«El bardo de Itzalzu» de Arturo Kanpion
Allá por el año 1100 de la era cristiana, había en el pueblo de Orreaga, en el reino de Navarra, un famoso trobador, cuya voz e imaginación eran admiradas en varios valles. Gartxot tenía un hijo al que había llamado Mikelot, y que prometía convertirse en un cantante tan bueno como su padre.
Cuando aún era un niño, Mikelot ya cantaba con brío lo que le había enseñado Gartxot. Pero en aquella época, la región estaba gobernada por unos monjes franceses de Sainte Foi de Conques, que poseían la abadía de Orreaga y las tierras de los alrededores.
Mikelot estaba cantando, y como de costumbre, había elegido contar la gran victoria de los Vascos sobre los Francos. El abad francés que dirigía el monasterio se le acercó, atraído por una voz tan pura. Pero al escuchar aquel relato en el que el Emperador Carlomagno había sido vencido por un pueblo de pastores, le invadió una ira espantosa. Atrapó brutalmente al niño y le preguntó dónde había ocurrido tan funesto acontecimiento.
Mikelot no tuvo más que levantar la mano para indicarle la sucesión de puertos atravesaban el Pirineo por encima de ellos.
Dominado por la furia, el abad decidió que la lengua de los Navarros, el vasco, sería proscrita en sus dominios, y que aquel lugar llevaría desde aquel momento un nombre francés. Eligió llamarlo «Roncevaux» (Roncesvalles). Se apoderó del pobre Mikelot, y lo encerró en la abadía.
Cuando Gartxot se enteró de la noticia, acudió rápidamente para reclamar a su hijo. Pero el abad no quería deshacerse de un niño que cantaba tan
bien. Propuso a Gartxot que dejara a su hijo en la abadía, donde los monjes se ocuparían de su educación, a cambio de innumerables bienes.
Los monjes enseñaron al niño el latín y la lengua romana antepasada del francés que utilizaban entre ellos. De la boca del hijo del poeta desaparecieron los versos cantados en la lengua más antigua que se pueda conocer.
Las estrofas que antaño alababan el valor de los Vascos se tiñeron de desprecio, y ponderaron el mérito y la grandeza del Emperador Carlomagno y el heroísmo del caballero Roldán.
Los montañeros y guerreros vascos fueron desterrados de la historia de la batalla de Roncesvalles, y sustituidos por miles de Sarracenos crueles.
Cuando Gartxot se enteró de lo que los monjes estaban haciendo con Mikelot, no pudo resistirlo más y decidió romper su juramento. Arriesgando la vida, bajó al valle, se acercó secretamente al monasterio, y consiguió liberar a Mikelot. Pero los sargentos fueron alertados y emprendieron una loca persecución a través del bosque. Agotados, Gartxot y Mikelot fueron cercados por los soldados franceses.
Sabiendo que sería ejecutado y llorando de desesperación puso sus manos alrededor del cuello frágil de Mikelot, y apretó hasta estrangular a su hijo ante los ojos incrédulos de los sargentos. Su hijo no sería un instrumento de la propaganda francesa!
Lo condenaron a estar encerrado de por vida en el alto de Elkorreta. Gartxot sobrevivió durante meses, pues los campesinos de la zona le traían regularmente víveres. Un perro que había sido el amigo de Mikelot a veces le traía algo de caza y dicen que las palomas también le ofrecían granos de trigo y maíz. Pero el invierno fue duro aquel año, y la nieve impidió a los campesinos salvar las cuestas de Elkorreta.
Una expedición desafió al invierno y sus obstáculos de nieve y hielo, pero todo fue en vano. En el mismo momento en el que tiraban el tabique que encerraba a Gartxot en su torre prisión, el poeta daba su ultimo suspiro al lado del cadáver del perro que había sido de su hijo Mikelot.
«El bardo de Itzalzu»
Narraciones vascas por Arturo Campión.