El intento de liberar Navarra, ocurrido el año 1516, tuvo un carácter netamente navarro. Fue protagonizado por el mariscal Pedro de Navarra con unos 1.000 hombres y sus lugartenientes fueron navarros: Pedro Enríquez de Lacarra y Antonio de Peralta, los capitanes Jaime Belaz de Medrano, Juan Remíriz de Baquedano, Juan de Olloqui, Martín y Valentín de Jaso, Juan de Goñi, Fernando de Ayanes, Rodrigo de Alzate, Carlos de Mauleón, los señores bajonavarros de Mazparratua, Salasusan y Cammon, y otros nobles pertenecientes a los linajes de Ezpeleta, Garro, Eslaba, Lizarraga, Sarría y Bergara, y Petri Sanz (o Sánchez), capitán de los roncaleses. Su rendición se hizo con la condición de dejar en libertad al resto de las tropas.

Navarra carecía de fuerza militar alguna al estar ocupada frente a Castilla con soldados de diferentes procedencias. Los navarros alistados profesionalmente a Castilla que participaron fueron Donamaría, Esparza. Con dinero prestado, Rena pagó las deudas debidas a colaboradores y los comprometió a acudir de nuevo con ellos. No eran personajes de prestigio, sino el llamado capitán Martín de Ursua o el señor de Ureta, que formaron cuadrillas con sus allegados o familiares, y que más que hombres de armas fueron acarreadores o vigías y guías de caminos.

Francés de Beaumont, señor de Arazuri, que mandó las tropas enviadas por el gobernador de Gipuzkoa a la toma de la fortaleza de Amaiur en 1513, puso tres años más tarde a su criado Fernando Gil al servicio de la señora de Ablitas como enlace y correo ante los reyes navarros y trasladador de caballos a la Baja Navarra, por lo que posteriormente fue castigado y enviado a servir fuera de Navarra. El conde de Lerín, Luis de Beaumont, que tenía mando sobre Pamplona, lo perdió y hubo de huir perseguido por el capitán Pizarro, lugarteniente del coronel Villalba. Ambos se reivindicaron ante el emperador, en la batalla de Noáin.

Entre tanto, los partidarios del rey navarro en la Ribera vivieron una colaboración con el alzamiento y la liberación del reino. En los días previos al ataque, las comunicaciones entre los conjurados y el rey de Navarra fueron constantes y el trasiego de mensajes entre Ablitas, Cascante, Marcilla y Tudela fue continuo con la Baja Navarra y los alzados que, siguiendo los planes de los partidarios, conocían la fecha del domingo 23 de marzo, festividad de Pascua, como día a realizarse.

El fracaso de la intentona pues se debió a varias causas. El mal tiempo que imposibilitó los movimientos de tropas por la montaña, la habilidad de Rena que se hizo con préstamos, la estrategia del cardenal Cisneros que envió 3.000 hombres que desde Castilla al mando del capitán de artillería Diego de Vera y la veteranía del coronel Villalba, actuaron coordinadamente y con toda celeridad con las tropas instaladas en Navara y otros 1.000 soldados más que mandó el duque de Nájera capitaneadas por el presidente de las Juntas de Álava, Diego Martínez de Álava. Pero la fuerza vital fue la represión interior que se ejerció sobre la población civil que fue total.

LA REPRESIÓN EJERCIDA

Frente al ansia popular existente en Navarra y colaboración social prevista de apoyo a la rebelión, los castellanos detuvieron a Martín de Elizondo canónigo, Miguel de Espinal -exfiscal real-, el licenciado Urzainqui, Martín de Eraso, Martín de Jaureguizar, Martín de Zabaldica y Pedro de Tarazona. Se descabezó así a los más destacados personajes en rehenes para el caso de algún revés militar.

Martínez de Álava, que ocupó la merindad de Sangüesa, hizo rehenes a 21 jóvenes sangüesinos que se los llevó consigo al abandonar la zona. Pernoctó en el castillo de Tafalla, donde su alcalde, Hurtado Díez de Mendoza, también había recluido otros 18 jóvenes de Olite con la misma finalidad de rehenes. Sin otro alimento que el pan adquirido con unas tarjas que tenían a la mañana siguiente partieron para Vitoria a pie y con un tiempo lluvioso. Posteriormente, las Cortes de Navarra pidieron unánimemente justicia arguyendo que nunca ningún regnícola navarro fue tratado “en tanta deshonra y mengua del reyno”.

También fueron usados como rehenes, llevados a Vitoria y obligados a presentarse ante la Corte castellana, los vecinos de Olite: León de Ezpeleta -merino de Olite-, Miguel de Murillo -prior de Funes-, Martín de Arguedas -vicario de San Miguel-, el protonotario Martín de Jaureguizar, Pedro de Labetze -secretario-, Miguel de Alli -notario-, Johan y Martín de Huarte, Charles de Barasoáin, Francisco de Guadalajara, Jaime Mallata y Jaime Sendino.

Tras estos hechos, el inquisidor Salazar abrió una investigación en la que acusó de simpatizar a Ladrón de Mauleón, Cristián de Ezpeleta Merino de Sangüesa, Miguel de Jaso señor de Xabier, Martín de Jaureguizar protonotario del reino, Alonso de Peralta marqués de Falces, Carlos de Mauleón, Miguel de Alli, Juan Belaz de Medrano, Martín de Goñi y los abades de Uztarroz, Isaba, Urzainki, Garde y Ronkal. Al igual que en la merindad de Tudela, por confabular con el señor de Eza, Juan de Peralta, Juan de Frías, Martín López, Beltrán de Sarría, Pero Ortiz, la señora de Ablitas, Pascual de San Pedro y Juan de Cabanillas.

La lista de acusados se extendió a los más variados oficios y clases sociales: Pedro Alcalde, Guillén de las Cortes el viejo, García de Birlas y su esposa Inés Caridad, Pedro de Castel Ruiz notario, Martín el Candelero, Bertol del Bayo licenciado, Martín y Pedro Enríquez sobrinos del mariscal, Juan Vicente, Beltranot de Barasoáin, Diego López y Polonio clérigos de Cascante, Pedro Miguel abad, Gonzalo de Mirafuentes, Juan de Peralta, mosén Lope de Eulate vecino de Estella, García Pérez de Bierlas, Juan Redondo, Sancho alcalde de Urtubia, Francisco maestro, Pero Ximénez cristiano nuevo, Pedro Alcalde el menor, Ximeno Cunchillos el mozo, Miguel Martín, Fernando criado de la señora de Ablitas, Juan Ruiz boticario, Bernart pelaire, Garcés bachiller, Miquel López, Juan de Aldea, Martín de Ansa, Fernando Gil y su hermano, etcétera.

Pedro Esarte