Opinión / Iritzia

Sobre el convenio con el Estado

Ya el nombre de Convenio Económico es falso en cuanto a significación; en un todo (el Estado) y una parte del mismo (Navarra), no se conviene nada. El Estado legisla y Navarra está sometida a dicha legislación, sea básica o general.

Y como los convenios son los hijos del trasfondo histórico-político, necesitamos previamente el historial de las transgresiones del Estado a lo largo de los 500 años y las absorciones de potestades efectuadas a su favor, y por tanto contra Navarra.

1º Se concibió la unión a Castilla bajo las promesas hechas por el duque de Alba a los pueblos de Navarra de respetar sus derechos al par que se fueron rindiendo.

2º La Ley de 1841 (tras la 1ª guerra carlista), supuso la desaparición del reino, estableciendo que Navarra solo pagaría «una cuota total de expresados por única contribución directa, la cantidad de 1.800.000 reales anuales. Se abonarán a su Diputación provincial 300.000 reales de los expresados 1.800.000 por gastos de recaudación y quiebra que quedarán a su cargo» .

3º Este convenio se infringió el año 1876 (tras la 2ª guerra carlista), cuando se subió la cuota que se había declarado total de 1.500.000 a 2 millones de reales.

4º En 1893 se intentó introducir los presupuestos de Navarra en el conjunto de los del Estado (Gamazada). Ante las protestas, el Estado optó por dar potestad superior a leyes básicas o generales sobre las competencias de Navarra, expropiándola de sus facultades (1900-1930): impuestos del timbre, utilidades, Policía y carreteras, facultades monumentales y patrimoniales, educación, aguas, sanidad, minas, seguridad social, cajas de ahorro, derechos reales, el lujo sobre los automóviles, timbre…, dejando a Navarra solo con la formación de sus reglamentos.

5º Un movimiento a nivel de acuerdos municipales entre los años 1918-1920, incluido el de Pamplona, reclamó la anulación de la Ley de 1841, pero fue silenciado (lo mismo que en la Gamazada), poniéndose al frente de las manifestaciones la Diputación y dando seguridades de solución a las peticiones. Nada se cumplió por nuestros gobernantes.

6º Primo de Rivera llevó a las autoridades de Navarra a firmar el convenio económico (el 1º que fue así llamado) de 1927. Las protestas fueron silenciadas con sanciones y cierres de prensa y la cuota se subió a 6 millones de pesetas.

7º En el convenio de 1941 se introdujeron nuevos impuestos del Estado y se calculó la cuota sobre las producciones en Navarra de toda clase de artículos, subiéndose a 21 millones de pesetas, en razón de la reforma tributaria del Estado, que asentaba los monopolios de carburantes, electricidad, tabacalera, servicio eléctrico, alcoholes, azúcar, loterías, etcétera.

8º El siguiente convenio (1969) fue protagonizado por Fraga Iribarne en base al orden legal que se imponía al par de la transformación industrial y la necesidad de igualar los planes. Matesa y su cierre fue el argumento del ministro (como actualmente va a ocurrir con Volkswagen) para la firma del nuevo convenio.

Se introdujo la alta inspección del Estado, la aportación de Navarra al sostenimiento de las cargas generales del Gobierno y la armonización del sistema en Navarra. La cifra llamada de aportación económica fue cifrada en 398 millones y el cupo fijo se estableció en 230 millones en equivalencia a los impuestos del Tráfico de Empresas, el lujo y los impuestos especiales.

Actualmente, el convenio se renueva cada cinco años y se redacta como un jeroglífico solo entendible por expertos, lo que contradice la sencillez e incluso los convenios de 1927 y 1941. Todos los convenios se han realizado a tenor de las necesidades del Estado, nunca por problemas navarros.

Unas charlas organizadas por UPNA, UN y Parlamento, ofrecidas como debate sobre el autogobierno fiscal y tributario de Navarra, constituyen una falsedad absoluta. Navarra se sujeta a la normativa fiscal y tributaria del Estado en todos los aspectos.

Los partícipes sólo representan a la línea continuista sujeta a las normas políticas del Estado hasta en sus mínimos detalles. Todos ellos (Eugenio Simón Acosta, Alberto Catalán, Fernando de la Hucha, Mª Jesús Valdemoro, Blas los Arcos, Juan Cruz Alli) son afines ideológicos a la formación del convenio con una misma posición y paralelismo político, que elude el debate histórico y los derechos propios.

Ninguno ha hecho un repaso histórico del convenio, su origen, vicisitudes y formas sucesivas de implantación, con sus consecuencias. Sus palabras han sido vacuas y fuera de la realidad. Simón Acosta alude a que los ataques que se reciben son fruto de la ignorancia; Catalán habla de lo que pueden pensar los demás; Juan Cruz Alli considera que lo importante es que sea solidario con el conjunto del Estado; el Gobierno de Navarra aboga por revisar a fondo el convenio para lo que «se están realizando los trabajos previos dentro de casa para abordar esa negociación».

Quien mayor atrevimiento o desvergüenza muestra es el presidente de la Cámara navarra de Comercio, Javier Taberna, que considera fundamental el consenso porque «la comunidad está perdiendo muchísimo dinero con el convenio económico actual…, las empresas que están exportando soportan su IVA y sin embargo no se les devuelve, mientras que Navarra lo tiene que ir devolviendo, y va a déficit a restar». Parece dar por sentada la noticia como elusión de responsabilidades, cuando quienes participaron en el anterior convenio fueron casi los mismos. Si a esto añade Taberna que hay que negociar el convenio «enseñando los dientes», la hipocresía me parece total.

Los navarros de a pie estamos vetados para conocer la situación del embalse de Iesa por orden de la gobernadora de Navarra, ahora delegada del Gobierno; de la forma en que se diluye el IVA de la Volkswagen empaquetado en el convenio anterior. Nada del tren de AV, sobre el que se ha adelantado dinero al Estado sin que sepamos si va a construirse. Nada de la forma en que se ha diluido la Can, ni sus consecuencias en el desarrollo de Navarra. Nada de información a la sociedad navarra.

Mientras se elude limpieza en el lenguaje, el Estado, transgresión tras transgresión, lleva la harina a su molino. Lo que hoy es la España de las autonomías solo es una simple descentralización administrativa, donde la caja económica se rige solamente desde el Gobierno central y se reparte los impuestos recibidos previamente, en el orden que favorece al Estado central o simplemente al partido de turno.

¿Es que no hay navarros que quisieran ver otros modelos de convenios y de relación con España? ¿Es que no han existido responsabilidades ante la situación que se presenta y no estamos faltos de los estudios correspondientes al comportamiento de nuestros gobiernos en sus formas de actuar en nombre de nosotros los afectados?

Una ligera visión como la presentada, muestra la necesidad de conocer ventajas e inconvenientes de los ocurrido en los años 1512, 1841, 1876, 1893, 1918-20, 1924-27, 1941, 1969, y responsables por Navarra en los convenios con la luz de la veracidad.

Pedro Esarte Muniain
Es autor de ‘Navarra frente al Estado’ 1983 y ‘100 años de Gamazada’

La sempiterna traición del PSN-PSOE

El 14 de marzo de 2004, tras la victoria electoral socialista, una multitud se congregó ante la sede de Ferraz para celebrarlo y gritar a Zapatero aquello de «¡no nos falles!». Siete años más tarde el PSOE devolvía el poder a la derecha, después de haber fallado a todos, de castigar duramente a la clase trabajadora y de expoliar a los pensionistas del futuro. Estos hechos, en realidad, no dejaban de ser coherentes con la trayectoria mantenida desde la Transición, como demuestran los casos Filesa, Guerra o Urralburu, el escándalo de los fondos reservados, la traicionera jugarreta de la entrada en la OTAN y, de forma muy especial, la repugnante guerra sucia del GAL, que llegó a pringar a algunos de sus gerifaltes. Una deriva lamentable que, en definitiva, emborronaba el recuerdo del socialismo histórico, incluidos los mártires que aún abonan las fosas comunes de la Guerra Civil.

Pero es sin duda cuando analizamos la andadura socialista en Navarra cuando el desastre adquiere proporciones bíblicas. Tras el golpe de Tejero en febrero de 1981, los partidos mayoritarios sintieron la necesidad de acallar el ruido de sables de los cuarteles impulsando la LOAPA, toda una rebaja del planteamiento autonómico. Ello trajo además consigo, de manera automática, la segregación de Navarra de la Agrupación Socialista de Euskadi, así como la retirada de la ikurriña de los ayuntamientos navarros, incluido el de Pamplona, donde los propios socialistas la habían colocado tan solo cuatro años antes. Se trataba de una serie de prudentes y estratégicas medidas, que culminaban en el mes de marzo siguiente, cuando el PSOE pactaba con la derecha el Amejoramiento del Fuero, único estatuto aprobado sin referéndum, que sancionaba la separación de Navarra del resto de provincias vascas. Parecido espíritu impulsó a Ferraz a aniquilar al PSN en 1996, cuando estalló el caso de las cuentas secretas en Suiza, priorizando, como ha ocurrido ahora, la necesidad de poner orden en Navarra. Nombraron a dedo una gestora (Pérez Calvo, Mazuelas, Eguren y Arbeloa), que se encargó de entregar el Gobierno a UPN, condenándonos a un largo y aún no concluido mandato. En el colmo del esperpento, además, alguno de aquellos socialistas de medio pelo llegó a pedir públicamente el voto para UPN.

El paso del PSN a la oposición no atemperó este seguidismo servil respecto a la derecha. Sirva como ejemplo la faraónica y poco ejemplarizante obra de Itoiz-Canal de Navarra, la antidemocrática Ley de Símbolos, la adjudicación sectaria de emisoras de radio o una política lingüística que tiene como único objetivo la asfixia del euskara. Y un dato más. En el PSN pamplonés, que ya entonces sostenía a Barcina y que colaboró, por ejemplo, en el expolio de la plaza del Castillo (2003), figuraba un joven Roberto Jiménez, que aprendía el oficio como grumete de Javier Iturbe.

Y llegamos así prácticamente al momento actual. Todavía en 2007, el PSN se presentaba a las elecciones al Parlamento bajo el lema En Navarra, tú decides. Luego, en el célebre agostazo, nos mostrarían el escaso recorrido que dicho lema y el propio PSN tiene, totalmente supeditado a la voluntad de Madrid. Dónde y bajo qué condiciones se cocinó aquella infamia es aún secreto de sumario. Así las cosas, cuando en noviembre de 2013 Rubalcaba remataba el Congreso del PSOE diciendo eufóricamente aquello de «vuelven los socialistas», los navarros deberíamos haber sospechado que, para nosotros, aquello solo podía significar que los socialistas iban a volver… a traicionarnos. Y así sobrevino el marzazo. Es bien cierto que la irrelevancia política de Roberto Jiménez quedó bien acreditada en aquel esperpéntico vaudeville, al verle tener que tragarse todas y cada una de sus amenazantes baladronadas hacia Barcina. Pero ello no debe ocultarnos que las directrices marcadas por Rubalcaba y su equipo desde Madrid constituyen la cara más sórdida de la política, su faceta más mezquina, manipuladora, mentirosa, fullera y sucia.

¿Qué es lo que impulsa a Ferraz a boicotear una y otra vez la posibilidad de un cambio real en Navarra? La respuesta viene dada, sin duda alguna, en clave numérica. El PSOE obtuvo en las últimas elecciones cerca de 50.000 votos en Navarra. Es decir, el equivalente a la suma de los votos socialistas en Móstoles y Alcorcón. Frente a la cruda realidad de esta irrelevancia electoral, Navarra tiene, en cambio, un innegable peso simbólico en España. Navarra es cuestión de estado. Lo es ahora, y lo fue también en 2007, en 1982 y hasta en 1841. En realidad, nunca ha dejado de serlo desde su conquista a principios del siglo XVI. Es por ello que, cada vez que en Navarra se visualiza la posibilidad de un cambio real, en Madrid suenan las trompetas del Apocalipsis. Ya lo dijo Alfonso Alonso, portavoz del PP, el día 13 de febrero, cuando pidió que Rubalcaba paralizase la moción de censura a Barcina, asegurando abiertamente que «la cuestión de Navarra trasciende a la propia Navarra». Una despreciable manera de decir que en Madrid no están dispuestos a aceptar la voluntad de los navarros.

La única lectura posible que la historia nos brinda es, en definitiva, que el PSN ni ha sido ni será nunca un instrumento válido para el cambio en Navarra. Y es imprescindible que todos tomemos nota de este hecho, también aquellos que les bailan el agua cada vez que salta un escándalo o una crisis de Gobierno en UPN. Si en Navarra alguna vez sobreviene un cambio de régimen, este no vendrá de la mano del PSOE, sencillamente, porque ellos mismos son parte esencial de dicho régimen, lo han sido desde la Transición. La única estrategia posible pasa por la unión de las fuerzas realmente progresistas de Navarra, y pasa porque nos repitamos, como si de un mágico mantra se tratase, en voz bien alta y hasta la mismísima víspera de las elecciones, que ni un solo voto por el cambio debe terminar en las alforjas del PSN. Sería como tirarlo a la basura.

Joseba Asiron