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La mujer del Monumento a los Fueros: Rosa Oteiza

FuerosLaTxistorraDigital

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Rosa Oteiza Armona izan zen Ubago arkitektoak emakumea irudikatzeko erabili zuen eredua. Ubagorekin hiru seme izan zituen, eta, haren abizena eman zien arren, arkitektoak ez zuen emakumearekin ezkondu nahi izan, txiroa zelako. 1883an Iruñeko San Anton kalean jaioa, XX. mende hasierako ama ezkongabea izan zen Oteiza. Garaiko jendartean aurreiritzien aurka borrokatzeaz gain, bere haurrei uko egin behar izan zien eta bakardadean hil zen.

El Monumento a los Fueros fue levantado por cuestación popular en un entorno de grandes movilizaciones populares contra la iniciativa del ministro de Hacienda español Gamazo, quien en 1893 se propuso modificar las normas fiscales de Nafarroa. La semana pasada finalizaron las obras de restauración de la obra del arquitecto pamplonés Manuel Martinez Ubago, una escultura que tuvo un coste de 200.000 pesetas (1.200 euros) y sigue aún sin haber sido inaugurada oficialmente.

Pero, ¿quién fue la modelo de la escultura? A continuación reproducimos la información obtenida por La Txistorra Digital de manos de Lara Ubago, bisnieta de Rosa Oteiza.

Lara Ubago es el nombre profesional de María Jesús Fernández Martínez de Ubago, nacida en 1963, nieta por parte de madre de Julio Martínez de Ubago, hijo del escultor y la joven que le sirvió de modelo. Julio siempre le dijo a Lara, con mirada triste, que se parecía muchísimo a su madre; un dato que es difícilmente comprobable porque no se conservan fotografías de Rosa Oteiza. Al ponernos en contacto con Lara, pudimos recomponer en buena medida la trayectoria vital de Rosa Oteiza, aunque hay algunas lagunas en el relato fruto de que sus propios hijos la dieron por muerta muchos años antes de que falleciera, en los años 70 en Pamplona.

Conociendo sus orígenes…

Cuenta Lara que, salvo los comentarios de su abuelo, Julio, de que se parecía mucho a su madre (“que murió joven”, decía él), no tenía ningún conocimiento de la historia de su bisabuela. Sin embargo, en el colegio Francés de San Sebastián en el que estudió, compartía clase con otro niño apellidado Martínez de Ubago, también de segundo. “Era este niño el objeto de todos mis desvelos infantiles”, recuerda Lara. “Me picaba la curiosidad, lo del apellido… ¿seríamos primos?”. Una de sus profesoras, un día, les preguntó si sabían por qué se apellidaban igual. Los dos niños fueron a casa y volvieron con dos versiones diferentes y escasas de la historia. “A él le habían contado que éramos descendientes de unos hijos bastardos de su abuelo. A mí, que éramos fruto de los hijos de un primer matrimonio de mi bisabuelo…. casorio más o menos. Al final, nos salió la cuenta de que yo era su sobrina y él mi tío”.
En posteriores consultas a su madre, Lara fue enterándose de que su abuelo no había querido nunca hablar de su infancia ni de su madre. “Había un gran tabú, probablemente también un gran dolor”, apunta Lara. Sin embargo, poco a poco fue sabiendo que era de la rama “siniestra” de los Martínez de Ubago, hijos de José María, reconocidos por él, a quién dio sus apellidos… y poco más.

Sin embargo, y con mucha paciencia, ha podido ir recomponiendo la historia de su bisabuela, Rosa Oteiza, dándole coherencia pese a los momentos de su vida en los que desaparece del mapa incluso para sus propios hijos. Un relato que comienza con una Rosa joven que tiene amores con el escultor José María Martínez de Ubago.

Rosa Oteiza, según los artículos recapitulados en 2001 por el periodista Fernando Pérez Ollo (que al parecer fue vecino de Rosa Oteiza durante muchos años), habría nacido en 1883. Según los datos de que dispone su bisnieta Lara, Rosa sería la hija de la portera de un colegio de Pamplona, la mayor de bastantes hermanos de una familia muy humilde que vivía en la portería del colegio. La belleza de Rosa cautivó a José María Martínez de Ubago, arquitecto y escultor, de una clase social superior a la de Rosa: algo que, en aquellos años de finales del XIX impedía un posible matrimonio. Cuentan incluso, para acabar de liar la madeja, que por su amor pelearon José María y su hermano Manuel, coautor del Monumento a los Fueros.

Antes de cumplir 20 años, Rosa había sido ya madre dos veces de hijos engendrados por José María Martínez de Ubago. El primero recibió no sólo el apellido, sino también el nombre de su padre. El segundo de los hijos de Rosa y José María fue Julio, el abuelo de Lara, nacido en 1903. Posteriormente, como hermano de los anteriores se crió Luis Martínez de Ubago, de quien Lara ha recibido la versión de que era hijo de otra madre, pero del mismo padre. A Luis se le acabó el amparo paterno más joven que a sus hermanos y no pudo ir demasiado a la escuela, por lo que acabó siendo carpintero.

Los tres, como corresponde a la época, y al haber sido reconocidos por su padre, recibieron de éste los dos apellidos. José María, Julio y Luis se apellidaban Martínez de Ubago Lizarraga, por lo que el apellido de Rosa Oteiza se perdió por completo. De ahí que Lara, hasta mucho tiempo después, ni siquiera supiera el nombre de su bisabuela.

Rosa detiene una boda. Allá por 1908, aproximadamente, Rosa reaparece en la vida de José María Martínez de Ubago. En esa fecha, tanto él como su hermano Manuel (creador también del Monumento a los Fueros) trabajaban en Zaragoza, donde entre otras cosas crearon el precioso quiosco modernista de música. Según ha podido averiguar Lara, la reaparición de Rosa Oteiza fue sonada. “Parece ser que José María se iba a casar dentro de su clase social y Rosa Oteiza lo impidió, presentándose en la boda con los hijos de ambos. Sería un tremendo escándalo en la época”.

Tal vez a consecuencia de ese escándalo, José María Martínez de Ubago cambia su residencia y se marcha a San Sebastián. Los hermanos Julio, José María y Luis, también crecieron allá, en una pensión que probablemente pagaría el propio escultor. Pese a ello, no acudió a sus bodas ni conoció a los nietos que le dieron. Es más: como apunta Lara, “si alguien, por equivocación, llamaba a casa de los Martínez de Ubago oficiales de San Sebastián preguntando por alguno de los nuestros, la respuesta era que no hay más Martínez de Ubago en San Sebastián que ellos”. Es la parte de la familia que desciende de un matrimonio del escultor, ya maduro, con su secretaria, también casi adolescente. Le dio 5 hijos, entre ellos, la madre del compañero de clase de Lara.

Mientras, los hijos de Rosa y Jose María fueron creciendo en la Donostia en la que Martínez de Ubago fue arquitecto, político del Partido Radical de Lerroux e incluso alcalde. “Mi abuelo dibujaba muy bien, y ya adulto trabajó para su padre como delineante”, cuenta Lara. Así, trabajando de día para su padre y estudiando de noche, Julio consiguió el título de aparejador. No supieron nada de aquella madre a la que, probablemente, habrían visto por última vez en 1908, en el escándalo de la boda, cuando Julio tenía apenas 5 años. Aquella madre, para los tres hermanos, “había muerto joven”… pese a que Rosa, como veremos, seguía viva.

¿Por qué los hijos de Rosa Oteiza, mientras se criaban en San Sebastián, en una pensión pagada por su padre, creyeron que su madre había muerto? Su bisnieta Lara, de lo que conoce y escuchó a su abuelo, se atreve a lanzar una triple hipótesis de lo que pudo ocurrir tras la boda que paró Rosa en Zaragoza, y el posterior traslado de José María Martínez de Ubago a San Sebastián. “Puede ser que Rosa y él siguieran juntos y, aunque no educara a sus hijos, les pasara algo de dinero e incluso, como he dicho, le diera trabajo a mi abuelo años después. Puede que, simplemente, Rosa dejara a sus hijos, a cargo del padre. O puede que ambos llegaran a un acuerdo por el que ella desaparecía del mapa a cambio de que a sus hijos les llegara dinero de su padre para pagar su educación”.

El caso es que los hermanos crecieron sin madre y también sin una figura paterna. Su madre, para ellos, estaba oficialmente muerta. O, tal vez, como apunta Lara, ellos renegaron de la existencia de su madre, por pura vergüenza o por ruptura del trato con ella.

Rosa vuelve… y cerca de Donostia

Pero Rosa seguía viva. Reaparece documentalmente en 1932, con 49 años. Y reaparece no en Pamplona, sino más cerca de San Sebastián: en Rentería. Según los datos que La Txistorra Digital ha recopilado, gracias a la digitalización de los archivos de Rentería, Rosa fue comadrona titular de la localidad entre 1932 y 1942.

Lara cree que el hecho de que viviera tantos años cerca de San Sebastián, donde residía José María Martínez de Ubago, abre la posibilidad de que la suya fuera una relación secreta e ilícita de muchos años. En cualquier caso, sobre la duración de los amores entre ambos únicamente puede especularse. El caso es que Rosa, al menos geográficamente, estaba cerca de sus hijos y ya incluso, en esa época, de sus nietos. La duda que tiene Lara es si Rosa estaba “cerca abiertamente o desde la distancia, manipulando los hilos para que José María no dejara de ayudarlos, pero sin que sus descendientes supieran de ella”.

A partir de aquí viene la leyenda urbana. Tanto Fernando Pérez Ollo como otros pamploneses dicen recordar, allá por los años 60, la presencia de Rosa en la capital navarra. Sus hijos, sin embargo, seguían viviendo en San Sebastián, y no tuvieron trato con ella. El caso es que Rosa, al parecer, fallece en la década de 1970, en Pamplona. Y la rama “bastarda” de los Martínez de Ubago, más de treinta años después, no recibió ninguna comunicación de los actos del centenario del Monumento a los Fueros. Y eso que eran descendientes directos del escultor del monumento y de la joven que sirvió de modelo. Pese a su azarosa vida, Rosa Oteiza, prácticamente no había existido para la Historia.

A Lara, de todo este periplo vital de Rosa, le queda el deseo de conocerla mejor, de conocer mejor los orígenes de su familia. Por ejemplo, querría ver fotos o dibujos de su bisabuela. “Tal vez los haya en la fundición Masriera y Campins, de Barcelona, donde se hizo la escultura”.

Antes contábamos cómo Lara Ubago conoció la existencia de su bisabuela Rosa Oteiza, la que fuera modelo para la matrona del Monumento a los Fueros, y de una rama «oficial» o legítima de descendientes de su bisabuelo, el escultor José María Martínez de Ubago. Pues bien: tras ser consciente, al menos en parte, de la historia que subyacía en lo que en su familia se comentaba, Lara siguió investigando, preguntando y conociendo más datos. Algunos, casi los menos, los aportaba la Historia oficial. El resto pertenecen a una intrahistoria muy poco conocida.

Rosa Oteiza, según los artículos recapitulados en 2001 por el periodista Fernando Pérez Ollo (que al parecer fue vecino de Rosa Oteiza durante muchos años), habría nacido en 1883. Según los datos de que dispone su bisnieta Lara, Rosa sería la hija de la portera de un colegio de Pamplona, la mayor de bastantes hermanos de una familia muy humilde que vivía en la portería del colegio. La belleza de Rosa cautivó a José María Martínez de Ubago, arquitecto y escultor, de una clase social superior a la de Rosa: algo que, en aquellos años de finales del XIX impedía un posible matrimonio. Cuentan incluso, para acabar de liar la madeja, que por su amor pelearon José María y su hermano Manuel, coautor del Monumento a los Fueros.

Antes de cumplir 20 años, Rosa había sido ya madre dos veces de hijos engendrados por José María Martínez de Ubago. El primero recibió no sólo el apellido, sino también el nombre de su padre. El segundo de los hijos de Rosa y José María fue Julio, el abuelo de Lara, nacido en 1903. Posteriormente, como hermano de los anteriores se crió Luis Martínez de Ubago, de quien Lara ha recibido la versión de que era hijo de otra madre, pero del mismo padre. A Luis se le acabó el amparo paterno más joven que a sus hermanos y no pudo ir demasiado a la escuela, por lo que acabó siendo carpintero.

Los tres, como corresponde a la época, y al haber sido reconocidos por su padre, recibieron de éste los dos apellidos. José María, Julio y Luis se apellidaban Martínez de Ubago Lizarraga, por lo que el apellido de Rosa Oteiza se perdió por completo. De ahí que Lara, hasta mucho tiempo después, ni siquiera supiera el nombre de su bisabuela.

Rosa detiene una boda

Allá por 1908, aproximadamente, Rosa reaparece en la vida de José María Martínez de Ubago. En esa fecha, tanto él como su hermano Manuel (creador también del Monumento a los Fueros) trabajaban en Zaragoza, donde entre otras cosas crearon el precioso quiosco modernista de música. Según ha podido averiguar Lara, la reaparición de Rosa Oteiza fue sonada. “Parece ser que José María se iba a casar dentro de su clase social y Rosa Oteiza lo impidió, presentándose en la boda con los hijos de ambos. Sería un tremendo escándalo en la época”.

Tal vez a consecuencia de ese escándalo, José María Martínez de Ubago cambia su residencia y se marcha a San Sebastián. Los hermanos Julio, José María y Luis, también crecieron allá, en una pensión que probablemente pagaría el propio escultor. Pese a ello, no acudió a sus bodas ni conoció a los nietos que le dieron. Es más: como apunta Lara, “si alguien, por equivocación, llamaba a casa de los Martínez de Ubago oficiales de San Sebastián preguntando por alguno de los nuestros, la respuesta era que no hay más Martínez de Ubago en San Sebastián que ellos”. Es la parte de la familia que desciende de un matrimonio del escultor, ya maduro, con su secretaria, también casi adolescente. Le dio 5 hijos, entre ellos, la madre del compañero de clase de Lara.

Mientras, los hijos de Rosa y Jose María fueron creciendo en la Donostia en la que Martínez de Ubago fue arquitecto, político del Partido Radical de Lerroux e incluso alcalde. “Mi abuelo dibujaba muy bien, y ya adulto trabajó para su padre como delineante”, cuenta Lara. Así, trabajando de día para su padre y estudiando de noche, Julio consiguió el título de aparejador. No supieron nada de aquella madre a la que, probablemente, habrían visto por última vez en 1908, en el escándalo de la boda, cuando Julio tenía apenas 5 años. Aquella madre, para los tres hermanos, “había muerto joven”… pese a que Rosa, como veremos, seguía viva.

Tras los dos primeros capítulos de la verdadera historia de Rosa Oteiza, la joven pamplonesa que sirvió de modelo para la matrona que corona el Monumento a los Fueros de Iruña, el interés de nuestros lectores no ha decrecido. Es más: muchos quieren saber qué pasó con ellas tras haber parado la boda del padre de sus hijos, y escultor del monumento. Pues, con este capítulo, cerramos la historia. O no, porque quedan aún cosas por saber… ojalá alguien nos pueda seguir dando más datos.

¿Por qué los hijos de Rosa Oteiza, mientras se criaban en San Sebastián, en una pensión pagada por su padre, creyeron que su madre había muerto? Su bisnieta Lara, de lo que conoce y escuchó a su abuelo, se atreve a lanzar una triple hipótesis de lo que pudo ocurrir tras la boda que paró Rosa en Zaragoza, y el posterior traslado de José María Martínez de Ubago a San Sebastián. “Puede ser que Rosa y él siguieran juntos y, aunque no educara a sus hijos, les pasara algo de dinero e incluso, como he dicho, le diera trabajo a mi abuelo años después. Puede que, simplemente, Rosa dejara a sus hijos, a cargo del padre. O puede que ambos llegaran a un acuerdo por el que ella desaparecía del mapa a cambio de que a sus hijos les llegara dinero de su padre para pagar su educación”.

El caso es que los hermanos crecieron sin madre y también sin una figura paterna. Su madre, para ellos, estaba oficialmente muerta. O, tal vez, como apunta Lara, ellos renegaron de la existencia de su madre, por pura vergüenza o por ruptura del trato con ella.

Rosa vuelve… y cerca de Donosti

Pero Rosa seguía viva. Reaparece documentalmente en 1932, con 49 años. Y reaparece no en Pamplona, sino más cerca de San Sebastián: en Rentería. Según los datos que La Txistorra Digital ha recopilado, gracias a la digitalización de los archivos de Rentería, Rosa fue comadrona titular de la localidad entre 1932 y 1942.

Lara cree que el hecho de que viviera tantos años cerca de San Sebastián, donde residía José María Martínez de Ubago, abre la posibilidad de que la suya fuera una relación secreta e ilícita de muchos años. En cualquier caso, sobre la duración de los amores entre ambos únicamente puede especularse. El caso es que Rosa, al menos geográficamente, estaba cerca de sus hijos y ya incluso, en esa época, de sus nietos. La duda que tiene Lara es si Rosa estaba “cerca abiertamente o desde la distancia, manipulando los hilos para que José María no dejara de ayudarlos, pero sin que sus descendientes supieran de ella”.

A partir de aquí viene la leyenda urbana. Tanto Fernando Pérez Ollo como otros pamploneses dicen recordar, allá por los años 60, la presencia de Rosa en la capital navarra. Sus hijos, sin embargo, seguían viviendo en San Sebastián, y no tuvieron trato con ella. El caso es que Rosa, al parecer, fallece en la década de 1970, en Pamplona. Y la rama “bastarda” de los Martínez de Ubago, más de treinta años después, no recibió ninguna comunicación de los actos del centenario del Monumento a los Fueros. Y eso que eran descendientes directos del escultor del monumento y de la joven que sirvió de modelo. Pese a su azarosa vida, Rosa Oteiza, prácticamente no había existido para la Historia.

A Lara, de todo este periplo vital de Rosa, le queda el deseo de conocerla mejor, de conocer mejor los orígenes de su familia. Por ejemplo, querría ver fotos o dibujos de su bisabuela. “Tal vez los haya en la fundición Masriera y Campins, de Barcelona, donde se hizo la escultura”.

Patxi Abasolo Lopez
LA TXISTORRA DIGITAL

Emires y califas de Córdoba: Cinco generaciones de madres vasconas

haren_palaciego

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Cuando romanos y godos hablaron de  nuestro territorio lo mencionaron como Vasconia.  Los textos en árabe que nos han llegado, utilizan  la palabra «baskunis» (vascones) cuando mencionan a los monarcas y a los habitantes de nuestro antiguo reino de Pamplona/Navarra.

Pues bien, según se desprende de los escritos de Ibn Hayyan, Al-Udri y otros cronistas y geógrafos andalusíes, cinco generaciones de emires y califas de la poderosa Córdoba tuvieron madres vasconas. También sabemos que otra princesa vascona fue esposa del caudillo Almanzor. Enseguida veremos quienes eran.

Comencemos dando un pequeño repaso histórico hasta llegar a la época que nos interesa: Imperio Omeya en el siglo VIII.

El reino visigodo, encarnizado enemigo de los vascones, cayó el año 711 a manos de los musulmanes. En el año 756 Abderramán I, que decía ser el único sobreviviente de los destronados Omeyas de Damasco, declara el Emirato de Córdoba independiente.

El año 929 Abderramán III se proclama califa a la vez que eleva el Emirato de Córdoba a rango de Califato que perduró como tal hasta que en el año 1031 se fragmentó en multitud de reinos conocidos como Taifas.

EL REINO VASCÓN ENTRE DOS ENEMIGOS: EL IMPERIO CAROLINGIO Y EL MUSULMÁN

A Iñigo Arista, primer monarca de Navarra que reinó entre los años 816-851, le sucedió su hijo García Íñiguez que de joven fue educado en Córdoba. El entendimiento entre los linajes de los Banu Qasi y los Arista, emparentados entre sí, fue fructífero a la hora de fortalecer el naciente reino de Pamplona frente al los francos por  el norte y a Córdoba por el sur (tema tratado en este otro capitulo del blog).

Este entendimiento se tornó dificultoso a partir de la muerte de Íñigo Arista, el comienzo del reinado de García Íñiguez y la muerte de Musa Ibn Musa. Desde entonces las aceifas del emir de Córdoba se hicieron constantes contra el reino de Pamplona.

Apresamiento y cautiverio de un príncipe de Pamplona y su hija

Un hijo de García Íñiguez llamado Fortún y la hija de éste llamada Onneca, fueron capturados en Milagro el año 860 durante una incursión del emir Muhammed I ibn Abdurrahman. Padre e hija fueron llevados a la capital de Al Ándalus donde los mantuvieron como rehenes para asegurar el sometimiento de Pamplona. Como luego veremos, la hija de Fortún casó con el Emir de Córdoba, fue madre del siguiente emir y abuela del famoso Abderramán III.

El príncipe cautivo en Córdoba vuelve a Pamplona para ser proclamado rey

Fortún Garcés, tras 20 años como rehén, volvió a Navarra para ser proclamado rey a la muerte de su padre García Íñiguez. Durante su reinado ejerció una política de convivencia con los descendientes de los Banu Qasi que todavía seguían siendo poderosos. Fortún Garcés es conocido como El Monje ya que abdicó y pasó sus últimos años en Leire haciendo vida monástica. Tiempo habrá para escribir otro artículo sobre las guerras, pactos y desavenencias entre Córdoba y el reino de Pamplona en aquellos tiempos.

CÓRDOBA: CINCO GENERACIONES DE EMIRES Y CALIFAS CON MADRES VASCONAS

Hablemos ahora de las vasconas que fueron esposas y madres de emires y califas de Córdoba. Empezaremos por Onneca, hija de Fortún el Monje, tercer rey de Pamplona.

Onneca Fortúnez nació hacia al año 850. Era hija de Fortún Garcés (nieto de Íñigo Arista) y de Oria ibn Lopo ibn Musa (descendiente de Musa Ibn Musa del clan de los Banu Qasi). Los ascendientes familiares de las ramas paterna y materna de Onneca Fortúnez se entremezclan ya que Íñigo Arista y Musa Ibn Musa eran hermanastros y este último se casó con su sobrina Assona hija del Arista.

Como hemos visto antes, Onneca Fortúnez fue capturada junto a su padre Fortún Garcés y llevada a Córdoba. (Luego hablaremos de la descendencia navarra de Onneca ya que se volvió a casar a su vuelta a Pamplona). Onneca estuvo en Córdoba junto a su padre en calidad de rehén durante casi veinte años, no haciendo vida de prisión sino disfrutando de las comodidades concernientes a su alcurnia y manteniendo buenas relaciones con los máximos dirigentes del Emirato. Onneca recibió el nombre árabe de Durr (Perla). Fue tomada por esposa por el emir Abdalá I del que tuvo un hijo y dos hijas. El hijo que ambos tuvieron fue el emir Mohamed, padre de Abderramán III el primer califa de Al Ándalus.

Por si fuera poco, veremos que el esposo de Onneca (abuelo de Abderramán III) también tuvo madre vascona:

La vascona Ushar. Abdalá I, marido de Onneca era hijo del emir Mohamed I y de una vascona que se llamaba Ushar. Y al parecer, Abderramán III, además de ser nieto de Doña Onneca, también era hijo de otra vascona: La vascona Muzna.
Mohamed II (hijo de Abdalá I y de Onneca)  tomó como esposa a la vascona Muzna o Muzayna (Lluvia) y de ellos nació Abderramán III.

La península en tiempos de Abderramán III

Antes de mencionar a la esposa vascona de Abderramán III, hagamos un alto para decir que Abderramán se proclamó califa convirtiendo a Córdoba capital del nuevo Califato de Occidente. Él alegaba ser descendiente de la familia de los Omeyas. Pero por sus ascendientes más próximos vemos que tenía más sangre vascona que árabe.  Sigamos… Abderramán III, casó con otra vascona: La vascona Maryam, que casó con Abderramán III y tuvo de él al califa Alhakén II.

El hijo sucesor de Abderramán III tuvo en su harén a otra vascona: La vascona Shub. Aunque las crónicas árabes dicen que Shub era una esclava, también nos revelan que poseía gran cultura y extraordinaria inteligencia y que intrigó en la corte a favor de sus hijos a la hora de declararlos herederos del califato. Shub ejerció de regente,  pero poco a poco el famoso Almanzor, de quien dicen fue amante, fue desplazándola.

Almanzor a su vez, también tuvo una esposa vascona

Resumiendo para que quede claro: Desde el bisabuelo al nieto de Abderramán III todas las los emires y califas de Al Ándalus tuvieron madres vasconas. Seguramente hubo más vasconas emparentadas con otros dignatarios de Córdoba pero solo mencionaremos a una de muy alta alcurnia, que fue esposa de Almanzor: La vascona Abda Sánchez.

Se sospecha que llegó a Córdoba como rehén. Hija de nuestro rey Sancho Garcés II también conocido como Sancho Abarca; hermana del rey García Sánchez II el Temblón que fue el padre de Sancho el Mayor. Abda, también conocida como Urraca de Navarra, fue tomada como esposa por el caudillo Almanzor el año 990 y ésta le dio un hijo: Abderramán, apodado Sanchuelo. Dicen que Abda terminó sus días en un convento.

¿Como llegaron a Córdoba estas vasconas?

Bien por acuerdos matrimoniales entre Córdoba y Pamplona, bien por haber sido tomadas (o dadas)  como rehén como doña Onneca, o quizás por  haber sido secuestradas en alguna incursión, estas vasconas fueron llevadas a Córdoba y puestas al cuidado de los sucesivos emires y califas que las tomaron por esposas.

Ya hemos visto que entre estas vasconas  hubo dos princesas, hijas de reyes: Onneca y Abda Sanchez. Se supone que las demás vasconas  que hemos mencionado también pudieron ser de familias pamplonesas de alto abolengo aunque textos en árabe dicen que algunas de ellas eran esclavas.

DOÑA ONNECA, ABUELA DEL PRIMER CALIFA Y ABUELA TAMBIÉN DE REYES NAVARROS.

Los descendientes navarros de Onneca Fortúnez: Onneca, la abuela de Abderramán III parece ser que volvió a Navarra  junto a su padre Fortún Garcés  cuando éste fue proclamado rey. Doña Onneca contrajo matrimonio con Aznar Sánchez de Larraún, conde de Aragón. Fruto de este matrimonio nació Toda Aznárez, futura esposa de nuestro rey Sancho Garcés I.

Doña Toda, hija de Onneca, personaje de gran relevancia

Casó con el rey Sancho Garcés I  y de este matrimonio nacieron siete hijos. Quedó viuda y gobernó como regente de su hijo García Sanchez.

Durante toda su vida mostró una fuerte personalidad y una autoridad indiscutible. Fue forjadora de una red de alianzas matrimoniales que aumentó su influencia personal y la del reino vascón en todos los territorios existentes en su entorno y sobre todo en en el reino de Asturias-León donde tomó partido incluso en las disputas de sus nietos Sancho el Craso y Ordoño el Malo por aquel trono.

Los hijos de Doña Toda y de Sancho Garcés I, rey de Pamplona, fueron:
– Urraca Sánchez, casada con Ramiro II de León.
– Oneca de Pamplona, casada con Alfonso IV «El Monje», fue reina de León entre el 926 y el 931 año en que falleció.
– Sancha de Pamplona, casada en primeras nupcias con Ordoño II de León, en segundas con el conde alavés Álvaro Herrameliz y en terceras, con Fernán González, primer conde de Castilla.
– García I Sánchez, rey de Pamplona, casado con Andregoto Galíndez condesa de Aragón y con Teresa Ramírez, hija de Ramiro II de León y de Adosinda Gutiérrez,
– Velasquita o Belasquita Sánchez, casada en primeras nupcias con el conde alavés Munio Vélaz, en segundas con Galindo de Ribagorza y en terceras con Fortún Galíndez tenente del rey de Navarra en tierras hoy riojanas.
– Munia (Muña) de Pamplona.
– Orbita de Pamplona, probablemente casada con al-Tawil, gobernador de Huesca. Pudo ser hija póstuma, como hace suponer el significado de su nombre arábigo: «la huérfana».

GALIMATÍAS GENEALÓGICO

Al principio del artículo ya hemos hablado del parentesco de doña Onneca respecto a los primeros reyes de Navarra y a los Banu Qasi. Ahora toca comentar el parentesco de Onneca, su  hija Toda y descendientes navarros respecto  al califa Abderramán III de Córdoba y a Sancho el Mayor de Navarra. Puede que os resulte lioso, pero vamos a tratar de entenderlo:

-Doña Onneca  fue llevada a Córdoba el año 860 y allá fue madre del padre de Abderramán III.
-Doña Onneca  regresó a Navarra hacia el año 882, se casó de nuevo y fue madre de Doña Toda.
-Doña Toda  casó con el rey de Pamplona Sancho Garcés I.

Doña Toda, a causa del primer matrimonio de su madre, es hermanastra del padre de Abderramán III. Por lo tanto todos los hijos e hijas de Doña Toda (incluido el rey de Pamplona García Sánchez I) son  primos carnales del califa Abderramán III.

Doña Toda en cuanto hermanastra del padre de Abderramán III es tía carnal de este califa.
Por la parte navarra es madre del rey García Sánchez I, abuela de  Sancho Garcés II (El Abarca) bisabuela de García Sánchez II (El Temblón) y tatarabuela  de Sancho Garcés III (Sancho el Mayor) el rey de Navarra que más territorio controló.

Parentescos de Abda, la esposa vascona de Almanzor

Respecto a Abda, esposa de Almanzor, también era descendiente de Doña Onneca y Doña Toda como hija que era del rey Sancho II Abarca. Como también era  hermana del rey García Sánchez el Temblón, que fue el padre de Sancho el Mayor, Abda  fue tía de este otro gran monarca  que reinó a partir del 1003. Así que, al hablar del esposo de Abda, Almanzor, (que vivió entre el 938 y el 1002) también  lo podemos considerar como “tío” de Sancho el Mayor, el  rey más poderoso que jamás ha tenido Navarra.

Mikel Burgi