Historia / Historia
El Códice Calixtino y el primer relato sobre el origen de los vascos

En 1137, Aimeric Picaud incluyó en la quinta parte del Códice Calixtino, la conocida Guía del peregrino, un texto dedicado a explicar en términos históricos el origen de los vascos. Con esta breve narración concluía un completo dossier dedicado a este pueblo, dentro de un capítulo donde se describen las etnias y los territorios por los que discurre el Camino de Santiago desde Tours a Compostela.
Algo nos dice que Aimeric tenía un interés especial en el tema cuando comprobamos que el espacio dedicado a los vascos en este capítulo ocupa tres cuartas partes del total, dejando el exiguo resto para todos los demás pueblos. Sin embargo, más que esta desproporción, sorprende el propio contenido de un informe donde valiosísimos apuntes de tipo lingüístico y antropológico aparecen junto a desconsiderados juicios de valor e insultos de la peor nota.
Un relato chocante
Este es el contexto inmediato de un relato presentado como una tradición oral y cuya función expresa es explicar las semejanzas entre vascos e irlandeses como el fruto de una relación filogenética.
Su argumento, resumido, cuenta cómo Julio César, con el fin de someter a tributo a los pueblos de Hispania, envía allí mercenarios irlandeses con la orden de exterminar a los varones y adueñarse de sus mujeres y tierras. Una vez desembarcados, estos ocupan un territorio marcado por cuatro términos, Bayona, Oca, Zaragoza y Barcelona. Los mercenarios son derrotados y obligados por los castellanos a replegarse detrás de los Montes de Oca, a un territorio coincidente en buena medida con la Vasconia del siglo XII, donde sí consiguen ejecutar el plan para el que fueron enviados, engendrando con las mujeres indígenas un nuevo pueblo de carácter mixto, el vasco.
No consuma noticias, entiéndalas.
A primera vista, todo en este relato resulta único y chocante, por lo que no sorprende que no haya sido tomado en consideración, no ya como fuente de acontecimientos reales, sino ni siquiera como eco de alguna tradición existente.
Sin embargo, entre los constituyentes de su argumento se encuentran los elementos principales de las primeras narraciones sobre los orígenes del señorío vizcaíno –estas sí aceptadas al menos como tradiciones locales– escritas en los siglos XIV y XV por el conde de Barcelos y Lope García de Salazar. Estos elementos argumentales coincidentes se cifran en la voluntad de someter, por parte de una potencia exterior, a un pueblo autóctono; la resistencia y victoria final de este; y el nacimiento de un linaje señorial mixto en el que se mezcla un componente indígena con otro británico.
Lo que cambia en el relato de Aimeric respecto a las narraciones de Barcelos y Salazar y le confiere un aspecto totalmente distinto es, por una parte, la ambientación histórica, romana en aquel, medieval en estos. Por otra parte, el hecho de que los vascos, o sus ancestros, no representen en este relato el rol del autóctono agredido sino el de invasor extranjero. Por último, que Aimeric se refiera al nacimiento de todo un pueblo, mientras que Barcelos y Salazar se limiten a la fundación de un linaje señorial.
Propaganda negativa…
Frente a los relatos de Barcelos y Salazar, que aún con sus pequeñas variantes parecen responder a una única tradición, el de Aimeric, bastante más complejo, no es precisamente una pieza de folklore local recogida al pie de la letra sino una composición personal, orientada además hacia una propaganda negativa. El análisis de los temas que en ella se amalgaman nos descubre varias sorpresas en cuanto a su procedencia:
- El tema de una guerra, desarrollada en la frontera de los Montes de Oca y que tiene a los castellanos como anacrónicos (¡en una ambientación romana!) vencedores, es la adaptación de una tradición surgida en la propia Castilla en el contexto de las guerras que la enfrentaron a Navarra en los siglos XI y XII, y que tiene también sus ecos tardíos en el Poema de Fernán González.
En ella se presentan los Montes de Oca como una de las fronteras ancestrales del Condado de Castilla. Esto es falso, porque la frontera entre Castilla y Navarra no se fijó ahí hasta el siglo XI.
Además, en el propio Poema de Fernán González se narran dos batallas entre castellanos y navarros (Valpierre y Era Degollada), ganadas por los primeros, que nunca tuvieron lugar. Entre otras cosas, porque en época del Conde Fernán González las relaciones entre Castilla y Navarra fueron siempre amistosas.
Como en el caso de los Montes de Oca, se trata de invenciones juglarescas creadas en el s. XI o XII, cuando sí se verifica un conflicto casi permanente entre Castilla y Navarra, y que trasladaban a épocas anteriores situaciones de su presente histórico.
- El tema de una región cuadrangular como el primer solar donde se asientan los ancestros vascos parece ser de origen vascón. Lo encontramos también, bajo el nombre de Carpentania, mezclado en el mito de Túbal, nieto de Noé y primer poblador de España tras el diluvio, según Jiménez de Rada y Alfonso X. Podría este haberse pergeñado en la Navarra de los siglos XI-XII, y tener como precedentes la región cuadrada de los Spanoguascones, según la Cosmografía del Ravenate (siglo VII), e incluso la descripción de Aquitania como un paralelogramo de la Geografía de Estrabón (siglo I).
Frente a estos temas tradicionales, las cuestiones del parentesco vasco-irlandés y la contraposición entre pueblos puros y mestizos son elucubraciones del propio Aimeric, o corrientes en los ambientes intelectuales y cortesanos (anglo-franco-normandos) en que se movió, y que compartió con Godofredo de Monmouth. Este autor, el famoso creador de la materia artúrica, manejó ambas teorías en su Historia Regum Brittanniae, y estas no son sus únicas coincidencias con Aimeric. Estricto contemporáneo suyo, sobran los indicios de una cercanía literaria e incluso personal entre ambos.
… pero ¿podría esconder alguna verdad histórica?
Todos estos temas presentes en el relato de Aimeric, fruto de elucubraciones eruditas o populares, no tienen nada de histórico. A pesar de ello, sitúan a nuestro autor en una posición preeminente entre aquellos que se ocuparon de narrar la génesis de los vascos, pues con dos siglos de antelación ya recoge los elementos esenciales de las tradiciones aceptadas como propias –es decir, las leyendas del señorío vizcaíno de Barcelos (s. XIV) y Salazar (s. XV), aceptadas por la historiografía vasca hasta el s. XIX–.
Queda, sin embargo, un último tema, el que presenta a los antepasados vascos como soldados extranjeros al servicio de Roma. Este extremo, inasumible a la luz de la presunción de que el vasco es un pueblo ya establecido en la región desde el Neolítico, incluso desde el Paleolítico, está sin embargo en perfecta concordancia con la teoría alternativa de la Vasconización tardía.
Dicha teoría defiende que los vascos (es decir, los euskaroparlantes) llegaron a la Vasconia hispana (País Vasco + Navarra) procedentes de Aquitania, en tiempos de Roma y precisamente de la mano de los romanos. Con el colapso del imperio, se habrían hecho con el control de la región.
Esta hipótesis, revitalizada recientemente a partir de datos y análisis principalmente lingüísticos y arqueológicos, coincide con Aimeric en sostener que la primera llegada de vascos a la región tuvo lugar de la mano de Roma como parte integrante de sus ejércitos.
The Conversatión
José María Anguita Jaén
Profesor de Filología Latina, Universidade de Santiago de Compostela
Revuelta de los carniceros en la Iruñea de 1370: el intento de topar el precio de los alimentos


Poner tope al precio de determinados alimentos, de lo que tanto se ha hablado en los últimos tiempos, es una medida que ya se aplicó en la Iruñea de 1370 en el caso de la carne y que terminó con una revuelta de los carniceros.
La inflación galopante no es un fenómeno reciente, aunque en su momento no tuviera esta denominación. En la Iruñea del siglo XIV, los precios también estaban desbocados y las autoridades intentaron ponerles freno en vista de las consecuencias que estaba teniendo, especialmente en el pueblo llano.
Por aquel entonces, la ciudad todavía no conformaba una sola entidad administrativa y estaba integrada por los burgos de Nabarreria, San Cernin y San Nicolás, con sus correspondientes representantes públicos, llamados alcaldes y jurados.
La Corona navarra les había otorgado la facultad de controlar el comercio de «las carnes que se matan» en Iruñea, según recogió el historiador Juan Iturralde y Suit en su trabajo titulado ‘Una huelga en Pamplona en el siglo XIV’.
Y decidieron hacer uso de ese derecho para ordenar, a través de un documento, que «la libra de carnero valiese XIII dineros y no más y de otras todas carnes». Y mandaron a los carniceros de la ciudad que, de acuerdo con ese precio, «matasen y vendiesen las carnes», ya que no les supondría «pérdida ninguna y con ganancia suficiente».
Incluso se establecía que cuando las carnes escasearan, aumentarían el precio y lo rebajarían cuando abundasen, de manera que «pudieran vivir y obtener lucro razonable».

Boicot de los carniceros
La medida no sentó nada bien a los adinerados carniceros, que directamente montaron en cólera. Como recoge Peio Monteano en su obra ‘Pamplona 1423. El rey, la ciudad y el euskera’, «se reunieron en asambleas sin permiso real, insultaron a los jurados y se negaron a sacrificar animales y a vender su carne durante más de una semana».
En esa revuelta participaron 63 carniceros, de los que 35 pertenecían al burgo de San Cernin y 28 a la población de San Nicolás. Por aquel entonces, la Nabarreria era la zona más pobre de esa Iruñea dividida en tres.
Los jurados reaccionaron nombrando nuevos carniceros para suplir a los huelguistas, pero seguían las tensiones y la Corona decidió intervenir. El soberano del momento era Carlos II, pero en su ausencia, ya que andaba ocupado con sus disputas en Francia, ejercía como regente de Nafarroa su esposa Juana de Valois.
Juana apoyó a los jurados y multó a los carniceros con mil florines de oro, una sanción benigna teniendo en cuenta los usos de la época en estos casos y que la propia reina regente reconocía al señalar que recurría «a la piedad y la misericordia, más que al rigor».
Incluso se mostraba comprensiva con los acaudalados carniceros y les señalaba que en lugar de rebelarse, si se sentían agraviados, deberían haber acudido a ella. De hecho, terminó derogando la ordenanza, así que su plante les salió relativamente bien. Aunque, eso sí, también estableció que aquellos que habían sido nombrados nuevos carniceros, siguieran ejerciendo esa profesión. Así que estos últimos fueron los principales beneficiarios de lo sucedido.

Pello Guerra