Opinión / Iritzia

Los Cayuela, Valcaldera y el reloj de la estación de autobuses

Pintura R. Urtasun

En Valcaldera (Cadreita, Navarra) asesinaron a nuestros tíos-abuelos Natalio y Santiago, junto a otros compañeros (alrededor de cincuenta) un día como hoy hace 85 años. Todos ellos fueron trasladados allí en camiones desde la cárcel de Pamplona, sin juicio, los asesinaron y enterraron en una fosa común. Uno de ellos (Honorino Arteta) logró escapar malherido y remontando río arriba logro ponerse a salvo en Francia. Tiempo después pudo contar lo ocurrido allí: una matanza provocada por militares, requetés y falangistas tras el golpe de 1936, con el visto bueno de la Iglesia.

Nuestro abuelo Enrique Cayuela, hermano de Natalio y Santiago, en esas mismas fechas logró esconderse en el reloj de la estación de autobuses de Pamplona, donde vivía. A su casa fueron militares en varias ocasiones para detenerlo y gracias a la colaboración de su familia y otras personas consiguió salvar la vida e huir a Francia.

Volvió a Valencia a colaborar con el gobierno de la República y, al terminar la guerra, se fue al exilio a Chile junto a nuestra abuela María Luisa Arzac y sus hijos María Luisa, Concepción y José, nuestros padres. No tuvimos la fortuna de conocer a nuestro abuelo Enrique, pero la abuela y nuestras madres y padre nos transmitieron el valor y el compromiso social y político de nuestros tíos y el dolor de su injusta muerte y del difícil exilio que los alejó también de Amparo, viuda de Natalio, y de Pepita, la otra hermana Cayuela Medina, que se quedaron en España. A pesar de todo este dolor, nuestra familia fue siempre alegre y positiva, traspasándonos firmes convicciones democráticas y de la importancia de ser agentes activos en la construcción de una sociedad justa con todos sus habitantes.

Gracias al concienzudo y dedicado trabajo de nuestros amigos de Osasuna Memoria, hemos podido conocer múltiples facetas de nuestros parientes y de sus importantes actividades previas a la Guerra Civil. Supimos cómo Natalio, Santiago y Enrique, los tres abogados, republicanos, estaban profundamente comprometidos en mejorar la sociedad en la que vivían y participaban en muchos proyectos políticos y culturales, además de ser amantes de su ciudad: Pamplona, la Vieja Iruña y sus gentes.

Hace una semana, algunos de nosotros pudimos visitar Pamplona/Iruña y conseguimos visitar el escondite, lo que ha sido muy emocionante y sanador. Nos mostraron también los documentos de la familia guardados cuidadosamente en el Archivo General y Real de Navarra y fuimos recibidos por técnicos de la Administración de Navarra, en el Ayuntamiento de la ciudad donde trabajaba nuestro abuelo al momento del golpe por concejales, y también por el alcalde Sr. Enrique Maya (lo hizo en privado), por amigos que son activistas de la memoria, periodistas, trabajadores del Palacio de Navarra y del Parlamento. Estamos enormemente agradecidos a todos por su cariñosa solidaridad.

Esperamos también con mucha ilusión la publicación del libro sobre Natalio y nuestra familia del Colectivo Osasuna Memoria, en el que nosotros también participamos. Verá la luz en septiembre y cuyo título es Y el tiempo se detuvo. Natalio Cayuela, Osasuna y Justicia. Este texto llenará un vacío que ha durado 85 años y ayudará a recuperar la memoria sobre la vida, obra y muerte de estos valiosos hombres y ciudadanos.

Queremos recordar a nuestros queridos tíos hoy junto a los compañeros que fueron asesinados en ese paraje de las Bardenas de Navarra, y agradecer a la asociación Affna36 por organizar el homenaje y a todas aquellas personas que trabajan por mantener la memoria de una guerra cuyas dolorosas heridas no terminan de sanar y cuyos hechos deben ser conocidos por las nuevas generaciones para no repetirse.

Eskerrik asko.

Firman esta carta: Luis Weinstein Cayuela, Natalia Ochoa Cayuela, Enrique Cayuela Garrido, José Weinstein Cayuela, Leonardo Cayuela Garrido, Marisa Weinstein Cayuela, nietos/as de Enrique Cayuela Medida; y en su representación, Leandro Cayuela Garrido


Donibane Garazi. La llave del reino. 1521. Agosto 26

arantza_amezaga

Las fuerzas de Castilla y sus mercenarios, conjuntadas con las de los beamonteses nabarros, enardecidos por el triunfo de Noáin, junio de 1521, encabezadas por Luis de Beaumont, condestable de Navarra y conde de Lerín y lugarteniente del virrey castellano y capitán general, todo eso era junto y a la vez, marcharon por el camino de Santiago francés, para arrasar a cañonazos el castillo de Donibane Garazi, la llave del reino así nombrada por los nabarros y a la que le dio Fuero Felipe III de Nabar en 1328.

La ciudad, situada a la ribera del río Orrobi, fortificada y comercial, ya había sido reducida un septiembre de 1512 y, en ese año de desgracia de 1521 en que se perdía la independencia de un reino, la artillería castellana la bombardeó durante 21 días. Y la derrotó.

Fue tal como en la batalla de las Termópilas: 300 nabarros en la defensa de Mendiguren, enfrentados 1.000 hombres que defendían la causa del flamante Carlos I de España, nieto de Fernando de Aragón. La plaza cayó finalmente por el asalto de la caballería de Diego de Vera, cuyos hombres violaron mujeres, asesinaron niños y ancianos, en el afán de que no quedara nadie para rememorar los sucesos, anulados por siempre jamás. Los conquistadores arrestaron a Joanikot de Arberoa, su alcalde, junto a Juan Remíriz de Bakedano y Juan de Jaso, hijo del señor de Jaso.

Llevaron a Joanikot a Iruña, prisionero del capitán Villar. Tras un juicio de 24 horas y sin respetar lo convenido en la rendición, un juez, designado por el almirante de Castilla, determinó lisamente que siendo Joanikot y sus capitanes del ejército español lucharon por el bando francés –no mencionó el reino de Nabarra en su retorcido argumento–, y serían ajusticiados por traición. El capitán Martín de Ursua testimonió que el delito del capitán Joanikot fue defender la fortaleza, que daban como española en sueldo francés.

A Joanikot, que fue beaumontés pero cambió de bando al ver la crueldad de sus actos y la falsedad de su causa pues iba contra la naturaleza de Nabarra, se le asignó la muerte de los plebeyos, dictaminada por el juez felón, satisfecho de cumplir con su deber de dar gusto a sus amos. Ordenó, sin temblor en la voz, ese 26 de agosto de 1521, que el alcalde de Donibane Garazi, fuera atado a una reja de hierro y arrastrada por caballos, discurriendo por las calles de Iruña, mientras un pregonero a toque de tambor, detallara su traición: que siendo español jugó a ser francés. No se hablaba de Nabarra.

Las gentes lo pensaban así, pero aterradas por la fuerza desplegadas de las autoridades militares que gobernaban sus vidas desde 1512 a este 1521, tras diez años de rebeldía continuas, enmudecieron, pues el castigo era espantoso. A la vista estaba expuesto, en ese antes y después de los sucedidos entre dos reinos rivales y emergentes que se disputaban el terreno baskon fronterizo, con tanta codicia como perversión, para hacer del Pirineo, barrera.

Joanikot, sin perder el ánimo pese a la injuria física y moral, exhausto por el arrastre por el barro, accedió al cadalso, levantado a prisa en un jardín de Iruña, y malherido y ensangrentado, tuvo el arresto de levantar su cabeza y defender con su última voz en el último instante de su vida, en el anticipo de su muerte, en su entrada a la eternidad, que no era traidor pues su juramento de lealtad como soldado nabarro fue al rey Enrique de Nabarra, su señor natural. No fue mucho lo que dijo, fue más lo que calló.

El verdugo, impaciente por cumplir su aborrecible cometido, apretó con sus manos feroces la cuerda que sujetaba el cuello de Joanikot, aplastando su garganta, machacando su tráquea con gesto certero y fuerza implacable. Nuestro héroe fue soportando la muerte por asfixia estremecido por los estertores terribles que convulsionaron su cuerpo hasta el final. Cuando quedó rígido, con la boca abierta como queriendo emitir un grito de protesta, tieso el cuerpo que fue vida y movimiento, lo bajaron del cadalso y empezó la operación del desguace de miembro por miembro, realizado por un carnicero experto, para exhibir esos despojos en las puertas de la ciudad.

Aquello era un charco inmundo de sangre, carne, vísceras, heces y orina, de naturaleza humana ultrajada en su dignidad. El verdugo separó la cabeza que en vida fue hermosa de Joanikot, para exponerla en una picota, en el centro de la ciudad, escarmiento de cualquier espíritu díscolo que pudiera haber desde ese día y para siempre en Nabarra. Se conminaba desde el bando vencedor y cristiano, al pueblo rendido y hereje según Bula papal, al silencio, a la sumisión, a la rendición absoluta por los siglos de los siglos venideros. Por siempre jamás.

Eso quisieron los vencedores de aquella contienda, como la de todas las contiendas humanas. Pero la memoria histórica prevalece sobre la falsaria exposición de los hechos y hoy recordamos a Joanicot como héroe de Nabarra. Porque pese al sacrificio vital que supuso su condena, prevalece en el devenir de la Historia la razón de la verdad y de la justicia, el estoque que rompe el nudo gordiano que quiso retorcer los sucedidos de Nabarra. Seguimos en la reclamación porque la causa es justa.

Arantzazu Amezaga