Opinión / Iritzia

La Gamazada, y el nacimiento del Nacionalismo Vasco

“Nosotros los vascos de hoy en homenaje y recordando a nuestros antepasados, nos hemos reunido aquí para demostrar que queremos conservar nuestra ley. Placa del Monumento a Los Fueros.”

La gran mayoría de los nacionalismos europeos nacieron en el siglo XIX como consecuencia del traspaso del poder absoluto del Rey hasta un Parlamento, tomando como base las tesis de la Revolución Francesa, reforzándolas con conceptos como la cultura, la ley o el idioma, dejando de lado el poder divino en el que hasta ese momento se fundamentaban las monarquías absolutistas.

La mayoría de los estados-nación de la actualidad están conformados de esta manera. La razón por la que los vascos no siguieron esta senda nace de su propia concepción de cómo organizarse como sociedad, totalmente diferente del modelo francés: respetando los derechos individuales con una soberanía de abajo hacia arriba. Por eso cuando se abolieron los Fueros en el siglo XIX surgió un nacionalismo particular entre los diferentes territorios, principalmente el Bizkaitirrismo (nacionalismo vizcaíno) con los hermanos Arana como abanderados, y el Napartarrismo (nacionalismo navarro) con Kanpion y Aranzadi. La lógica confluencia entre esas corrientes proto-nacionalistas, cuyos rasgos identitarios (lengua, organización socio-política) eran los mismos, pronto sería una realidad, y el detonante fue la popular Gamazada, cuyo 120 aniversario se celebró el pasado mes de mayo.

Este movimiento social, que tuvo lugar en Navarra, fue causado por el intento del ministro Gamazo de suprimir nuestra autonomía fiscal, y con ello los últimos restos de nuestros Fueros. Corría mayo del año 1893 cuando el citado ministro de Hacienda presentó el proyecto de presupuestos generales, en los que en uno de sus artículos se establecía la armonización fiscal de Navarra, igualándola al resto de las provincias españolas. Pronto la noticia corrió como la pólvora, provocando un rechazo unánime en toda la sociedad navarra.

El descontento fue tan fuerte que muchos pueblos daban por rota la Ley Paccionada de 1841, proponiendo volver al pacto de 1512, siendo el incidente más grave la sublevación en el Fuerte de Puente la Reina que fracasó al carecer de apoyo necesario. Dentro de esa espontaneidad se decidió convocar una manifestación para el 4 de Junio bajo el lema “Paz y Fueros”, organizándola el alcalde de Pamplona, don Alberto Larrondo. Todos los periódicos navarros se hicieron eco del llamamiento, y sus páginas se llenaron de encendidos artículos en defensa de la foralidad. La respuesta del pueblo navarro fue espectacular, y se calcula que unos 20.000 ciudadanos se reunieron en Pamplona. Esta protesta fue noticia en todo el estado, recibiendo apoyos desde el “Principado Catalán, América, Galicia, y de las Provincias Vascongadas”, tildadas en la época de “hermanas”.

El siguiente paso fue exponer a la reina regente los motivos del descontento general, así como un libro con 125.000 firmas de navarros que apoyaban la causa*, cifra ésta inmensa ya que la población de Navarra rondaba las 300.000 personas. Don Javier Los Arcos, líder de la representación Navarra en Cortes, fue el responsable de la entrega del documento. Al mismo tiempo en Pamplona se tomó la decisión de conmemorar la protesta con la construcción de un monumento pagado por suscripción popular, y que hoy en día todavía preside el Paseo Sarasate, recordando la movilización de aquellos días en las placas grabadas en el mismo.

Paralelamente a las protestas en la calle, hubo debates muy duros en el Congreso, donde se cuestionaba cómo y dónde residía la soberanía, y si podía caber Ley Paccionada alguna entre el estado y una provincia. Hoy, 120 años después se repiten los mismos debates. A los 6 meses de la aprobación de la Ley en las Cortes, la Diputación fue llamada a negociar las condiciones de aplicación de la misma.

Ésta se negó en redondo a mover un ápice su postura, y a pesar de las numerosas reuniones que tuvieron en su estancia en Madrid con el gobierno, no hubo ninguna posibilidad de llegar a un acuerdo, quedando la aplicación de la Ley en un punto muerto. A su regreso, la Diputación se encontró con un recibimiento de héroes, como en Tudela dónde al son del Gernikako Arbola los acogieron con un apasionado homenaje. Pero de todos ellos, el más importante fue el organizado en Castejón dónde más de 15.000 navarros los esperaban entusiastas. En el mitin participaron las delegaciones que habían apoyado a la Diputación, entre ellas las del “Principado Catalán”, y fueristas de las “Provincias Vascongadas”; portando una bandera con lemas forales, creada para la ocasión en el café Iruña de Pamplona por la esposa de Aranzadi, Juana Irujo, y que se ha considerado uno de los primeros símbolos del nacionalismo vasco. Dadas las dificultades para llegar a un acuerdo la regente María Cristina consultó al general Martínez Campos la posibilidad de mandar al ejército y obligar por la fuerza a cumplir la ley.

El militar alertó que contra una acción como esa “Navarra tiene a su lado a las tres Vascongadas, y harán causa común todos los vascos” además del riesgo de una nueva guerra civil. Descartada la opción militar, y con el problema añadido del alzamiento cubano, la ley fue desestimada, y el proyecto abandonado. La lección aprendida durante aquellos días fue que la razón de perder tanto en el pasado era que por separado no se iba a conseguir nada, y por lo tanto la confluencia de los diferentes nacionalismos forales era necesaria para una defensa fuerte y más eficaz frente a futuros intentos recentralizadores.

Es entonces cuando desaparecen y nace el nacionalismo vasco, y su herramienta política, EAJ-PNV, cuyo objetivo será la creación de un estado nuevo que defenderá los intereses comunes de todos los vascos, y cuya articulación respetará escrupulosamente el Fuero de cada una de las instituciones ya consolidadas. Plantea entonces la Reintegración Foral Plena para recuperar la soberanía originaria de cada uno de ellos (en términos actuales Bizkaia, Gipuzkoa, Araba, Nafarroa, Lapurdi y Zuberoa tendrían la categoría de estados), y se unirían bajo la propia voluntad de sus ciudadanos en una Confederación. El nombre que Arana se inventa para ese nuevo estado de estados es Euzkadi.

*Las firmas del Libro de Honor de los navarros se pueden ver aquí. http://www.euskomedia.org/protestaforal?idi=es

José Antonio Beloqui Colomo, jeltzale. EAJ-PNV Nafarroa

El euskara en el Día Universal de las Lenguas Maternas

El Día Internacional de las Lenguas Maternas, promulgado por la Unesco en 1999, se creó para advertir a sus estados miembros y a otras organizaciones de la protección debida a las lenguas minoritarias, proclamando cada año, desde entonces, guías para el soporte de esta importante iniciativa, tratando de promover el multilingüismo, en definitiva, avanzar en la cultura universal. Este 21 de febrero, en la Universidad de Chicago, impulsado por la delegación del Gobierno Vasco y el Instituto Etxepare, se realizará una jornada dedicada a la lengua vasca, con disertaciones de Karlos Arregi, Amaia Gabantxo y Xabier Irujo, colocando a la lengua más antigua de Europa en la categoría universitaria mundial. El lema es: Las lenguas locales para la ciudadanía mundial: la ciencia en primer plano.

En la larga trayectoria del euskara, desde su raíz prehistórica, le vemos aparecer en forma escrita, en tiempos de Roma, en inscripciones sepulcrales. Condenada a morir por la fuerza del imperio dominante, lo admirable es que le sobrevivió, llegando al S.XVI prácticamente intacta, con la obra de Etxepare: Lingua Vasconum Primitia (1545), primera publicación en euskara, y en las traducciones religiosas como el Nuevo Testamento de Leizarraga (1571), apurado por la reina calvinista Juana de Nabarra, hasta los diversos catecismos y devocionarios que impulsó la Iglesia católica tras la contrarreforma.

Las imprentas, magnífico invento de Gutenberg, que procuró la barata multiplicación del conocimiento impulsando un avance de la humanidad tan importante como el descubrimiento de la escritura, se instalaron prontamente en nuestro país, aunque la publicación de una literatura propia es lenta y tardía. Tuvimos un escritor, Axular, y la publicación de su Gero (1643) y los encendidos sermones religiosos, ya avanzado el S. XVIII, que abarrotaban de público las iglesias del país… Agustín Kardaberatz, Sebastián Mendiburu, Joaquin Lizarraga, entre otros, confirmación de que el pueblo hablaba el euskara, aunque fuese analfabeto en su lengua, cosa que decide remediar Larramendi con su Imposible vencido (1729) y su Diccionario trilingüe en euskara, castellano y latín (1745).

El S. XIX fue el de la revelación y revolución del euskara. Guillermo Humboldt, padre de la Filología moderna, descubre nuestro país y nuestro idioma en sus viajes, siguiéndole una pléyade de estudiosos europeos como el inglés Dodgson, los alemanes Linhsmann y Schuchardt, los holandeses Van Eys y Uhlenbeck, españoles como Menéndez Pidal, los franceses Lafon, el príncipe Bonaparte y el bibliotecario Julien Vinson, que hizo un ensayo magnífico de bibliografía vasca publicado en París (1891-98).

A finales del siglo XIX los vascos, terminadas en derrota las guerras forales y eliminado el autogobierno que manteníamos, logramos un renacimiento peculiar en cuanto a nuestra lengua. Destacamos en esa tarea a personalidades como Arturo Campion, Resurrección Mº de Azkue, Julio Urqujo, Sabino Arana Goiri, quien no solo removió la conciencia del país creando un partido político con reivindicaciones nacionales, sino que se dedicó con desmesurado tesón al estudio y difusión de la lengua materna. Se organizaron concursos florales, se escribió poesía, se respaldó a los bertsolaris, se fomentó la creación de ikastolas… y el librero, escritor, editor de Tolosa, Isaaka López Mendizabal, empujo la edición de obras literarias, religiosas y gramaticales. Esta editorial de extraordinaria envergadura fue quemada en plaza pública por las tropas requetés en 1936. Imagen simbólica de lo que se quería hacer con un pueblo y su lengua.

El euskara, perseguido por la Administración centralista que introducía en los pueblos de habla vascófona maestros en castellano, ridiculizado al clasificarlo con mofa de habla popular (¿?), delegándolo a la categoría de dialecto, o la ensayada en estos años en Nabarra con el uso del despectivo vocablo vascuence, padecía franco retroceso si observamos las fronteras delimitadas en el mapa de Bonaparte. La dictadura de Primo de Rivera y la posterior de Franco llegaron a tal extremo la persecución que se temió por su exterminación.

Pero el pueblo vasco mantuvo sus sentimientos recónditos y su voluntariosa resolución, y con el empuje de las ikastolas, al principio clandestinas, comenzó una imparable andadura desde el autogobierno conferido por el Estatuto del 36 -tengo el honor de que mi padre estuvo entre aquellos hombres y mujeres que creyeron en la salvación de nuestra lengua, trabajando contra el viento y la marea de la historia adversa-, logrando por primera vez en la historia de Euskadi que tengamos dos generaciones formadas en la lengua autóctona, profesionales tanto científicos como humanistas, textos escritos en nuestra lengua, literatura propia. Somos conscientes de la ductilidad de nuestro idioma para convivir con los adelantos científicos, técnicos y académicos de nuestro tiempo, pero también de su vulnerabilidad frente a la agresiva predominancia de las lenguas que nos rodean.

La lengua de cada pueblo es el archivo de sus vivencias en el pasado, de sus luchas en el presente, de sus proyectos de futuro. Me entusiasma que en la Universidad de Chicago, jóvenes voces se unan al coro de otras voces que enlazan sus idiomas autóctonos, sobrevivientes de catástrofes militares. Aplaudo a quienes llevan adelante semejante iniciativas y, como el escritor Victor Hugo, voy diciendo en día tan lleno de gracia: La langue basque est une patrie…

Arantzazu Amezaga, bibliotecaria y escritora.