“Apuntad bien las bocachas…”. Fue la frase asesina que se captó -dicha por un mando de la policía española- el 8 de julio del 78. Aquella policía -erigida en banda armada-, muy bien y abundantemente armada, muy bien organizada, muy bien pertrechada, muy bien adoctrinada, había, poco tiempo antes, asaltado -como si de un comando terrorista se tratara- la plaza de toros de Iruña-Pamplona. Pasaron por encima de los txikis de las peñas, disparando pelotas de goma, botes de humo y balas de fuego real contra las personas que estaban en el ruedo y en los tendidos de sol. Dejaron siete heridos de bala. Los repelimos. Otros de su banda, con un pañuelo rojo distintivo de su compañía, intentaron entrar por el callejón. Se lo impedimos. Contra sus inocentes balas…, almohadillas, perolas, botellas… fueron nuestras letales armas.

Nos habían disparado al corazón: en las fiestas de San Fermín, en la capital de Nabarra. Nos tentaron como se tienta a los toros en la dehesa para ver si éramos bravos (o peligrosos). En las calles se armó la guerra: defensores de la ciudad, de la fiesta, de San Fermín, de la libertad… del pueblo, contra los atacantes y agresores de la ciudad, de la fiesta, de San Fermín, de la libertad… del pueblo. Los defensores íbamos de blanco y rojo, los colores de la alegría de la fiesta popular; los atacantes, de gris… con intenciones negras. “No os importe matar” fue la consigna que la voz asesina de la emisora policial envió a sus comandos. Y asesinaron. A Germán. Y, con él, a toda Iruña-Pamplona.

Y hoy, el párroco de San Lorenzo, como si ese título le concediera la gracia divina de disponer a su libre albedrío de un santo, de una capilla, de unas fiestas… que no son suyas, sino de esta ciudad, se permite el lujo de dedicar un peldaño de la escalerica a aquella policía que rompió las fiestas a sangre y fuego. La escalerica fue un invento de las peñas de Iruña-Pamplona. El anterior párroco la adaptó a la circunstancia católica y éste se la ha apropiado descaradamente, con el descaro arrogante y chulesco suficiente como para celebrar la escalera hacia San Fermín con los sucesores de aquellos grises (atacantes, agresores, asesinos de nuestra ciudad, de sus fiestas, de San Fermín) como invitados especiales. ¿Les pedirá que se confiesen y ofrezcan a San Fermín la primicia de decirnos los nombres de quién organizó y orquestó aquel ataque, quién dio la orden de que la policía española asaltara la plaza de toros, quién dirigió el atentado, quién les autorizó a matar, quién asesinó a Germán…? No, no lo hará, porque a Javier Leoz, párroco de San Lorenzo, esta ciudad y sus gentes se la traen al pairo. Y, para su propio prestigio y gloria, ultrajará -sin ruborizarse- la figura de San Fermín, presentando ante “la Asamblea del pueblo de Dios” a quienes le dispararon -y aún no han pedido perdón ni han condenado aquel atentado- como fieles devotos de nuestro santo.

Javier Leoz: “No se puede servir a dos señores a la vez” (palabra de Dios). Y tú, con el pretexto de agrandar la figura de San Fermín y sus fiestas, te has aliado -y para siempre- con la bocacha asesina: “apuntad bien las bocachas, no os importe matar”. Yo te acuso y te señalo como párroco indigno de San Lorenzo para toda la eternidad.

Pedro Romeo Lizarraga
El autor es bautizado en la parroquia de San Lorenzo el 19 de febrero de 1959. Testigo presencial de los hechos ocurridos en la plaza de toros de Iruña-Pamplona el 8 de julio de 1978.