El alarde nacional del día de la Raza

pedro esarte

El nacionalismo español celebra un homenaje a la Raza con su mayor exposición de un desfile militar. Normal como sublimidad otorgada a su jerarquía que no yerra. Constituida desde la presencia en España de visigodos, astrogodos o godos simplemente, fueron tropas llegadas a la península al derrumbarse el Imperio Romano, asentando en la península su jurisdicción.

La palabra España tiene su origen como nombre de provincia romana, después provincia eclesiástica que abarcaba los diferentes reinos de la península, sin el valor de Estado que tiene actualmente el nombre de España, invocándola como nación.

Cabe así que gracias y mercedes Reales, lleven sus nombres en las medallas, escudos y títulos de los reyes godos que se otorgan hoy día. Hace dos años, en el primer acto conjunto celebrado por Juan Carlos I y su hijo Felipe VI, celebró la efemérides de la Orden Militar de San Hermenegildo, curiosamente el rey al que decapitó su padre el rey Recaredo, cronicismo inherente a su raza. Pero la cortedad de un artículo no me permite hacer su historial, que ensalza hoy día el nacionalismo de raza español.

Tampoco me da espacio para hablar de la conquista de Navarra cuando los Pizarro hicieron escuela quemando casas y vecinos, violando y matando a sus habitantes, y apropiándose de los bienes en la Baja Navarra, pero así pudieron ir a América con el oficio aprendido.

Voy a centrarme solo en hechos más recientes. Recuerdos más recientes llevan a la Constitución de Baiona de 1808 hecha para gobernar la España por un rey francés, y admitida de facto por Carlos IV y su hijo y sucesor Fernando VII, a la que acudió parte de la nobleza española, mientras el resto hicieron coro con su silencio.

La desmemoria nacional obvia también que Madrid solo la defendieron ante los franceses un teniente y un capitán (Daoiz y Velarde), mientras el brillante ejército español que hoy es celebrado brilló por su ausencia ante la toma de Madrid, guardando ausencias y distancias. La patria fue defendida por bandoleros, a los que hoy se trataría de terroristas.

Cuando se pretendió hacer una Constitución que lavara la cara de la nobleza (Cádiz 1812), dándole carta de liberal, solo duró dos años. Fernando VII la anuló el año 1814 por decreto consentido y así gobernó hasta 1820, año que se dio un gobierno liberal que duró un trienio. De nuevo en 1823, Fernando VII impuso de nuevo sus decretos hasta 1830, en que volvieron de América los ayacuchos, militares derrotados que defendían aquellos territorios como las Españas.

Si por algo destacaron los ayacuchos fue por la rapidez y continuidad mostrada para el cambio del uniforme por el traje de político y a la inversa cada vez que hacía falta volver al uniforme. Los modelos de Espartero y O´Donnell son dos clásicos del militarismo nacionalista español de anidar en los escombros y pasar de militar a político sin escándalo del eufemismo de la raza. Espartero llegó a presidente de gobierno, un general ayacucho que fusilaba a sus propias tropas por sorteo y colocaba fusileros detrás de la vanguardia para que dispararan contra quien retrocediera. Ya anciano, le pedían consejo jefes de gobierno e incluso Alfonso XII lo visitó en su casa de Logroño.

Pero si se trata de mantener el espíritu de Raza no hay que escatimar en crear mitos ni iconos, sean propios o apropiados. Valen, pues, las estatuas de los abandonados defensores de Madrid Daoiz y Velarde, o el del criminal Espartero, que siendo presidente de gobierno hizo bombardear Barcelona, después bombardeó Sevilla (cuando ya huía a Inglaterra) y que, condenado a muerte, volvió de nuevo a formar parte de los gobiernos de la España, que hoy le tiene elevadas cuando menos tres estatuas.

El siglo XX no desmerece en nada el nacionalismo de Raza. Si ya Primo de Rivera dio un golpe de Estado incruento, Franco, Mola, Sanjurjo, Rodezno y otros militares hicieron a sangre con todo aquel que no les apoyaba. Lo prueban los 3.500 asesinados en Navarra sin frente de guerra, y la persistencia del nacionalismo español, para retirar estatuas, monumentos y referencias elogiosas a los mismos. También se han apropiado como propio del cuadro del Guernica de Picasso, obra que personifica el bombardeo realizado sobre dicho pueblo, expresamente sobre el mercado que se celebraba.

Apropiación que no corresponde a una institución heredera del franquismo, y que se solidariza con dichos actos. Bien recientemente lo ha recordado el actual ministro del Interior, al citar la frase de lo que tiene in-mente de victoria: “Pretenden ganar la guerra que perdieron”.

El militarismo está impreso en la Constitución. Si el artículo 1º hace las alabanzas de rigor para acompasar la apertura del texto, el 2ª artículo señala que “La Constitución se fundamenta en la indiscutible unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles …”.

Una Constitución que consagra la inviolabilidad del rey, a su vez jefe del Estado y militar, es contraria al espíritu que debe llevar una democracia. La festividad militar y exhibición celebrada ya a víspera del 12 de octubre, dando brillo al fundador de la legión Millán Astráin, es el mejor énfasis del espíritu hitleriano de la misma.

La historia de la Raza pues, que se celebra con la defensa de un militarismo caduco y trasnochado, se presta a defender la antidemocrática afirmación de unidad, por quien la celebra y alardea sentir espíritu de raza y mantiene una unidad obligatoria, jerarquizada en una entelequia de monarquía gobernada por corruptos.

Pedro Esarte Muniain