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Las carreteras abiertas por los exclavos del franquismo, entre Gipuzkoa y Nafarroa

Desde Oiartzun pasamos a Navarra por la GI-3420, atravesando los puertos de Aritxulegi y Agina. Esta carretera recorre 19 kilómetros por unas montañas en las que hay unos pocos caseríos desperdigados, por un trazado sinuoso que se mete en los bosques, que se apoya en muros y contramuros para bajar a los barrancos, que atraviesa un túnel de fama negra.
Esta carretera enlaza un pueblo de 10.000 habitantes (Oiartzun) con otro de 2.700 (Lesaka). Y antes ya se podía ir de uno a otro por la carretera nacional del Bidasoa. ¿Hicieron semejante obra para acortar quince minutos el trayecto entre dos pueblos tan pequeños, a través de unas montañas despobladas?
No. Esta carretera es una consecuencia directa de la Guerra Civil. En agosto de 1936, las tropas franquistas bajaban por el Bidasoa hacia Irún cuando se encontraron con que los republicanos habían volado el puente de Endarlatsa, y no tuvieron más remedio que emprender una marcha penosa a través de las montañas para llegar a Oiartzun y de allí a Irún. Comprobaron que la ruta del Bidasoa era muy vulnerable. Así que al acabar la guerra decidieron construir una carretera por aquí, por los pasos de Aritxulegi y Agina, una alternativa para mover tropas entre San Sebastián y el Bidasoa. No tenía sentido civil, nunca tuvo uso militar, pero cuatro mil presos abrieron esta carretera endiablada con pico, pala, dinamita y carretillas.
El túnel de Aritxulegi, justo en la cima del puerto, fue el escenario de los sufrimientos más atroces. Los presos picaban el granito a mano durante horas para colocar algunos cartuchos y avanzar con las voladuras. Testigos de la zona como Xebe Sistiaga explican que debían avanzar sesenta centímetros diarios en la perforación del túnel, bajo amenaza de castigos, horas extra, más hambre. Segundo Pagadizabal, un carretero que vio a Franco cuando vino a inaugurar el túnel en 1948, recordaba cómo a veces llegaba algún esclavo a su caserío:
-Venían medio muertos, muy pálidos, arrastrados. Les dábamos un poco de queso y un trago de vino, y resucitaban. Si encontraban por ahí un nabo, lo pelaban y se lo comían crudo. Hasta las mazorcas de maíz se las comían crudas: crac-crac-crac…
En Oiartzun abundan los recuerdos de aquellos trabajadores fantasmagóricos que pululaban por la montaña, hambrientos, descalzos, sufriendo tifus, sarna, tuberculosis, arreados a fustazos monte arriba y monte abajo. Cuando uno de ellos se fugó, los militares escogieron a siete al azar y los fusilaron. Bajaron los cadáveres en camillas improvisadas con dos palos y una manta. Los cuerpos se bamboleaban monte abajo, recordaba el vecino Joxe Maia, y así los llevaron hasta el cementerio de Rentería. Sus actas de defunción están en el Ayuntamiento.
Habrá pocos tramos más dulces para pedalear que esta carretera de los esclavos: la bajada de Aritxulegi hasta el embalse de Endara, la subida de cuatro kilómetros por el hayedo hasta el alto de Agina, la bajada curveante hasta Lesaka. Quien sigue una huella debe un agradecimiento. Los ciclistas que recorremos esta carretera deberíamos, por lo menos, contar su historia.
El camino injusto
De Lesaka a Irurita, remontamos el Bidasoa. Primero entre las montañas que estrechan el valle, luego por un paisaje más amplio, un oleaje de colinas verdes, bosques, arroyos, maizales, palacios de piedra rosada, caseríos blancos desperdigados en las praderas como dados lanzados en un tapete. En Irurita empieza otro tramo ideal para ciclistas: los 27 kilómetros hasta Eugi a través del puerto de Artesiaga, otro trabajo de esclavos.
La carretera sube dulce, con alguna rampa dura, con descansos, con vistas cada vez más altas sobre el valle verde, los caseríos blancos, el bosque oscuro. Poco antes de llegar al collado, en un montículo al borde de la carretera instalaron en 2009 unas planchas y barras de acero corten: es una escultura de Mikel Iriarte, titulada Bidegabeko bidea (El camino injusto). Parece hermoso, quizá demasiado optimista, que en euskera «injusto» se diga «bidegabea»: literalmente, «sin camino». Un panel recuerda que 1.756 presos construyeron esta carretera entre 1939 y 1941, y que otros 3.463 trabajaron en las fortificaciones del Baztán. El vizcaíno Francisco Barrena asistió a la inauguración de la escultura y contó que pasaron hambre, frío y mucho dolor, que los castigaban por cualquier cosa, que por ejemplo les hacían cavar un agujero y luego rellenarlo, o que les colgaban al cuello sacos con diez kilos de piedras y que se pasaban la jornada entera trabajando con esa carga que los destrozaba, que pasaban tanta hambre que una vez, en invierno, bajaron hasta el pueblo porque alguien les dijo que había una gallina muerta, y que allí la encontraron, entre la nieve, y se la comieron.
Al día siguiente de la inauguración, la escultura amaneció chorreando pintadas negras. Las firmaba Falange Baztán, proclamaban varias veces «Viva Cristo Rey» y dejaban una serie de amenazas en un euskera apretado: «39n irebazi giñun ta beti irebaziko» («ganamos en el 39 y siempre ganaremos»), «Rojos kontuz ibili» («rojos, andad con cuidado»). La limpiaron y ahora aparece bien cuidada. Quizá sería buena idea incluir una foto de aquel ataque en el panel informativo al borde de la carretera, porque los autores de las pintadas negras completaron de manera involuntaria pero muy efectiva el mensaje de la escultura: la justicia, la necesidad, la actualidad de la memoria.
Epílogo hasta Pamplona
El pueblo de Eugi, en la orilla de un pantano, a los pies de los bosques del Quinto Real, es un destino estupendo para terminar el recorrido. Si queremos completar la etapa hasta Pamplona, poco después de Eugi podemos tomar la pequeña carretera NA-2520, otra obra de los trabajadores forzados, para cruzar el alto de Egozkue y bajar a Olague. En la periferia norte de Pamplona, una carretera bacheada sube desde Artika hasta el Fuerte de San Cristóbal, en la cumbre del monte Ezkaba, donde hacinaron y maltrataron a cientos de presos republicanos. El 22 de mayo de 1938 emprendieron una fuga extraordinaria que terminó en masacre: de los 795 escapados, los guardias y militares asesinaron a más de doscientos en las siguientes horas y días, detuvieron a todos los demás y solo tres se salvaron pasando a Francia tras una caminata de varias jornadas.
publico, 12/06/2020