Opinión / Iritzia

Arturo Campión, el Maestro

Arturo Kanpion

Arturo Kanpion


 

Jose Mari Esparza. Un firma trémula de un hombre anciano y ciego, que contradecía toda una vida, fue motivo de una campaña propagandística propia de las situaciones de guerra

Nació en la pamplonesa calle Chapitela, en 1854. Gran polígrafo, sin duda la mayor figura literaria de Navarra en el siglo XIX y una de las más señeras de nuestra cultura. Concejal de Pamplona, diputado a Cortes por Navarra y senador por Vizcaya, filólogo, historiador, novelista, polemista político. Cerca de noventa publicaciones tanto en euskera como en castellano hacen de él una referencia inevitable. Prócer de la navarridad vasquista, toda su obra rezuma amor a su patria Navarra, corazón de todo el pueblo vasco y lo sintetizó en el lema que fue su norte: «Euskal Herriaren alde». Dicen que estudió la lengua con tanto furor que en ocho meses consiguió editar la balada “Orreaga” en dialectos guipuzcoano, bizcaino, labortano y suletino y 18 variedades de Navarra. Tenía 26 años. Dos años antes había escrito su primer libro acerca de la cuestión foral y los carlistas. A los 27 comienza su serie de narraciones vascas, que se englobarán bajo el nombre de “Euskariana”. A los 30 publicó su gran “Gramática Bascongada de los cuatro dialectos literarios de la lengua euskara” y a los 39 años lo vemos enfrentándose en el Congreso español al odiado ministro Gamazo. Con 82 años publicó dos nuevos libros y murió dejando inconclusos varios más.

En su juventud se sintió republicano federal, aunque jamás perteneció a ningún partuartido. Abandonó el liberalismo porque, según él, ofrecía «una libertad falsa», pero nunca dejó de ser federalista, como medio de permitir «estados grandes sin menoscabo de nacionalidades pequeñas». Toda su vida trabajó obsesionadamente en la tarea de restablecer la foralidad, la lengua y las tradiciones arrebatadas, cimentando su discursos en su enorme capacidad para la investigación. Cultivó los estudios filológicos, jurídicos, antropológicos, históricos, literarios, políticos, la crítica musical y el arte.

Sus novelas son clásicos de amor a la tierra madre. Cuentos como “El último tamborilero de Erraondo”, “El Bardo de Izalzu” o “Pedro Mari”, emocionaron a generaciones de navarros. Campión llegó al alma de los archivos del Reino, y sus ensayos históricos le llevaron a la conclusión de que los mayores enemigos de Navarra habían sido y son los navarros, extraña maldición que nos acompaña y que tiene en el Conde de Lerín su máximo exponente. Por eso Campión acaba odiando los partidos unitaristas españoles y el jacobinismo centralizador, al que acusa de las guerras fratricidas de los vascos desde la Guerra de la Independencia. «Sobre el fiemo de la cuadras campaba el fiemo, mil veces más pestilente, de la política española», afirma en su novela “Blancos y Negros”, que para Unamuno fue «de lo más hermoso que en estos años se ha escrito en España». En ella, Campión examina los banderíos políticos de Navarra y la degradación moral y pérdida de identidad que acarrea el retroceso de la lengua. La escena del maestro que desloma a palos a un pobre niño, al que le ha encontrado el anillo delator de haber sido el último que habló vascuence en la escuela, resume todas las historias conocidas en las aldeas del país. Como solución, Campión, habla por boca del protagonista que se enfrenta por igual a carlistas y liberales: «Cese el grito de los partidos españoles y resuene el grito de la hermandad nabarra. Nada haré para dividir, cuenten conmigo para unir».

Frente al concepto de raza esgrimido por Sabino Arana, Campión antepone la lengua, las instituciones vascas y la Historia como argamasa de la nación. Creó la Asociación Euskara; fue académico de Euskaltzaindia; presidente de Euskal Esnalea, Euskal Erría, Sociedad de Estudios Vascos y Instituto de Estudios Históricos; miembro de la Academia de la Historia, de la Comisión de Monumentos de Navarra y fundador de Euskeraren Adiskideak, asociación borrada del mapa en 1936. En 1906 ya está cercano al nacionalismo, pero un nacionalismo no separatista, sino unionista, dentro de la Monarquía española, y «a ella agregadas, pero con vida propia garantizada por solemnes pactos, las naciones baskas».

El 13 de septiembre de 1936, el mismo día que los franquistas ocupaban Donostia, salió un comunicado hacia Pamplona para ser publicado el día 15 por el Diario de Navarra, en el que Campión hacía público renuncio del nacionalismo vasco y se adhería a la Junta Nacional de Burgos. Un firma trémula, de un hombre anciano y ciego, bajo un texto a máquina que él nunca pudo escribir, y que contradecía toda una vida, fue motivo de una campaña propagandística propia de las situaciones de guerra. El “Diario” hacía comentarios triunfales por la adhesión «a la empresa nacional española» del «Maestro», que recuperaba, según el “Diario”, el «verdadero espíritu» de Euskal Herria. Murió al año siguiente.

A causa del mensaje de todas sus obras, fue ignorado por la intelectualidad española, salvedad hecha de Pardo Bazán y Unamuno, que lo elogiaron. Durante el franquismo sus obras fueron censuradas. Su editor, Bernardo Estornés, afirmaba que hasta fue llamado a Madrid, acusado de provocar con ellas «impacto social». Emilio Majuelo le ha dedicado recientemente una interesante monografía.

Ahora leemos que también IU y el PSOE se oponen a la entrega de la Medalla de Oro de Navarra al navarro que posiblemente más se la merece. En días pasados, hablando de Cataluña, escribí un artículo titulado «El españolismo atonta». La ola de tontez ya ha llegado hasta aquí.


 

Xavier Mina: «Su nombre será grato a los amantes de la libertad»

XMina

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En 1824 Blanco White escribió estas palabras en Londres dedicadas al navarro Xavier Mina, como epitafio para un joven valiente cuya memoria habría de ser recordada por todos los que luchan por la causa de la libertad contra la tiranía en cualquier lugar del mundo, en todo tiempo. El Congreso mexicano le había declarado Héroe en grado heroico en 1823. Conseguida su independencia a sangre y fuego, soltaron las amarras coloniales del viejo imperio español moribundo, y nacieron las jóvenes patrias americanas que demostraban que Saturno no pudo devorar a sus hijos. Por la independencia de México, y de la América toda, el general insurgente Mina entregó su vida a los 28 años de edad, en 1817.

El Reino de España, cruel y vengativo, lo condenó al ostracismo e intentó borrar su nombre de la historia, después de que el ejército realista español lo fusilara por la espalda por alta traición, sedición y rebeldía, y enterrara su cuerpo destrozado en una fosa común en Pénjamo, Guanajuato. Ni siquiera el emperador Napoleón había sido tan cruel con su enemigo “brigante”, cuando el fundador de la guerrilla del Corso Terrestre de Navarra, Mina el mozo o el estudiante, fue apresado en Labiano en 1810 y encarcelado en el castillo de Vincennes durante 4 años como reo de Estado.

Hoy, para el Comité de Otano, su pueblo natal, Xavier Mina es uno de los mejores hijos de Navarra. El sábado 11 de noviembre, celebraremos en este pueblecito del Valle de Elortz el bicentenario de su ejecución en México. Será el primer homenaje que se le haga en nuestra tierra en 200 años. Un monolito de piedra con los escudos de México y Navarra, hecho por Eme el de Larraga, y una placa mexicana de cerámica de Guanajuato, recordarán su memoria en tres idiomas: euskera, castellano y nahualt. Tres culturas para honrar al héroe de dos procesos de independencia que abrazó sin dudar, buscando el bien común y la soberanía nacional.

Entre nosotros Xavier es prácticamente desconocido, y no es casual este olvido, pero en México está enterrado en el monumento al Ángel de la Independencia de México DF, lugar sagrado que comparten los próceres de la patria, trasladados de su anterior sepulcro en la catedral metropolitana. Mina da su nombre a calles, aeropuertos, colegios y pueblos del país hermano. Ha sido desde México desde donde nos han insistido y empujado a celebrar la vida de Xavier y a no olvidarle en su tierra natal, después de la visita de los representantes de la Casa de Todas y Todos en 2014.

Con muy pocos medios, pero mucha voluntad y trabajo, el pequeño comité de Otano ha establecido una agenda única con el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, máxima institución cultural del país, que ha celebrado en el Museo Nacional de Historia del castillo de Chapultepec unas jornadas sobre Xavier Mina, con reconocidos especialistas de las instituciones académicas más prestigiosas de la nación. También en Monterrey, Nuevo León, acaban de celebrar la memoria del Mina combatiente por la libertad contra la tiranía, tres museos de historia.

En nuestra tierra, se han realizado charlas, mesas redondas, retransmisiones y rutas en Orkoien, Iruña, Valle de Elortz, Dicastillo, y Universidad del País Vasco en Gasteiz, culminando el próximo sábado en Otano la celebración del Bicentenario. Tal vez se noten ausencias académicas e institucionales navarras a las que no hemos sabido convencer, pero nos damos por satisfechos, porque creemos que el mejor homenaje que podemos hacer a Xavier Mina, es el que nace del pueblo y reúne, doscientos años después, a todos los amantes de la libertad, como anticipó Blanco White.

En esta Navarra amante de sus libertades, todas y todos estáis invitados a recuperar a Xavier definitivamente para nuestra memoria colectiva, colocando en un lugar especial entre la cabeza y el corazón al guerrillero de Otano que, enfrentándose a la tiranía de un Borbón, internacionalizó la libertad de su tierra, cuando proclamó que “la patria no está circunscrita únicamente al lugar en que hemos nacido, sino más propiamente al que pone a cubierto nuestros derechos individuales”.

¡Salud y libertad, Osasuna eta askatasuna! ¡Gora Mina!

María José Sagasti Lacalle
Miembro del Comité de Otano y coordinadora con México del Bicentenario de la ejecución de Xavier Mina