Opinión / Iritzia

Mucho más que piedras

Castillo de Santiago (Pamplona)
Castillo de Santiago (Pamplona)

Ana Ibarra. Érase una vez un rey Luis el Hutín (Luis I de Navarra y X de Francia, de apodo el Testarudo), hijo primogénito de Felipe el Hermoso y de Juana de Navarra. Nació en París en 1289 y fue coronado rey de Navarra en Pamplona en el año 1307. Murió envenenado en el bosque de Vicennes la noche del 4 al 5 de 1316.
Por aquel entonces la ciudad de Iruña estaba dividida en tres burgos o pequeñas ciudades, independientes y enfrentadas, y la de Navarrería fue arrasada en 1276 -tras la guerra de los Burgos- por tropas francesas. El Hutín mandó edificar en 1308 un castillo que protegiera a la vieja ciudad entre las ruinas de Navarrería y San Nicolás, dando nombre a la actual plaza del Castillo. Llegaría la conquista de Pamplona por el duque de Alba en 1512 y Fernando el Católico mandaría levantar un nuevo castillo.

¡No me digan que no es apasionante nuestra historia! Todo el relato de nuestros orígenes se encuentra oculto bajo nuestros pies, como las raíces de los árboles, también el subsuelo pamplonés es un tesoro escondido. Como dice el historiador Iñaki Sagredo, la historia de Pamplona es la gran olvidada de siempre. Fuimos capital de un reino y prácticamente no tenemos restos medievales;están “todos eliminados”. Nos quedan del Medievo una colección de iglesias, conventos… pero ¿qué fue de aquellos años de gobierno en la capital del reino? En Navarra quedan en pie castillos enteros o piezas de valor (Amaiur es del siglo XII, Tiebas del XII, están Marcilla, Olite…). En Pamplona acaba de aparecer, en el subsuelo del antiguo hotel Quintana, uno de los torreones del viejo castillo del s XIV del que ni siquiera se conocía bien su ubicación. Hay trozos de la antigua muralla medieval de la ciudad en el parking plaza del Castillo, piedras del castillo de Santiago del s XVI en el parking de Carlos III, del baluarte de San Antón -siglo XVI- en Condestable, la torre de Galea -s. XI- en el hotel Pompaelo…

Y seguramente nos falta un trabajo de investigación minucioso y también un relato histórico unitario que tenga cabida en un espacio museístico donde poner en valor y contextualizar todo este patrimonio. Mucho más que piedras. Y en el corazón del Reino.


 

Iruña, capital vasca

jose_mari_esparza
jose_mari_esparza


Jose Mari Esparza Zabalegi. Perdonen los lectores y lectoras, pero otra vez toca escribir perogrulladas. UPN y PP han solicitado la declaración de persona no grata para Arantxa Tapia, consejera del Gobierno Vasco, por haber dicho que Pamplona es una “capital vasca”. Así que vuelta la burra al trigo. ¿Qué hemos hecho en Navarra para padecer semejante grado de estulticia en nuestra clase política? ¿Por qué nos obligan a discutir al nivel del borrico si a esa altura todos tenemos las de perder? ¿Qué gana la derecha con ello? ¿Por qué para defender la separación institucional de Navarra del resto de provincias vascas -algo totalmente legítimo- tienen que recurrir a decir memeces? Iñaki Iriarte, parlamentario de UPN y conspicuo autor de Tramas de identidad, que tan a gusto leímos en su día, debería sentar a sus correligionarios y darles unas clases elementales de historia de Navarra e historia de la propia derecha navarra que, para defender lo mismo, bien lo sabe Iriarte, no recurrían a semejantes majaderías.
Que alguien les explique cómo Iruña, o Iruñea, era la Civitas de los vascones por antonomasia y la misma Pompeluna, la ciudad de Pompeyo, tiene igual raíz. Que toda la toponimia de la ciudad y de muchos kilómetros a la redonda es totalmente vasca y esa es la matriz del Reino de Navarra. Gaztanbide, Pérez Goyena, Iturralde, Caro Baroja, Jimeno Jurío, ¿alguien lo ha puesto en duda en toda nuestra bibliografía? ¿Cuántos documentos municipales de los siglos XVII y XVIII, a la hora de designar párrocos, capellanes, predicadores, escribanos o médicos, consideran “que el lenguaje primero y natural de la ciudad es el basquence”? Quizás en 1645 el vicario de San Cernin estaba haciendo política para Bildu o Geroa Bai cuando afirmaba que “la lengua bascónica es la lengua natural y materna de esta ciudad de Pamplona y su Montaña, y la accidental y advenediza es la castellana”. Si en Iruña “de cien personas que confiesan, noventa son en lengua bascongada”, ¿no hablamos de una ciudad vasca? ¿No dijo Juan de Beriain en su Doctrina Christianaque escribía en el euskera de Pamplona “Cabeza deste Reyno, que es el que se habla en la mayor parte del y el que mejor se entiende en todas las partes”? ¿No dijo el padre Moret en losAnales del Reino de Navarra que los naturales de Pamplona llaman en su lengua Jaun done Saturdi a San Cernín?” ¿Era nacionalista el doctor Joanes de Etcheberri cuando en 1712 escribió Iruña eskualdunen hiri buruzagia, Pamplona capital de los vascos?
A partir de entonces, ¿ha habido un solo escritor, un intelectual, un artista, un viajero, una enciclopedia, un periódico, un político navarro, ¡uno solo, jobar!, que haya negado que Pamplona sea una capital vasca? Desde las primera guías de la ciudad publicadas por el militar Emilio Valverde (1886) hasta la de Pío Baroja en 1956, todas reconocen a Navarra como centro de Vasconia y a Iruñea como su capital. En la de 1926,Pamplona-Navarra. Guía del Turista, el alcalde de Pamplona Joaquín Ilundain escribía: “Lo que hoy es provincia foral de Navarra fue, desde los orígenes de la historia de la península Ibérica, tierra de los vascos. Raza viril, fuerte y austera (…) En el siglo VIII, y ante la invasión sarracena, los vascos del Pirineo constituyeron el Reino de Navarra”. Ese era el tipo de textos que se enseñaban en las escuelas navarras a inicios del siglo XX, con diputaciones carlistas o liberales. ¿Ya entonces estábamos los abertzales manipulando la educación de los niños?
Pero lo peor de esta derecha navarra es que desconoce por completo a sus propios próceres. Algunos sí los conocen, por eso hay que exigirles que pongan más ilustración en el majadal de su partido. No les pedimos imposibles, como sería sofrenar a Ana Beltrán y su grey, incapaces de distinguir un libro de una paca de alfalfa. Los de UPN son navarros, tienen que llegar a entender que para defender la identidad de una Navarra sola no tienen que renegar de sus apellidos, de sus abuelas euskaldunas, del orgullo de la Vasconia pretérita. Que toda la derecha navarrista se ha enfrentado siempre al nacionalismo vasco diciendo precisamente que los verdaderos vascos eran los navarros. E Iruña su capital. El político pamplonés Víctor Pradera, padre del navarrismo y el mayor enemigo de la unidad política vasca, no tenía reparos en hablar ante las Cortes como “un diputado vasco”. Para él, en 1512 Navarra fue “el último pueblo vasco que se unió a España”. En 1918, El Pensamiento Navarrolo llamó “verbo de España y de Euskaria”.
Los directores del Diario de Navarra Garcilaso o Eladio Esparza no iban a la zaga ensalzando a Euskal Herria. Cuando en 1937 murió Francisco Javier Arraiza, exalcalde de Pamplona, el Diario destacó de él “su amor apasionado a su tierra vasca”. El director más duradero, José Javier Uranga, Ollarra, escribía en 1977: “Yo creo en Euskalerría, en el pueblo vasco, en una lengua y una raza, nunca puras, porque nuestra tierra ha sido paso… Pero una cosa es Euskalerría y otra Euzcadi, aunque suenen parecido”. En mayo de 1980, Ollarra confesaba que “Navarra es parte fundamental del pueblo vasco… Es más, yo diría que Navarra es, casi por sí sola, el pueblo vasco”. Y en abril de 1983: “Uno es vasco por raza, apellidos, vocación y deseo (…) Eterno error de los madrileños: Navarra es y seguirá queriendo ser vasca, porque lo de Euzkadi es otra cosa”.
Docenas de libros y artículos a mansalva de toda la derecha navarra redundan en lo mismo, desde carlistas como Baleztena, Etayo o Del Burgo padre, hasta falangistas como Manuel Paternain, Premio Nacional de Literatura, que en su Navarra, ensayo de biografía(Editora Nacional, 1956) dice que Navarra “es la porción más meridional y extensa de todo el País Vasco”. “Nuestra Euskalerria” dice en otras ocasiones. Y Pamplona, claro, su capital.
Con toda aquella gente se podría discutir hasta la extenuación sobre los colores de nuestras banderas y posiblemente no llegaríamos a acuerdos, pero todos aprendíamos. Con quien no se puede hablar de colores es con un ciego que no quiera ver. No pediremos a UPN que en sus parvularios lean textos de Campión, Olóriz o Altadill, ni mucho menos libros de editoriales como Txalaparta o Pamiela. Pero, por favor, que lean algo de sus padres y abuelos políticos. Más de derechas dudo que se hagan, pero más vascos y más navarros seguro que sí.
Y así, cuando del debate político-histórico sobren las perogrulladas, estaremos un poquico más cerca de comenzar a entendernos.