestibles a los difuntos de la casa o adoctrinar a todos en el deber de mantenerse en comunión con sus antepasados […]” J.M. de Barandiaran. “Mitos del pueblo vasco”
“La etxekoandre o señora de la casa es quien representa a la casa, presidiendo así los actos y las ceremonias sagradas como la sepultura. Cuando no hay ninguna mujer de la familia que pueda asistir a tales actos es reemplazada por la andereserora (señora soror en euskera), que es a modo de sacerdotisa del vecindario quien representa a las etxekoandre o ministras del culto doméstico. […]. Ejemplo de la importancia de la mujer en el sacerdocio pagano son los ritos que aun se conservan en lugares como Urdiáin (Navarra), donde en los dos solsticios las mujeres recorren el pueblo formando círculos alrededor de las hogueras y cantando coplas al Eguzki Amandrea (Abuela Sol).” Wikipedia, “Matriarcalismo vasco”
“Se ha hablado mucho de un «culto a los muertos» que, sin ser absolutamente propio del País Vasco, posee una gran importancia. Se trata, sin duda, de una costumbre que, como la de la etxekoandre, parece proceder del tiempo de las cavernas. En efecto, se ha observado que, en la mayor parte de las cavernas que fueron habitadas en el País. Vasco, los muertos no fueron enterrados en el fondo, sino en la entrada. Durante mucho tiempo, e incluso después de la aparición del cristianismo, los muertos de la Etxe eran inhumados, al menos cerca de la entrada, bajo el tejadillo. […] le corresponde a la «señora de la casa», como tal, encargarse de los aspectos tanto religiosos como afectivos debidos a este muerto.” Louis Charpentier, “El misterio vasco”
“Antes de la introducción del cristianismo, la casa misma debió de servir de sepultura familiar. Y en ella se hacían las ofrendas a los muertos. De esto quedan vestigios como la práctica observada hasta nuestros días de enterrar bajo el alero de la casa o en el «BARATZ» «huerto contiguo a la casa”, a los niños muertos sin bautismo (Mairu) bajo el alero de su propia casa; la costumbre de encender luces y de depositar ofrendas (comestibles) para los difuntos de la casa en las ventanas de la misma, es decir, sobre el «BARATZ» o el supuesto cementerio doméstico, en la creencia de que aquellas luces velan por los difuntos alumbrándoles realmente en su vida subterránea y de que aquellas ofrendas (o su fuerza nutritiva) son consumidas por las almas; […] lo dicho nos da a entender que la casa tradicional vasca es una institución de carácter económico, social y religioso integrada por una familia que son los moradores actuales en comunión con las almas de antepasados, portadora de una tradición y encargada de funciones religiosas irrenunciables. […]
Siendo los ETXES recintos sagrados y centros de convergencia de vivos y muertos, todos se hallan en un plano de igualdad, lo que contribuyó, sin duda a que se desarrollaran sentimientos de respeto hacia las casas y hacia sus habitantes. Todos son, en efecto, iguales e igualmente inviolables; e igualmente respetables sus moradores, representantes temporales de iguales instituciones, investidos de idénticos derechos y deberes sagrados en todas las casas. Quien quebrante tales normas y contraríe a tales sentimientos, puede temer que le sobrevenga alguna de las terribles enfermedades causadas por los espíritus.
Estos rasgos que, más o menos desfigurados por la profunda transformación de la vida operada en este siglo, pueden apreciarse todavía en la casa rural vasca, aparecían más acusados en los tiempos forales. Así, el sagrado derecho de asilo propio de los templos en la antigüedad, era reconocido a la casa por las leyes vascas.” J.M. de Barandiaran. Mitología vasca
c) Ama Lur (la tierra como matriz del cosmos)
El interior de la tierra para los vascos no solo representa la matriz de dónde nacen los seres terrestres, sino también los celestes. Esto implica que una descripción más precisa del inframundo vasco sería la de útero del cosmos. El relato cosmogónico más revelador a éste respecto es el hecho de que en la mitología vasca, el sol y la luna sean concebidas como hijas de la tierra.
“La Tierra, como madre, suponía el Axis Mundi de toda la existencia, dando a luz a todo lo demás que existía, incluidos al Sol y la Luna (ambas de carácter femenino en la Mitología Vasca) que actuaban a modo de hijas de Amalur. Se consideraba que cuando amanecía era que la Tierra había dado a luz al sol, mientras que la luna “había regresado” al útero materno, y cuando anochecía, se consideraba que la Tierra había dado a luz a la luna, mientras que Eguzki (la Sol) había vuelto nuevamente al útero materno. Algo que condicionó también la forma de concebir la muerte por los antiguos vascos, quienes creyeron que “volvían a la tierra-madre” y lo que provocó que el enterramiento primitivo fuese “bajo tierra” poniendo el cadáver en “posición fetal”. La Tierra era por tanto el Eje de toda la existencia, todo lo que hay por encima de ella es “vivo”, y todo lo que hay debajo es “muerto y/o sobrenatural” lo que produce, a menudo, mitos como los supervivientes de Dioses que viven bajo tierra, se desplazan por galerías subterráneas, y acceden al mundo por aberturas naturales, convirtiendo el panteón vasco en un panteón principalmente ctónico. […] El paganismo vasco es un paganismo principalmente subterráneo, no únicamente los Dioses y espíritus a menudo viven en cavernas o se sitúa el “más allá” bajo tierra, […] sino que el Paganismo Vasco indica que “todo” proviene del mundo subterráneo. La luna, el sol, los vientos y las tempestades, estas últimas provocadas por actividades sobrenaturales que tienen lugar bajo tierra y que, a través de grutas y aberturas naturales, se escenifican en el mundo del ser humano a modo de vientos y tempestades.” Jack Green, “La Diosa Mari”
J.M. de Barandiaran recopiló algunos datos a este respecto:
“En el interior de la Tierra existen comarcas inmensas, donde corren ríos de leche; pero son inaccesibles al ser humano, mientras éste viva en la superficie. Con ellas comunican ciertos pozos, simas y cavernas, como el pozo Urbión, las simas de Okina y de Albi y las Cuevas de Amboto, de Muru y de Txindoki. De tales regiones subterráneas proceden ciertos fenómenos atmosféricos, principalmente las nubes tempestuosas y los vientos huracanados. El cielo azul recibe el nombre de Ostri. En él se mueven los astros, los cuales, al ponerse en el Occidente, se introducen en los «mares bermejos» (itxasgorrieta), para seguir su curso a través del mundo subterráneo. Así, el Sol, que durante una parte de su curso alumbra al mundo de la superficie, luce durante la otra debajo de la Tierra. El Sol y la Luna son divinidades femeninas, hijas de la Tierra, a cuyo seno van todos los días después de su recorrido por el Cielo. El día es para los seres humanos que viven en la superficie terrestre. Pero ésta pertenece, durante la noche, a los espíritus y a las almas de los muertos para los cuales alumbra la luna”. J.M. de Barandiaran. Mitología vasca
Ya hemos visto, en el apartado anterior como la Etxe vasca puede conceptuarse simbólicamente como el templo-útero del clan vasco, que alberga tanto a los vivos como a los muertos (en su continuo renacer). Pues bien, al igual que la cueva paleolítica, la etxe se considera como una entrada al inframundo, al útero de la tierra. Según la tradición, las casas están comunicadas por medio de galerías con el mundo subterráneo y, a través de ellas, los espíritus de los antepasados hacen presencia durante la noche.
“Los personajes a quienes se tributa el culto doméstico son las almas de antepasados. Estas son concebidas como luces y como ráfagas o golpes (indar) de viento. Pero en algunos sitios, principalmente en Vizcaya, se las considera como sombras. A esta última concepción responde su nombre gerixeti, usado en aquella región. Erio, que es el personaje que representa la muerte, las separa de los cuerpos. Desde aquel momento su mansión ordinaria son las regiones subterráneas, según lo sugieren los relatos populares más viejos. Regresan, sin embargo, frecuentemente a la superficie durante la noche, sobre todo a su Etxe, a ayudar a sus familiares vivos, a consumir las ofrendas, a divertirse en sus hogares respectivos y a poner en regla cuentas que, al morir, dejaron pendientes. A estas almas de antepasados que, según se supone, visitan su antiguo hogar, las llaman autzek en Cenarruza. También llaman así a los genios «familiares». Los caminos de las almas, si nos atenemos a algunas leyendas, son ciertas galerías misteriosas que ponen en comunicación cada hogar con el mundo subterráneo. Ciertas simas y cavernas del país son tenidas como conductos por donde circulan las almas. se refieren leyendas, según las cuales, tales conductos desembocan en hogares o cocinas, sobre todo en los de las casas más antiguas que se hallan en comunicación con antros y cuevas frecuentadas por almas y espíritus.
Cuando las almas salen a la superficie a hacer alguna petición o reclamación, se dan a conocer apareciendo en forma de luz, de nube, de sombra, de bulto negro o por medio de ruidos extraños. Al alma que así se aparece se la llama Argi «luz» en Laburd y Navarra, Heotsegile «tonante» en Soule, izuargi «luz sagrada» en Atáun, y Gerixeti en varías localidades de Vizcaya. Hay sitios en que las llaman Arimaerratu «alma errante». Los datos y consideraciones precedentes nos demuestran que entre las preocupaciones tradicionales de los vascos, la de las almas de antepasados ha tenido rango especial.” J.M. de Barandiaran. Mitología vasca
d) Las sacerdotisas de Mari (Sorginak)
Aunque sorgin puede ser tanto un hombre como una mujer, han sido estas últimas las que tradicionalmente han desempeñado este rol espiritual en las comunidades vascas. Las sorginak, esto es las brujas vascas, ocupaban (y ocupan) un papel análogo al de otras chamanas indígenas de distintas latitudes. Ellas eran las que conocían los secretos de la procreación y el nacimiento y, por tanto, hacían las labores de parteras y matronas. Igualmente conocían los secretos de las plantas y sus usos medicinales, por lo que también desempeñaban el papel de curanderas. También debido a su conexión con el mundo espiritual hacían las veces de consejeras, oráculos y sacerdotisas.
Su papel relevante en la cultura tradicional vasca queda atestiguado por multitud de topónimos que han sobrevivido hasta nuestros días. Asi, entre muchos, encontramos:
Sorguiniturri «fuente de sorguin», en Goldaratz y en Atáun. Sorguierreka «río de sorguin» en Motrico, Sorguinkoba «cueva de sorguin» en Amboto, Sorguinzilo «sima de sorguin» en Morga, Sorguinzulo «sima de sorguin» en Cegama y Atáun, Sorguintxulo «pequeña sima de sorgin» en Hernani, Sorguinziolak «cavernas de sorguin» en Ascain, Sorguingaztañeta «castañal de sorguin» en Ispáster, Sorguineche «casa de sorguin» que es un dolmen de Arrizala, Sorguinenleze «caverna de sorginas» en Zugarramurdi, Sorguinzuloeta «sitio de la sima de sorguin» en Atáun, Sorguin-pelota «juego de pelota de sorguin» en Atáun.
Son de sobra conocidas las ceremonias sagradas de fertilidad y fecundidad que celebraban las sorginak, que popularmente se han conocido como Akelarres (prado del macho cabrio) y que fueron una de las causas de la persecución brutal y sanguinaria que sufrieron por parte de la Iglesia. En algunas de estas ceremonias, y como siguen haciendo muchos chamanes indígenas de culturas de todos los continentes, las sorginak se servían de plantas con poderes psicoactivos para acceder a la dimensión espiritual. Este ungüento, formado por la combinación alquímica de varias plantas diferentes y que las sorginak se untaban en su cuerpo, recibía el nombre de gantzugailu. Cuentan que las palabras sagradas con las que accedían al vuelo chamánico que las desplazaba espacio-temporalmente eran: sasi guztien gañeti eta odei guztien aizpiti (“por encima de todas las zarzas y por debajo de todas las nubes”).
El investigador J.M de Barandiaran recopiló muchos de los lugares dónde tenían lugar estas ceremonias, lo que da una idea de lo comunes que fueron entre la sociedad rural vasca:
“Akelarre en Zugarramurdi, Fikozelai en Sara, Artegaña de Alzay, Petiriberro en Aezcoa, Larrune sobre Ascain, Jaizkibel e Irantzi en Oyarzun, Pullegui y Mairubatza (crómlech) de Ameztoia, cromlech de Oyarzun, Berno y de Atáun-Burunda, Arleze (cueva de la sierra de Andía), Mugarri de Placencia, Etxebartxuko-landa de Murueta, Eperlanda de Múxica, Akerlanda de Gautéguiz de Arteaga, Askondo (cueva de Mañaria), Akelarre de Saibei, Petralanda de Lamindano (Dima), Amézola cerca de Olaeta, Garaigorta de Orozco, Abadelaueta de Echagüen , Mariturri de Orenin, Urkiza cerca de Peñacerrada, etc, etc, etc,…”
No vamos a extendernos sobre las características de estos ritos. Simplemente, al igual que en otras partes de Europa, en el País Vasco perduraron distintas ceremonias y reuniones, unas más sagradas que otras, a las que acudían desde un numero reducido de participantes (sorginak) hasta otras en las que tomaba parte toda la comarca. Estos encuentros relacionados con las cosmovisiones animistas propias de todo pueblo indígena, eran la antitesis de los cultos tristes, grises y culpabilizantes que quería imponer la Santa Iglesia. La alegría y el goce, características intrínsecas a la vida con mayúsculas, formaban parte de muchas de estas celebraciones y esto fue algo que las mentes inquisidoras pusieron mucho empeño en destruir. Así lo resume Josu Naberan.
“Y en aquella religión natural vasca, una de cuyas imágenes centrales era la Dama o Señora (Mari), eran fundamentales los ritos de regeneración y fecundación, pudiendo ser el Akelarre, en algún tiempo, uno de esos ritos. Eso puede explicar la importancia del macho cabrío (Aker) y del sapo, símbolos de la fertilidad y de la fecundidad respectivamente. Todo lo cual ponía en entredicho el modelo de familia androcrática (basado en el pater familias) heredado por la Iglesia de los romanos. Y eso no se podía tolerar.» Josu Naberan, “La vuelta de Sugaar”.
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