Patrimonio / Ondarea

A propósito del chacolí de las merindades navarras de Pamplona y Sangüesa

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Ramón Ollacarizqueta, “Olla”, fue un conocido personaje en la Pamplona de la primera mitad del siglo XX. Tenía una pequeña carpintería en la calle San Agustín, enfrente del viejo Euskal Jai, histórico frontón donde nació el remonte, trágicamente derribado. Olla es conocido, entre otros méritos, por haber sido el compositor de las coplillas del “Pis pi ris”, según parece con la ayuda de Ignacio Baleztena (Pamplona, 1887-1972), polifacético abogado y político carlista, conocido como escritor con los pseudónimos de “Premín de Iruña” y “Tiburcio de Okabio” y autor del popular “Uno de Enero, dos de Febrero…”. El Pis pi ris se estrenó unos Sanfermines por las calles de Pamplona. En aquella ocasión Olla dirigió un coro de unos mil niños. La música la compuso Silvano Cervantes, director de la Banda Militar (Briñol Echarren, 1991). Su estribillo dice así:

Que viva, viva San Fermín/Pis pi ris, pis pi ris/Que viva viva San Fermín/Y también el chacolí.

La peña La Veleta, fundada en los años 30 del pasado siglo y ubicada en la calle Jarauta de Pamplona, fue una de las primeras cuadrillas sanfermineras modernas. Según parece fueron pioneros en el vestir de blanco y rojo, algo relativamente nuevo en las fiestas pamplonesas. La guerra del 36 y su salvaje represión acabó con ella. Los pocos que salieron con vida fundaron otra peña similar, La Saeta, que tampoco tuvo larga vida (Briñol Echarren, 1991). La letra de su himno decía así:

Viva la alegría/ de los veleteros/ Hay que divertirse/ y saber vivir/ Si con las canciones/ se seca la boca/ la remojaremos/ con el chacolí.

La mayor parte de la música y letras de los himnos de la peñas sanfermineras actuales fueron compuestas por el maestro Manuel Turrillas (Barasoain, 1905 – Pamplona, 1997), uno de los más conocidos autores de música para banda en Navarra, creador asimismo del himno del Club Atlético Osasuna.

En los años 40 los de la peña El Bullicio repetían:

¡Que Viva San Fermín/ la Peña El Bullicio/ y el rico chacolí!

En el himno de la peña Anaitasuna se canta:

Cositas tiene Pamplona que no las tiene Madrid/ Unas chicas como soles y el famoso chacolí/ Y lo mejor de este mundo, las fiestas de San Fermín.

Los del Muthiko Alaiak, sociedad cultural fundada por Ignacio Baleztena en 1934, cantan:

Los del Muthiko dicen este año/ que ante los toros no van a correr/ porque los echan afeitadicos/ y ellos el maula no quieren hacer./ Van a ir a verlos desde el tendido/ con una bota de buen chacolí/ y mientras uno canta la jota/ otro da vivas al gran San Fermín/

Y los del Bullicio Pamplonés:

Ay Juantxo que te pasa, que estás txotxolo/ Que por la calle te ibas hablando solo/ Decirle con Bullicio, beber chacolí/ Ahora cabeza alegre, ¡¡¡Gora San Fermin!!!

Etc. A la vista de estas letras, una de las preguntas que quizás más de un lector puede hacerse es la siguiente: ¿A qué chacolí1 se refieren estas y otras canciones? ¿Se trata del chacolí que, amparado bajo tres denominaciones de origen, se produce en parte del área atlántica de Vasconia? La respuesta es negativa. El chacolí al que tan apasionadamente canta la mocina pamplonesa no es sino el vino que antaño se elaboraba en grandes cantidades en los alrededores de Pamplona y en otros muchos lugares de su merindad y de la de Sangüesa.

Fig. 1.- Ámbito geográfico aproximado del chacolí en la Alta Navarra (Nafarroa Garaia) hasta tiempos recientes. (Modificado de Astibia, 1992).

Y es que hasta los años 60 del pasado siglo y no digamos antes del desastre de la filoxera, en la práctica totalidad de los pueblos de las Cuencas de Pamplona (Iruñerria) y Agoitz y valles colindantes (Gesalatz —merindad de Estella—, Ollo, Ezkabarte, Esteribar, Izagaondoa, Untziti, Urraul Goiti, Ibargoiti, etc.) había muchas viñas (Fig. 1). Actualmente, debido a los profundos cambios acaecidos en el medio rural y a la creciente urbanización del territorio, éstas casi han desaparecido. Es muy numerosa la toponimia alusiva a la cultura vitivinícola en toda la zona (Kapana, Ardantzeondoa, Ardantzepea, Moskateldegi, etc.). Al vino de dicho territorio siempre2 se le ha llamado chacolí, palabra que, sin embargo, parece haber desaparecido en las numerosas publicaciones recientes sobre el vino de Navarra.

El chacolí que nos ocupa, de mayor acidez y de menor graduación alcohólica que los vinos más meridionales de Navarra, es mayoritariamente tinto o tirando a tinto (txakolingorri) y, a diferencia del producido en Bizkaia, Gipuzkoa y Álava, se ha venido haciendo con cepas típicas de la vertiente mediterránea del país, sobre todo garnacha y tempranillo.

El editor bilbaíno García (1902), en su Guía Comercial Vasco-Navarra, menciona que Pamplona: “Produce en su término algunos cereales, vino-chacolí, hortalizas, frutas y legumbres”.

En la Monografía Agrícola de Navarra (Diputación de Navarra, 1915, pág. 292) se indica que “…en Navarra el cultivo de la vid se extiende por sus comarcas de modo que es posible en la provincia la obtención de toda clase de vinos. Desde el exquisito chacolí de 8˚ y 9˚ de alcohol al vino de 15˚ y 16˚, más esos espumosos, rancios dulces y moscatel…” Bengoa (1977) afirma que: “De todas formas contamos con unos tintos notables, finos rosados y agradables chacolíes.”

Las voces chacolí y chacolín están recogidas en la Gran Enciclopedia Navarra (1990), aunque sólo sea para constatar el declive de este vino: “Aunque todavía se siguen cosechando, los chacolingorris de calidad, como los que se hacían en Unciti e Izagaondoa y sobre todo los blancos de Villava, que dieron lugar a un excelente champán —se refiere al conocido “Champán Ezcaba” elaborado por Bodegas Navarras S. A. Hijos de Pablo Esparza—, han desaparecido”.

Julián Rubio en su Guía de Navarra de 1952-1953 citaba todavía 19 cosecheros de chacolí en la zona propia de este vino, sin contar los bastantes más cosecheros de vino en las mismas y otras muchas poblaciones de la misma área geográfica que, aún vendiendo el mismo producto, quizás preferían aparecer de la segunda manera. En numerosas ocasiones, los mismos productores aparecen de las dos formas. Las 19 poblaciones y cosecheros de chacolí explícitos eran los siguientes:

Biurrun (Miguel Navarcorena, Hipólito Loitegui, Miguel Otazu), Badoztain (Florentina Gorráiz, Francisca Olave, Agustín Osácar), Burlada (Fermina Aguinaga, Julián Lecumberri, Juan Uli, Marcelo Zazpe), Noain (Policarpo Leyún, Miguel López), Uharte (Marcelino Galar), Erize ( Jesús Miranda, Victoriano Andueza, Miguel Peruchena), Ariz (Víctor Aizpún), Lete (Daniel Alvar, Hermenegildo Ripa, Juan Ripa), Otsobi (Ricardo Ederra, Ambrosio Azcona, Francisco Amézqueta), Saratsa (Vda. de Sagüés, Simón Lumbier, Fermín Ibero), Anotz de Ollo (Jesús Echarren, Daniel Munárriz), Arteta (Angel Larumbe, Daniel Gainza), Beasoain (Clemente Aizpún, Saturnino Ollo), Egillor (Anastasio Erdozain, Félix Osinalde), Iltzarbe (Raimundo Ollacarizqueta), Saldise (Martino Azpíroz, Policarpo Ilzarbe), Ultzurrun (Anastasio Ezcurra, Paulo Oroquieta), Artaitz (Argimiro Aldaba, Jesús Cabodevilla, Francisco Braco), Atarrabia-Villava (Toribio Indurain, Venancio Vidaurreta, José Satrústegui).

En la siguiente edición de la mencionada guía, Rubio (1963) son 16 las localidades altonavarras en donde vuelven a parecer varios cosecheros de chacolí.

Lógicamente, además de los cosecheros, es decir de aquellas personas que vendían chacolí, había bastantes agricultores que tenían algo de viña y lo elaboraban para consumo doméstico. En las casas de mi madre, natural de Zizur Menor (Zizur Txikia) y de mi abuela paterna, de Atarrabia-Villava, se hacía chacolí. Los años en que la producción era grande solían vender parte de la misma en Pamplona. Todavía en los años 60 del pasado siglo había entre Mendillorri, lugar del valle de Egues donde me crié, hoy convertido en populoso barrio de Pamplona, y Badoztain unas cuantas viñas. Los colonos del palacio de Mendillorri, ofrecían chacolí a las visitas. Algunos obreros de la cercana Tejería de Segura hermanos, ya desaparecida, iban al palacio a llenar las botas (Ibarra, 1995).

Fig. 2.- Viña tradicional de chacolí en Bidaurreta (Etxauribar, Nafarroa). Pequeña plantación moderna y racimos de garnacha en Mutiloa (Aranguren, Nafarroa).
Fotos: Humberto Astibia Aierra.

En un trabajo precedente sobre el chacolí altonavarro (Astibia, 1992) se recogen los nombres y testimonios de algunos agricultores, que hace dos décadas aún producían chacolí para su propio consumo o lo habían hecho en otros tiempos. Hoy, las llamas de la producción y la memoria del chacolí, aunque muy tenues, todavía se mantienen (Fig. 2).

En tiempos llevaba fama el chacolí de las faldas del monte Ezkaba, en las mugas de Iruñea3. Madoz (1845-1850, pág. 299), que cita la producción de chacolí en las localidades de Esparza de Galar, Muru-Astrain, Ibiriku y Oltza, refiriéndose a Pamplona, no duda en afirmar que “hay bastantes viñas que dan vino chacolí, el cual bien tratado puede competir para el uso ordinario con otros extranjeros de nombradía. Distínguese sobre todo el que se recoge en el término de Ezkaba”. El chacolí de Francisco Sarasíbar, del palacio de Antsoain, población cuyo casco antiguo se ubica en la base sur de dicho monte, fue premiado con una medalla de plata en la Exposición internacional —Exposición nacional de vinos— de Barcelona de 1929 (Fig.3).

Fig. 3.- Etiqueta de Chacolí de Ezcaba, elaborado por D. Francisco Sarasíbar de Antsoain (Nafarroa), premiado en la exposición de vinos de Barcelona de 1929. Recientes todavía los estragos de la filoxera en el viñedo navarro, en esta etiqueta se indican la variedad de Vitis vinifera, garnacha, con la que está elaborado el chacolí y la especie de vid americana resistente a la plaga, Vitis riparia, utilizada en la plantación como portainjetos.
Foto: Colección del autor, por cortesía de la familia Sarasíbar de Antsoain, Nafarroa.

Quien fuera político y alcalde de Pamplona, Miguel Javier Urmeneta (Pamplona, 1915-1988) recoge en sus memorias la imagen de aquellas viñas: “mirábamos el campo de la Cuenca. Estaba lleno de sol que nacía de color rubio. Se veían muy bien las viñas del chacolí de San Cristóbal y Ezcaba” (Urmeneta, 1991). El recuerdo sigue vivo. En 1999 el ayuntamiento de Berriozar acordó incluir en su comparsa de gigantes dos nuevas figuras, antaño típicas de la Cuenca de Pamplona: un pastor y una vendimiadora, evocadores del pastoreo y la recogida de uvas de las viñas con las que se elaboraba el afamado chacolí de Ezkaba (www.berriozar.es).

En las primeras décadas del siglo XX la venta de chacolí se anunciaba continuamente en los periódicos navarros. En Pamplona se vendía al chiquiteo en muchas tabernas del casco viejo. Además, existían los chacolís o chacolines, establecimientos austeros de mobiliario y comida donde se vendía este vino, muchas veces hecho por los propios dueños. Cuando hacia la primavera abrían el local, colocaban en la puerta un lienzo blanco, indicativo de que ya se podía entrar a beber chacolí. El recordado doctor e historiador local José Joaquín Arazuri (Pamplona, 1918-2000) menciona el nombre y ubicación de algunos de estos chacolines. También en la ya citada Gran enciclopedia Navarra se mencionan estas bodegas. Tales eran, entre otros, los chacolís de Casa del Capitán, Galbete, Iribarren y el Sastrico, en la calle de las Pellejerías, los de Mientefuerte, San Lorencico y Subiza, en la calle San Lorenzo, el de Sanz, en la calle San Nicolás, último en tener en su puerta el letrero de “Vinos del cosechero”, el de Jaúregui en la calle Campana, el famoso de Culancho, de boveda gótica, en las Tecenderías, Aldaz, en la calle Curia, etc. Próximos a la ciudad y muy frecuentados por los irunshemes estaban los de Beriain y Mina en Artika, el de Juvenal en Ainzoain, Badarán en Berriozar, la Venta de Orkoien, etc. (Arazuri, 1995; Gran Enciclopedia Navarra, 1990).

El escritor Miguel Sánchez-Ostiz (2004) menciona este mundo en su obra Liquidación por derribo: diarios, 1999-2000: “A lo lejos se ven los montes de Ezkaba, en donde todavía se advierte la traza de las viñas que servían para hacer el txakolin que vendían en los txakolines del Casco Viejo, las puertas guardadas con una cortina de lienzo blanco: txakolines del lienzo blanco”. Hoy contrasta la abundancia de pseudo-sidrerías y pseudo-pubs, con la falta de proyectos empresariales encaminados a recrear los chacolís (txakolindegiak), antaño tan típicos en la capital navarra.

Hasta aquí algunas noticias sobre el chacolí navarro de las merindades de Pamplona y Sangüesa, que aunque conocidas e, incluso, vividas por muchos, no deja de tener cierto interés el recordarlas. Hay todavía un amplio campo para la investigación y también para la práctica. Con ello se ha pretendido, modestamente, aportar algunos datos, a modo de breves pinceladas, al conocimiento del mundo del chacolí, un ámbito que, como ocurre con otros muchos de la cultura vasca, es más diverso de lo que algunos estereotipos actuales nos vienen transmitiendo.

Agradecimientos

A Luis Miguel Astibia, Julia Fernández, José Miguel Martínez Urmeneta, Xabier Orue-Etxebarria y Xabier Pereda Suberbiola, por sus valiosos comentarios y la revisión crítica del manuscrito.

Humberto Astibia


Las centrales hidroeléctricas de Orotz-Betelu y Olaldea

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Las centrales hidroeléctricas de Orotz-Betelu y Olaldea en el río Irati constituyen dos importantes muestras del Patrimonio Industrial en Navarra. Todavía en funcionamiento, por su antigüedad, más de cien años de actividad, y por su belleza constructiva, interior y exterior, deberían ser objeto de protección

El descubrimiento y desarrollo de la electricidad que se produjo en la segunda mitad del siglo XIX tuvo una influencia decisiva en el desarrollo de la sociedad moderna. La electrificación no solo fue un importantísimo proceso tecnológico, sino que supuso un verdadero cambio social de implicaciones extraordinarias, comenzando por el alumbrado de ciudades y pueblos, siguiendo por grandes cambios y mejoras en los procesos industriales (la aparición del motor eléctrico puede considerarse como el responsable de la llamada segunda revolución industrial) y en las comunicaciones (telegrafía, telefonía, radio etc). Un hecho fundamental fue descubrir que la electricidad podía producirse aprovechando la fuerza del agua para hacer girar una turbina que conectada a una dinamo iba a poder convertir la energía mecánica en eléctrica. De esta forma, muchos de los pequeños saltos hidráulicos de molinos harineros, batanes y ferrerías iban a transformarse y constituirse en productores de energía eléctrica.

A finales del siglo XIX y principios del XX se formaron en Navarra, como en todo el mundo, múltiples sociedades que adquiriendo el derecho de aprovechamiento de las aguas de sus ríos, instalaron centrales para la producción de electricidad en muchos de ellos. El río Irati fue uno de los grandes protagonistas, llegando a poseer hasta una docena de instalaciones, pertenecientes a distintas sociedades. Dos de las más antiguas, las de Orotz-Betelu de 1901 y Olaldea de 1913, aún siguen activas más de un siglo después. Como vamos a ver, ambas centrales se crearon a expensas de dos sociedades diferentes, Electra Irati la primera y Múgica, Arellano y Cía. la segunda. Hemos relatado en otros trabajos que la Papelera Navarra creada en 1847 y con sede principal en Atarrabia poseía, además, desde 1894 una fábrica de pasta de papel en Olaldea, barrio perteneciente al municipio de Orotz-Betelu. Y tanto en la Electra Irati como en la propia Papelera, tenía gran peso como accionista el ingeniero villavés Serapio Huici. Finalmente, tras la creación de Papelera Española SA, que incluía las instalaciones de La Navarra en Villava y Olaldea, éste gran trust papelero terminaría adquiriendo ambas centrales eléctricas en 1917. Setenta años después, en 1988, fueron vendidas a EHN (Energía Hidroeléctrica de Navarra SA) y en la actualidad son explotadas por Acciona.

La historia de la más antigua de las centrales del Irati comienza en julio de 1900 cuando se constituye en Pamplona la sociedad mercantil anónima Electra Irati. Entre sus socios se encontraban, entre otros, el ingeniero Serapio Huici, el médico Joaquín Gortari, el comerciante José Irurzun y el abogado Miguel Uranga. Previamente, en febrero de ese mismo año, la sociedad colectiva Huici y Uranga había adquirido los derechos de explotación de un salto de agua en jurisdicción de Orotz-Betelu. En el mismo acto de su constitución, Electra Irati compró esos derechos a sus accionistas Serapio Huici y Miguel Uranga por 16.000 pesetas. El proyecto inicial, luego ligeramente modificado, constaba de una presa situada en el río Irati en el término de Arrepraiz del barrio de Olaldea y de un canal de 1.888 metros que discurriría por la orilla derecha del río, terminando éste en una pequeña cámara reguladora.

Desde allí, una única tubería de un metro veinte de diámetro interior, que en su final se bifurcaría en dos, alimentaría las dos turbinas Voith de árbol horizontal, con sus correspondientes dinamos de corriente alterna. Como gran novedad, se instalaron tres transformadores Schucker, sumergidos en aceite, los primeros en el estado, capaces de elevar la potencia de dos mil a veinte mil voltios, potencia necesaria para poder llevar la corriente hasta la fábrica de papel de Villava. El cable de 32 kilómetros de longitud, sostenido cada 40 metros por postes de roble y pino, iba por Muniain, Nagore, Zazpe, Ozkaritz, Erredin y siguiendo Eguesibar hasta Atarrabia. Tras alimentar a la papelera continuaba hasta la fábrica de electricidad que la empresa La Electricista tenía en el barrio pamplonés de la Magdalena, junto al Molino de Caparroso y a quien también debía suministrar.

Disponía, además, de un transformador para suministrar corriente para el alumbrado del propio pueblo y de un motor trifásico capaz de poner en movimiento su molino harinero. La instalación se completó con una línea telefónica con 4 estaciones sistema Hunting, la central primaria en Orotz y terminales en la fábrica de pasta de Olaldea, en la de Villava y en La Electricista de Pamplona. Como testimonio escrito del comienzo de la producción de electricidad, el 10 de Noviembre de 1901 el Alcalde D. Francisco Lecumberri y Oroz editó un, cuando menos curioso, bando que decía textualmente: “Hago saber: que desde ayer día nueve del actual se transmite la corriente eléctrica hasta la Fábrica de Villava por el cable que está instalado de la central de esta jurisdicción hasta dicha fábrica de papel; y el que tocase dicho cable quedará instantáneamente carbonizado en el acto a cenizas. Lo que hace saber para que nadie alegue ignorancia de lo que le sucederá si toca el expresado cable”. Apenas un año después, en diciembre de 1902, la recién constituida sociedad Papelera Española que agrupaba a una buena parte de las fábricas de papel del estado, arrendó todas estas instalaciones descritas a la Electra Irati por 80.000 pesetas anuales durante veinte años. Eso implicaba que Papelera Española debía asumir todas las obligaciones adquiridas con el Ayuntamiento de Orotz, con la sociedad del molino y con La Electricista. Como no podía ser de otra forma, el motor de esta operación había sido, una vez más, Serapio Huici, accionista importante de ambas sociedades.

La noche del día nueve de mayo de 1914 una chispa en uno de los transformadores de aceite, ocasionó la explosión del mismo. Las llamas se extendieron por todo el edificio rápidamente, sin que los intentos de sofocar el fuego surtieran efecto. En apenas cuatro horas de la fatídica noche, la sala de máquinas quedó totalmente destruida. El teléfono quedó inutilizable y un mensajero tuvo que bajar, raudo, hasta la central de Artozki para desde allí dar aviso del siniestro al Sr Doria, en aquel momento director de la fábrica de Villava. Al amanecer, éste partió en automóvil hacia Orotz; para entonces las llamas habían cesado.

No se había salvado absolutamente nada, solo quedaban en pie las humeantes paredes. Por suerte no hubo daños personales, pero las cuantiosas pérdidas se calcularon inicialmente en más de cien mil pesetas. Tras la reconstrucción de la instalación y varios años antes de cumplir los veinte del contrato estipulado, en 1917, el arrendamiento a Papelera Española se convirtió en compra por el precio de un millón ciento sesenta mil pesetas. Más de tres décadas después, en 1951, se dotó a la Central de un nuevo motor, cuya potencia superaba a la de los tres iniciales en su conjunto, se colocó un segundo tubo desde el depósito y se amplió el edificio quedando como está en la actualidad.

Corría el año de 1910 cuando Papelera instalaba una novedosa máquina de papel continuo en la factoría de Olaldea y dentro de sus objetivos de expansión y reorganización estaba pensando en una gran planta papelera en Errenteria. Las necesidades de energía eléctrica iban a multiplicarse para lo cual se puso en contacto con la sociedad Múgica, Arellano y Cía que era la concesionaria de los derechos del aprovechamiento de agua del Irati entre Garralda y Olaldea. Esta compañía ya tenía proyectada una central eléctrica en Olaldea, para lo cual, incluso, había comprado ya los terrenos al propietario oroztarra Leopoldo Garmendia.

400.000 pesetas
La compra de la concesión y del proyecto ya casi redactado, le costó a Papelera la nada despreciable cantidad de un millón cuatrocientas mil pesetas. En dicho proyecto, la presa que alimentara el canal debía situarse en el término de Betebi, perteneciente al Ayuntamiento de Garralda justo debajo de Ariztokia, en donde se encontraba el molino propiedad de la Sociedad La Garraldina. Además, una buena parte del canal iba a recorrer terrenos comunales de Garralda por lo que el Ayuntamiento de dicha localidad exigió como contrapartida el suministro de alumbrado público al pueblo, a su escuela, su casa consistorial e iglesia. Por la concesión del aprovechamiento de las aguas, La Garraldina exigió a Papelera la instalación de la maquinaria y la energía eléctrica para la puesta en marcha de un nuevo molino, esta vez situado en pleno núcleo urbano de Garralda. El resto del canal, de una longitud total cercana a los cuatro kilómetros, hasta Beroki en Olaldea debía hacerse por terrenos comunales de Orotz.

La realización de las obras de la presa de Betebi, canal y casa de máquinas se encargó a la empresa constructora Erroz y San Martín constituida en 1911 por Melchor San Martín, su hijo Julio y Secundino Erroz. Melchor San Martín, cantero de Iriberri Deierri instalado en Olaldea desde la construcción de la Fábrica de Pasta en 1894, tenía además comercio de comestibles y panadería. La empresa de construcción fundada por él y su hijo, todavía activa, ha llegado a adquirir gran prestigio. Desde el depósito un gran tubo metálico de un metro de diámetro alimentaba en una caída de 50 metros los tres grupos de turbina y alternador de 500 caballos de potencia cada uno. La casa de máquinas fue construida con todo lujo de materiales y detalles al estilo de la época. Magnificas vidrieras, entarimados, paredes de azulejos decorados, que junto con las turbinas, transformadores e instrumentos de medida forman un fantástico conjunto de gran valor patrimonial que, además, se conserva en magníficas condiciones. Una de las turbinas Voith Heidenheim (la nº 4839) hoy día, cien años después, todavía es puesta en funcionamiento cuando se considera necesario.

La central de Olaldea comenzó a producir el 1 de agosto de 1913 con Bibiano Nicolás Noain Monaut como encargado del cuadro general y sus primos Pedro y Martín Noain Lecumberri como ayudante de la Central el primero y como Guarda del canal el segundo. Sólo un año después, Papelera cerraba su factoría de Olaldea, con la consiguiente pérdida del trabajo de casi doscientas personas. A partir de entonces fue la Central hidroeléctrica el único lugar donde trabajar por cuenta ajena. A lo largo de una buena parte del siglo XX la Central dio trabajo a más de una docena de empleados simultáneamente que, en turnos, mantenían activa la producción las 24 horas del día.

Para el resto de habitantes sólo quedó la emigración o la precaria economía de subsistencia del caserío. A finales de los años cuarenta, Papelera puso en marcha, en unión con la sociedad El Irati, las centrales de Irabia y Betolegi que quedaron interconectadas con las de Olaldea y Orotz Betelu. Desde ésta última se levantó una línea de alta tensión que a lo largo de más de setenta kilómetros, atravesando los valles de Erro, Baztan y la cuenca del Bidasoa, llevaría la corriente hasta la planta papelera de Errentería. También, como la de Orotz, la central de Olaldea fue ampliada en los años sesenta, con la colocación de un segundo tubo y nuevos motores. Todas estas centrales y la citada línea de alta tensión siguen funcionando en la actualidad, siendo propiedad de Acciona. Hoy totalmente automatizadas, un único empleado se encarga del mantenimiento y correcto funcionamiento de todas ellas.

En el año 2000 se creó un Plan Nacional de Patrimonio Industrial, amparado en la Ley 16/1985 de Patrimonio Histórico Español. En dicho plan se hizo un listado con las 46 actuaciones que se consideraron prioritarias en vías de su protección, listado que se publicó en 2001. En Navarra figuraron dos propuestas: el Trujal de Cabanillas y las Centrales Eléctricas del Irati, especificándose que quedaba pendiente de completarse la documentación. En la revisión del plan realizada en 2012, se confirman las actuaciones en 26 de los 46 lugares propuestos. Nada se sabe, ni se ha sabido, de las propuestas sobre las centrales del Irati. Es más, durante ese periodo algunas de ellas fueron demolidas antes de proceder al llenado del embalse de Itoitz. Quizás haya llegado el momento de que desde el Gobierno de nuestra comunidad se tomen medidas en aras a la protección, conservación, uso y divulgación de estos importantes lugares de nuestro patrimonio industrial. La Central de Orotz Betelu por ser la más antigua de las existentes en el Irati y la de Olaldea por su extraordinaria belleza constructiva tanto exterior como interior, sin duda se lo merecen.

Bibliografía básica

‘Orotz-Betelu y Olaldea, una historia industrial a orillas del Irati’. V.M. Egia. Editorial Nabarralde. 2011

Víctor Manuel Egia Astibia/Sociedad de Estudios Iturralde Elkartea – Diario de Noticias, 24 de Diciembre de 2016