Opinión / Iritzia

Xavier Mina, patriota e internacionalista

XMina

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Jesús Valencia. Otano, pueblecito enclavado en las estribaciones de la sierra de Alaitz, domina la extensa planicie del valle Elorz. Sus pocas viviendas y su única calle constituyen el referente originario de la trayectoria biológica e insurgente de Xavier Mina; mozo navarro y euskaldun que soñó con un mundo sin oprimidos ni opresores: «Corrí al lugar de mi nacimiento para organizar cuerpos de voluntarios».

Comenzaba el siglo XIX y hechos alarmantes convulsionaban nuestra tierra. Los ejércitos napoleónicos campaban a sus anchas alterando la vida de los pueblos y extorsionando a sus pobladores. El poder militar de los intrusos era ostentoso pero la dignidad de nuestros paisanos no era menor. Bastó que los Mina se alzasen en armas para que les secundaran un tropel de patriotas; de esos que hacen patria defendiendo la tierra y las gentes amenazadas. Con varios siglos de por medio, volvía a emerger la justa rebeldía de los Infanzones: «Sed gentes libres para que vuestra patria también lo sea». Pueyo, Aezkoa, Sangüesa, Puente la Reina fueron testigos de la audacia del Corso Navarro que enardecía a propios y acosaba a contrarios. Cada sabotaje reforzaba el liderazgo del joven Xavier que demostraba, a un mismo tiempo, audacia, simpatía, capacidad de mando y generosidad.

El ejército francés lo capturó en Labiano y lo trasladó a Paris. La dispersión –canallada antigua– no resquebrajó su moral; por el contrario, reafirmó sus convicciones libertarias y enriqueció sus estrategias militares. Regreso a Navarra tras cuatro años de cautiverio y el devenir político lo abocó a otro nuevo reto. Fernando VII, conocido como «el deseado», resultó ser un cretino; absolutista y despótico, se ensañó contra el mismo pueblo que lo había reclamado. Parece ser que los gobiernos impopulares de los borbones vienen de lejos. Mina ocupó Iruña para que se refugiaran en ella quienes huían del tirano. Fracasó el pronunciamiento y los alzados –precursores de otros muchos– tuvieron que huir. Xavier encontró en el exilio la supervivencia y el apoyo que necesitaba para reanudar sus luchas libertarias. Quien se enamora de la justica, la corteja hasta la muerte.

Londres, primero, y las costas americanas después, le reconocieron como líder revolucionario; curriculum de sobra acreditado a pesar de su juventud. Haciendo gala de él, encabezo a 300 internacionalistas que –utópicos y generosos– quisieron contribuir a la liberación de Méjico: «Mis principios me han decidido a separarme de España y a adherirme a América para cooperar en su emancipación». No se imaginaba que, doscientos años más tarde, aquel empeño por separarse de España pudiera estar tan arraigado en su tierra.

La expedición surcó el Atlántico y, a pesar de las cautelas de los realistas, consiguió desembarcar en tierras mejicanas. Los insurgentes no daban crédito a lo que veían ¿cómo era posible que llegasen de Europa gentes amigas cuando eran europeos quienes los habían colonizado y sometido? Cuando Mina pisó tierra sojuzgada lanzó esta proclama: «La causa de los americanos es justa, es la causa de los hombres libres. La patria no está circunscrita al lugar en que hemos nacido, sino más propiamente al que pone a cubierto nuestros derechos». Durante varios meses tuvo en jaque a las tropas realistas y levantó la moral de las insurgentes. Lamentablemente –como luego sucedería con el Che– Mina fue apresado temprano y con vida. Mientras se despedía en euskera de sus compañeros, el virrey redactaba la condena de muerte. Los realistas, que le habían dedicado epítetos vejatorios en vida, le prepararon una ejecución infamante por la que él protestó: de rodillas y de espaldas. Era la suerte que la Metrópoli reservaba a los traidores; y los internacionalistas suelen ser catalogados como tales. El navarro, como después hiciera el argentino, se dirigió a sus verdugos para exigirles que actuasen con precisión.

¿La vida de Mina, corta e intensa, fue un fracaso? Ahí están los resultados. Su sacrificio reactivó la lucha insurgente que, tras la ejecución de Morelos, atravesaba un mal momento; los patriotas arrollaron a los españoles y México, cuatro años más tarde, accedió a la independencia. Por lo que se refiere a Euskal Herria, sigue siendo un semillero de internacionalistas; gentes que, como dijera Pakito Arriaran, tienen «dos patrias para amar y un mundo por el que luchar».

En su Proclama, Mina les pedía a los mexicanos: «Permitidme participar de vuestras tareas, aceptad los servicios que os ofrezco y contadme entre vuestros compatriotas. ¡Ojalá acierte yo a merecer este título!». Lo ha logrado con creces. Consta en la lista de los héroes nacionales, reposa en el lugar más solemne de la República, pueblos, calles, colegios mantienen viva su memoria. El día 1 de julio, un representante del México combativo –Fernando Muñoz Yánez– se acercará a Otano para formalizar la hermandad entre su pueblo y el nuestro. Un reconocimiento a Mina y al internacionalismo solidario plasmado en esta frase que nos honra: «Del pueblo de México a su héroe navarro, Xavier Mina».


 

La Batalla de Noain

BatalladeNoain-2017

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Tasio Agerre. EL 30 de junio de 1521 sucedió la batalla entre las tropas castellanas y las de Navarra en las campas de Eskiroz y Noain. Nueve años antes, el duque de Alba había invadido el reino navarro y había rendido su capital, Iruñea. Desde entonces, los esfuerzos por recuperar la independencia se habían sucedido, uno tras otro, y habían fracasado. La guerra se prolongaba. Aquel año de 1521, la rebelión de los comuneros en Castilla obligó al ocupante a retirar sus fuerzas y dirigirlas contra la revuelta, con lo que se debilitó el control español sobre el reino. Los navarros aprovecharon la ocasión para intentar una nueva ofensiva. A las órdenes del general Asparrós, una fuerza compuesta de navarros, gascones y franceses aliados liberó Donibane Garazi y atravesó los Pirineos. A la vez, las poblaciones ocupadas se rebelaron y expulsaron a los españoles, como ocurrió en Lizarra. En Pamplona, los propios sublevados hirieron al militar español Ignacio de Loyola en el ataque al castillo donde estaba acuartelado.

Una vez dominada la rebelión comunera en Villalar, el Ejército imperial volvió a invadir Navarra. La independencia apenas había durado un mes. El general Asparrós, que había avanzado hasta Logroño, antigua ciudad navarra que intentó tomar, se retiró hacia Pamplona. En Noain, junto al castillo de Tiebas, estableció su campamento. El Ejército español, engrosado con los vencidos de Villalar, reunía una tropa de 30.000 soldados. Una columna dirigida por Francés de Beaumont atravesó por senderos de pastor la sierra de Erreniega y atacó por la retaguardia al Ejército navarro, cerrándole la retirada e impidiéndole el paso hacia Pamplona.

La desproporción de fuerzas (se calcula que el Ejército navarro sumaba apenas unos 8.000 hombres) decidió el resultado de la batalla. Unos 5.000 soldados murieron en aquel día, y se desbarató la mayor milicia reunida en la guerra por la independencia del reino.

Después de la derrota de Noain, la lucha por liberar el territorio navarro se prolongó durante varios años, con episodios célebres como la toma del castillo de Amaiur o la batalla de Hondarribia. Amaiur es el símbolo por excelencia de la resistencia épica de Navarra frente a un invasor abrumadoramente superior. En Hondarribia, los navarros se atrincheraron tras las murallas y dos años y medio de asedio dan fe de su voluntad de combatir. En la encarnizada disputa por esta plaza ocurrieron los hechos que hoy, con ignorancia y vergüenza, se celebran como motivo del alarde de Irun. Pero tanto en Amaiur como en estas otras escaramuzas. la guerra militar, por heroica o desesperada que fuera, estaba acabada. Noain marcó el cenit de la guerra abierta entre Navarra y España.

Noain es uno de los principales escenarios de nuestra historia, el lugar en el que la decisión de la población navarra por mantener su independencia fue aniquilada. Navarra era la heredera de la antigua Vasconia, el territorio en que se mantuvo un poder soberano y unas instituciones políticas asentadas, y llegó a la Edad Moderna como un Estado europeo homologado, con una población y una cultura propias. Como en toda historia pasada, el anacronismo o el presentismo con que la interpretamos representa un peligro en el sentido de trasponer épocas, figuras, conceptos políticos, clases, instituciones y demás circunstancias. Como ocurre en todos los lugares y con todas las historias del mundo. Pero más allá de estas lecturas simplistas o manipuladas, Noain es uno de los hitos que explican nuestro pasado, que conducen al presente, y que representan a las claras que los vascos tuvimos un Estado propio, una independencia que fue arrebatada por las armas por un imperio español agresivo, genocida, en auge en aquella época.