Opinión / Iritzia

Las victorias de los vencidos

Libro Peio Monteano

Libro Peio Monteano


Los manuales de Historia de España nunca han prestado mucha atención al tema de la Conquista de Navarra. Los más antiguos lo ventilaban en apenas una línea. Hoy día, incluso los manuales universitarios, no dicen mucho más. Las mismas palabras utilizadas al describir este acontecimiento histórico –“unión”, “anexión”, “ocupación” y sobre todo “incorporación”- parecen elegidas para transmitir la idea de que los navarros no se resistieron a ser conquistados. Es más, cansados de guerras intestinas, casi lo estaban deseando. Por propia voluntad –se concluye- Navarra se unió al resto de reinos peninsulares en un proyecto político común que a partir de entonces se llamó España.

      Como podrá verse en este libro «Las victorias de los vencidos», los hechos no ocurrieron así. Es incontestable que la mayor parte de Navarra fue incorporada a España por las fuerza de las armas. Y si es cierto que hubo un sector de navarros que apoyó a los conquistadores, también lo es que, cuanto más se investigan los hechos, más claramente se evidencia la fuerte resistencia que la Navarra legitimista ofreció a la conquista española.

      Este libro quiere mostrar esa realidad y dar nombre a los que la protagonizaron. Quiere romper el mito de que la incorporación de Navarra a España fue un proceso voluntario, pacífico y hasta inevitable.

      Es verdad que en aquella guerra apenas se dieron grandes batallas campales. Frente al poderoso y moderno ejército castellano, poco podía hacer el navarro. Si, iniciada la agresión, Navarra quería contrarrestarlo, la ayuda francesa era imprescindible. Pero, unas veces con su apoyo y otras sin él, hubo sin duda una resistencia navarra. Los levantamientos populares en Estella-Lizarra, Sangüesa-Zangoza, Pamplona-Iruña; las conquistas de los castillos de Burgi, Tiebas y Amaiur o las batallas de El Saso de Olite-Erriberri, Yesa y Zegarren así lo prueban.

      En 1527, los españoles fueron expulsados de la Tierra de Ultrapuertos y el reino quedó fracturado por los Pirineos entre la Alta y la Baja Navarra. Un siglo más tarde, se produciría la conquista francesa de este último territorio. El Reino de Navarra desaparecía así como estado independiente y de su reparto surgirían una Navarra española y una Navarra francesa. Al final, pues, aquella guerra se perdió. Pero, como muestra este libro, en ella no todo fueron derrotas.

Peio Monteano Sorbet


Sobre el euskera

arantza_amezaga

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Creía que el primer regidor de una ciudad como Iruña/Pamplona tenía mucho en qué pensar, proponer, gestionar, resolver y como a la política se le suele llamar el arte de lo posible, abanderar causas que traten de hacer mas felices a los ciudadanos. A los que le han votado y los que no. Para mi asombro, el alcalde y su grupo están dedicados a una tarea en la que, debemos recordar, fracasó Roma y, en el siglo pasado, Franco: acabar con el euskera.

Hace dos mil años Pompeyo, azote de pueblos, y sus huestes, invadieron el país de los vascones, palabra latina derivada del euskera Basoko u hombres del bosque y que se refería a las tribus que poblaban la hoy Nabarra. Tenían su ciudad, Iruña, que Pompeyo arrasó para levantar un fortín militar. Siglos después Roma cayó y se forjó en el núcleo de la destrucción, el reino el de Pamplona primero, Nabarra después. Caso singular en Europa, se mantuvo la lengua popular vascona, proveniente de la prehistoria, que da nombre a Nabarra, a sus montes, ríos, valles, pueblos, a sus animales y flores, a su gente. No se puede entender Nabarra sin bucear en Filología vasca.

Hace cien años, las Diputaciones de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nabarra concertaron en Oñate el Congreso de Estudios Vascos, dando origen a Eusko Ikaskuntza/Sociedad de Estudios Vascos y Euskaltzaindia/Academia de la Legua Vasca. Encuentro cultural y fraternal entre los cuatro pueblos vascones, militarmente lo habían hecho en las guerras civiles del S. XIX, gestionado por intelectuales que aunque diferían en ideario político, convenían que la cultura de un pueblo va mas allá de intereses inmediatos y administraciones estatales, en eso fueron vanguardistas, porque el objetivo era mantener viva la memoria antecedente, los cauces de comunicación humana, las formulaciones que hacen de un pueblo, a través del tiempo, lo que es.

Un alcalde debería cavilar en estas cosas trascendentes y, sobre todo, en cómo gestionar su ciudad en un momento en que se va a debatir en Madrid sobre el cambio climático que puede significar un ordenamiento vital nuevo, en la inmigración que es difícil reto de convivencia y armonización humana, en que el colectivo de la tercera edad aquejado del mal de la soledad y de la reducción de sus pensiones, en los que la violencia machista deja severas secuelas y el nuevo feminismo reivindica derechos como los de seguridad ciudadana, cosas que afectan de lleno a Iruña/Pamplona y a su alcalde.

A más, se anuncia otra crisis económica y nuestros jóvenes, los que emigran o se quedan, están condenados a ejecutan trabajos precarios alejados de una vida autónoma y satisfactoria, en que la enseñanza está interferida por novedades informáticas que pueden cambiar su diseño, en que nuestra Seguridad Social/Osasunbidea, debe mejorar su rendimiento, no estancarse, en que los muertos o heridos por tráfico dan cifra alarmante, en que las enfermedades raras requieren nuevas formas de atención. En que el pequeño comercio local debe enfrentarse a las grandes superficies y a Internet.

Sobre la mesa del este regidor, además, hay un pliego cerrado, el de los jóvenes de Altsasu, que llevan más años en prisión que políticos corruptos o el nieto del dictador, que ni la pisó, arremetiendo contra las leyes del tráfico y la Guardia Civil. Son nuestro futuro y creo que deben reunirse autoridades, como lo hicimos la gente en la calle, para tratar no solo de liberarlos y rehabilitarlos, sino de reclamar a Nabarra lo que es de Nabarra.

Fatiga hilar este discurso de asuntos pendientes en el menú del alcalde, pero resulta que este regidor y su grupo que padecen de euskofobia, una enfermedad ni nueva ni rara, se lanzan a la tarea urgente, ya le quitaron a la última reina de las dos Nabarras su calle, su insensata política, y como cohete de su exhibición imaginativa, prohibisen una representación de payasos euskaldunes, de vieja tradición, queridos por el público, en un espacio común que recibe todo tipo de espectáculos: el Baluarte. Percibo en esta actuación falta de cultura, lo que en política nunca debiera producirse. Porque incultura es aborrecer de un idioma y más si el tuyo o el de tus antecedentes, o el de la gente que ha concurrido a las urnas y ha votado un proyecto pero no una aberración.

Según la Constitución, a la que son tan afectos en lo que les viene bien a ciertos políticos, caben nacionalidades y lenguas en el espacio peninsular. El euskera es una de ellas y entra en Nabarra por la puerta grande por mayor que sea su pluralidad. Mantener nuestras raíces es admirable proyecto cultural que nos eleva de la precariedad del día a día, como lo es el de conservar nuestra Memoria Histórica, promoviendo bibliotecas, archivos y museos, que señalan en su acervo prodigioso de dónde venimos, quiénes fuimos, lo que somos, lo que queremos ser. En qué retrocedimos, en qué avanzamos. Esa bienaventuranza colectiva que significa una lengua como el euskera a la que este pueblo ha decidido mantener viva durante milenios. Y recuerdo la cita de escritor Holmes que se acomoda a esta aseveración: Toda lengua es un templo en el que esta encerrado como en relicario, el alma del que habla. Un alcalde debería tener eso en cuenta.

Arantzazu Ametzaga Iribarren