Opinión / Iritzia

50 años de Arturo Campion. Orgullo de haber estado allí

Arturo Kanpion

En los primeros años de la década de los 70 del siglo XX, Pamplona, la Iruñea de nuestros antepasados, la capital de Vasconia y del estado vascón de Nabarra se había convertido en un lugar completamente castellanohablante. A la colonización cultural de siglos, había que añadir los terribles años de sagrienta represión fascista durante los cuales la utilización de la lengua vasca estuvo no sólo mal vista sino perseguida y, en ocasiones, gravemente castigada.

En ese ambiente, en las calles de la vieja Iruñea, tan solo se oía hablar euskara a algunos montañeses procedentes del valle de Baztan, de Leitzaldea, de lo que entonces se denominaba Barranca-Burunda, de Ultzama… labriegos, ganaderos o chicas sirvientes en casas bien, que llegaban en los autobuses de línea y, después de realizar sus quehaceres, compras o papeleo en Diputación, se llegaban hasta los bares que frecuentaban en el Casco Viejo: Anaitasuna, La Montañesa, Ultzama, El Marrano, Otano… para almorzar y tomar algún trago hasta la hora de volver a coger el autobús de regreso. Solo en ese momento y ambiente se podía escuchar el antiguo habla de Iruñea.

Por contra, en los estamentos oficiales, en la escuela y universidad, en la iglesia o en la prensa la presencia del euskara era nula, un páramo desértico o, en el mejor de los casos, una anécdota de museo y curiosidad.

Hasta bastantes años después de acabada la guerra no se empezó a tomar alguna iniciativa en pro del euskara. Así, en noviembre de 1956, un grupo de vascófonos logran de la Institución Príncipe de Viana la creación de Fomento del Vascuence, que tenía como objetivo la ralentización del retroceso del idioma exclusivamente en zonas euskaldunes. También hay otras iniciativas como las de un nunca valorado ni suficientemente reconocido José Agerre Santesteban, quien había sido director del órgano nacionalista La Voz de Navarra durante la República, o la creación el 12 de diciembre de 1950, en la actual Cámara de Comptos, de una surrealista academia de vascuence. Todas estas iniciativas, aunque animadas por la buena voluntad de sus promotores, o bien no tuvieron continuidad en el tiempo o bien eran iniciativas excesivamente academicistas y alejadas del sentir popular.

Es en ese estado de cosas, que un grupo de jóvenes entusiastas, preocupados por la pérdida trágica del euskara en la ciudad y su cuenca, hace ahora 50 años, se animan a poner en marcha lo que sería el primer euskaltegi o escuela vasca para adultos de toda Euskal Herria: Arturo Campion euskaltegia.

Ya entonces de forma más o menos tolerada, más o menos perseguida, existían lo que en la época supuso una auténtica revolución: las llamadas gau-eskolak o clases nocturnas (de euskara para adultos). También se organizaban en pueblos y barrios, generalmente en conventos o locales parroquiales, grupos de gente que se acercaban con curiosidad al aprendizaje del euskara. Normalmente eran grupos que, por diferentes razones, no duraban mucho. Queriendo superar, pues, esa dispersión, para el curso 1971-72, se pone en marcha en un piso del n.º 25 de la calle Compañía lo que sería la primera sede fija, estable, de un centro de alfabetización y euskaldunización de adultos en Iruñea-Pamplona, en Navarra y en toda la tierra del euskara. El primer euskaltegi que sería pionero en muchos aspectos de la enseñanza y el aprendizaje.

De toda esa maravillosa historia se cumplen justamente ahora 50 años. Número redondo, nuestras «bodas de oro» y es de esa manera como lo queremos y lo tenemos que celebrar. Será a partir de enero cuando comencemos a hacer públicas las actividades organizadas. Sin embargo, ya podemos adelantar algunos proyectos que, poco a poco, se van haciendo realidad: bajo el título genérico de 50urte, 11 istorio, publicaremos un hermoso libro con 11 trabajos literarios y otros tantos trabajos de ilustradores/as, también un interesante documental sobre lo que han supuesto estos 50 años con imágenes de tanta y tanta gente que ha pasado por las aulas del euskaltegi, bien como enseñantes (irakasles) o como alumnos/as, así como un bonito y original concierto que se anunciará en su momento. Y, por supuesto, la traca final, el día grande de fiesta con pasacalles, acto oficial, comida, cantos y el posterior baile que no puede faltar. Un día de reencuentro con los/as amigos/as de hace tiempo, con antiguos irakasles y también una jornada para pasarlo bien y disfrutar quienes hoy en día ocupan las aulas de Comedias, 14, 4º- 5º.

Sin embargo, como es fácil imaginar, todo este programa, todas estas iniciativas tienen un alto presupuesto. Desde siempre, la situación económica de los euskaltegis de iniciativa social o popular no ha sido precisamente boyante. Nunca la administración ha valorado en su justo término el trabajo y el servicio prestado a la sociedad. Ni reconociendo el trabajo de los/as irakasles, ni prestigiando el propio idioma, ni, mucho menos, dotánlolos de una compensación o ayuda económica proporcional al gasto y trabajo realizado.

Es por eso que para hacer realidad las ideas y proyectos que tenemos en mente y poder celebrar como se merece el 50 aniversario de Arturo Campion, hemos recurrrido a pedir la solidaridad de la gente, a demandar esa ayuda que los/as amigos/as del euskaltegi nunca han escatimado. Al fin y al cabo a organizar, como tantas otras veces, un gran auzolan, esta vez con forma de hucha. Hasta el 9 de enero está en marcha un crowdfunding a través de www.itsulapiko.eus. Te queremos invitar a entrar y ver lo que ofertamos. Y te queremos animar a hacer tu pequeña o gran donación. 50 años alfabetizando y euskaldunizando Pamplona para volver a convertirla en Iruñea, merece un cumpleaños de altura.

Hoy en día ya no es imposible escuchar nuestro idioma en las calles de la ciudad y los municipios que la rodean. Hoy no son solo los baserritarras venidos de la Montaña los que lo hablan entre ellos en las tabernas del Casco Viejo; hoy en día son muchos los vecinos/as que lo hablan con sus pequeños en las plazas, las parejas que lo utilizan mientras pasean por el camino del Arga, las cuadrillas que pintxo-potean por Estafeta o San Nicolás en nuestra lingua navarrorum. Y, sin querer pecar de exageradas, muchos/as de ellos y ellas, cientos o incluso miles han pasado, han aprendido y se han euskaldunizado en las aulas del euskaltegi Arturo Campion.

¡Felicidades y que sea por muchos años más! Zorionak eta urte askotarako!

Jokin Lasa, Irakaslea


La ermita de Uxue, otro escándalo

Jose Mari Esparza Zabalegi

Estuve en el juicio del Arzobispado contra el Ayuntamiento de Ujué, reclamándole la ermita de la Blanca, una de las pocas que se había librado de las inmatriculaciones masivas de inicios del milenio. El abogado Juan María Zuza y el historiador Luis Javier Fortún fueron una vez más los defensores del Arzobispado en su impúdico afán de arramplar bienes públicos.

Los argumentos del Ayuntamiento ujuetarro eran simples: la ermita está en terreno comunal, fue construida y mantenida desde la antigüedad por el Ayuntamiento, que siempre guardó la llave de la misma. Abundan acuerdos y facturas en las actas municipales, como las de la gran reconstrucción de 1873.

Los defensores del Arzobispado echaron mano a la confusión catastral que aparece en muchos pueblos; a que las últimas obras las hicieron los vecinos «creyentes» (olvidando que en los auzolanes participan todo tipo de gente) y que el uso era «exclusivo y excluyente» para la celebración de actos religiosos. Dijeron que todas las ermitas de Navarra pertenecían a la Iglesia y mintieron como solo pueden mentir los pecadores que están seguros que no habrá un juicio final para ellos. Precisamente, Uxue está rodeado de ermitas (Olite, Tafalla, San Martín, Garinoain) que quedaron en manos de ayuntamientos diligentes.

Fortún nos pasó a todos por el morro su currículum académico, pero de sobra sabe, o debiera saber si sus títulos no los compró en un rastrillo, que las ermitas e iglesias de Navarra se construyeron con dineros públicos y auzolanes populares, en muchos casos obligatorios. El Ayuntamiento, Concejo o batzarre abierto decidía las obras y las derramas vecinales; entrampaban los presupuestos (6 años sin corridas de toros estuvo Pamplona para construir la capilla de San Fermín); elegían los curas, coadjutores, campaneros, ermitaños y almosneros; ordenaban a los campaneros los toques a realizar; compraban los retablos, ornamentos y patenas, y de todo ello se hacía inventario anual, por medio del concejal síndico que enviaba el Ayuntamiento a «sus» iglesias, inventario donde anotaban hasta los ropajes, velas, cabos de vela y formas consagradas y sin consagrar, con una minuciosidad que sorprende. Y eso se puede comprobar en cualquier archivo municipal, no hace falta ser doctor en Historia para ello.

También insisten con descaro en el uso religioso «exclusivo y excluyente» de esos bienes. Sabido es que esos edificios han sido dotacionales para infinidad de cosas: unas veces eran fortalezas defensivas (Uxue, Artajona); habitualmente eran lugar de reunión de cambras, ayuntamientos y asambleas vecinales; archivo y tesorería municipal; cementerio; escuela y parvulario; conciertos y aulas de música. Todas ermitas se han usado alguna vez para lazaretos, cobijos o reuniones. La historia de nuestra tierra se ha fraguado en esos lugares públicos. ¿No lo sabe el señor Fortún?

Conforme los pueblos (grandes) fueron construyendo nuevas zonas dotacionales (consistorios, escuelas, cementerios, casas de cultura, etc.) se fueron relegando los templos al uso religioso, si bien nunca de forma «exclusiva y excluyente», como se puede comprobar todavía por todo Navarra. Pero ese uso no da ningún derecho a la Iglesia para quedarse con ellos, de la misma manera que los médicos no pueden inmatricular a su nombre los hospitales, ni los maestros las escuelas.

Lo que más me llamó la atención fue la amenaza subliminal que lanzaron a la jovencísima jueza recordándole que no hiciera como han hecho ya varios jueces jóvenes, que en primera instancia dieron la razón a los pueblos y que luego sus sentencias fueron revocadas por el Tribunal Superior de Justicia de Navarra. «Señorita jueza –le dijeron entre líneas– no cometa el error de sus inexpertos compañeros porque le revocarán su sentencia perjudicándole en su carrera, pues todos los juicios los ha ganado la Iglesia».

Nueva mentira, pues de sobra conocen las sentencias favorables a los ayuntamientos de Huesca o el caso de Artá que se ganó en el Supremo. Y sobre todo, conocen la demoledora sentencia del Tribunal Europeo que calificó las inmatriculaciones como una «violación continuada y masiva» de los derechos garantizados por la Convención Europea de los Derechos Humanos. Basta ver el agravio comparativo de Portugal y Francia para entender la magnitud del latrocinio realizado por la Iglesia española y vasconavarra.

Pero el Arzobispado de Pamplona lo tiene claro: incide en la vía judicial porque sabe que tiene en el Tribunal Superior de Justicia de Navarra un aliado, que revoca las sentencias de jueces de inferiores instancias y así pretende disuadir a cientos de concejos y pueblos pequeños de Navarra que no pueden permitirse el esfuerzo de pleitear hasta el Supremo, Constitucional y finalmente, Europa. La imparcialidad del TSJN, demostrada en sus sentencias sobre la Manada, la ikurriña o el euskera, es el mejor aliado que tienen para quedarse con los más de 3.000 bienes inmatriculados, cuatro millones de metros cuadrados, que se dice pronto. Patética imagen del Jesús de los pobres, representado por el mayor propietario urbano y el mayor terrateniente de la historia de Navarra.

Pero los pueblos tienen todavía muchas armas por utilizar. El talón de Aquiles de la Iglesia son los cientos de ruinas que se están produciendo en nuestro patrimonio, que ni arreglan ni piensan arreglar si no es con dineros públicos, como siempre ocurrió. El procedimiento es sencillo: expediente municipal de ruina, plazos para el arreglo y procedimiento sancionador. No es el alma, ni la conciencia, ni la razón, ni el corazón, ni siquiera los dídimos: es el bolsillo el único órgano sensible de la Jerarquía Eclesiástica. Démosles donde más les duele.

Jose Mari Esparza Zabalegi