Archivo del año: 2020

Huellas del euskera en Soria en la época romana

Lápida vasca en Soria

«Para la historia del euskera, el de tierras Altas de Soria es sin duda un conjunto fundamental, el mayor en volumen de antroponimia vasco-aquitana que se puede encontrar al sur de los Pirineos», anuncia la exposición que ha recalado en el museo Laboratorium de Bergara. Una representación muy significativa de las estelas romanas y latinas halladas en esta zona del noroeste soriano, perteneciente a la cuenca del Ebro, dan contenido a la muestra que por primera vez desembarca en Euskal Herria. Se trata de media docena de documentos pétreos: uno (antropomorfo) que puede situarse en la segunda mitad del primer milenio antes de Cristo, y los restantes cinco con cronología romana de los siglos I y II.

Huellas del euskera en Soria en la época romana

«Lo que apunta a un vasco antiguo son algunos de los nombres de los difuntos que se recuerdan en las estelas romanas. Los epitafios hacen referencia también a la edad y fórmulas habituales de la época que se repiten por sistema. El texto está en latín y la mayoría de los nombres son latinos, pero hay una minoría que remiten al pasado prerromano. Las raíces de las gentes anteriores a la conquista se atisban en estos nombres que la romanización todavía no había conseguido hacer olvidar», cuenta Eduardo Alfaro, doctor en Arqueología y especialista en pequeñas urbes romanas en el norte de Soria, que ha localizado más de 40 piezas de las que una parte incluyen inscripciones en euskera antiguo y otros signos de lenguas ya perdidas.

«Cómo arqueólogo que soy, y no lingüista, qué duda cabe que esta onomástica indígena que numerosos lingüistas asocian a un vasco antiguo regenera la visión tradicional que se tiene de la margen derecha del Ebro para el momento de la conquista romana. Tradicionalmente se pensaba que los topónimos que hay en la Serranía Ibérica soriano-riojana y alcanzan a Soria, podrían provenir de la repoblación medieval. Los nombres de las estelas regeneran la investigación tanto del poblamiento como de las lenguas que pudieron hablarse al sur del Ebro hace 2,000 años: la ibérica, la celtibérica y un vasco antiguo», explica Alfaro, que durante más de dos décadas se enfrascó en una concienzuda investigación que redondeó en 2018 con la defensa de su tesis doctoral en la Universidad de Valladolid.

Este arqueólogo soriano dirige el proyecto Idoubeda Oros, que tiene el foco puesto en el estudio y la divulgación de grabados e inscripciones de la época celtibérico-romana, un elemento capital de la comarca de Tierras Altas –La Sierra como la conocen sus habitantes–, que cuenta con una gran riqueza arqueológica, prehistórica e histórica.

la «emblemática sesenco» Lo verdaderamente «singular» de las lápidas ya de época romana que han aflorado en esta investigación es que vinculan a las personas por las que fueron erigidas «con nombres de origen vascón», según mantienen los expertos. Es el caso de la que hace referencia a un Antestius Sesenco que debió vivir entre los siglos I o II después de Cristo. «Sesenco es una voz que irremediablemente remite al vocablo zezenko que en euskera significa: torito, novillo. Sesenco es un vocablo transparente en vasco, un nombre que, en su sonoridad, tiene poco que ver con lo celtíbero», sostiene Alfaro.

Pero no es el único ejemplo de «nombres indígenas que apuntan a una onomástica vascona», recalca. Es el caso de Oandissen, derivado posiblemente de oihandi (zona salvaje), Buganson, Haurce, Belscon, Agirsen, Lesuridantar o Arancis donde se puede reconocer el componente aran (ciruelo silvestre, espino, endrina), que trabajos sucesivos han vinculado al valle del Ebro, incidiendo en su «más clara relación con un vasco antiguo, protovasco o vasco-aquitano».

Sacados a la luz estos vestigios, la pregunta es: ¿qué hacían estos vascos a orillas del Ebro? «Desde un punto de vista arqueológico es evidente que es un grupo humano que vivía allí; hay estelas de hombres y mujeres de todas las edades y condiciones (una de las piezas expuestas en Bergara es de un esclavo, Saturninus). Una de las hipótesis más plausibles en este sentido viene de pensar en la riqueza básica de la sierra, un territorio de alta montaña cuyo potencial económico son los pastos de verano. En definitiva, es probable que la razón de estos nombres en altas montañas de la cuenca del Ebro soriana tenga que ver con el aprovechamiento de los pastos», precisa Alfaro que es, a su vez, el comisario de la muestra que acoge Laboratorium museoa bajo el título Costumbres romanas para la muerte en Tierras Altas de Soria. Huellas del euskera en epigrafía antigua.

Desde que se dieron a conocer estos hallazgos han llamado la atención «de las universidades vascas y riojana» como recuerda Alfaro. «A nivel divulgativo el punto de inflexión fue el año pasado, en el que organizamos esta misma exposición en Tierras Altas de Soria. Si las primeras semanas se limitó a gentes provinciales y del entorno, más un goteo de personas de Euskadi y Navarra, las tres últimas semanas, me consta por algunos artículos aparecidos en la prensa, fue una verdadera avalancha apoteósica de visitas del País Vasco y Navarra; gente muy interesada y receptiva, y en la que era evidente su interés y cariño por el euskera», se congratula el promotor de este proyecto.

La siguiente parada ha sido Bergara. Por primera vez esta muestra ha llegado a Euskal Herria para, a través de estas inscripciones en piedra, brindar la oportunidad de saber algo sobre las personas que habitaron en los primeros siglos de nuestra era. Las visitas: hasta el próximo 20 de diciembre.

Diario de Noticias,  08.11.2020


Ikastola Lizarra. Premio Manuel Irujo 2020

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No ves Estella hasta llegar hasta ella reza el dicho, y así fue en el verano de 1965 cuando, de la mano de Pello Irujo, me enfrenté a la ciudad aposentada en el meandro del Ega y palpé la humedad de sus aguas, olí el perfume que exudaban sus fresnos y recorrí las calles milenarias transitadas por viejos y nuevos mercaderes, antiguos y modernos romeros. Noté algo triste en Lizarra, aunque estaba en vísperas de fiestas, tal como si mantuviese duelo por su fusilado alcalde Agirre y la prevalencia de no decir agur, según decretó un bando, ni tocar txistu, instrumento que animaba los jolgorios populares. Desde la plaza de Santiago nos llegó el sonido de las gaitas, animando el baile de la Era/Larrainadantza, al que también en su día resucitó Andrés Irujo.

Entré en la casa Irujo y fue como si los cimientos de tres siglos –¿o era Pello contando en voz baja la historia familiar?– me delataran que el niño Daniel, luego abogado defensor de Sabino Arana, escondido en sus sótanos, acometió la acción temeraria de restar pólvora a los fusiles de los cristinos allí encuartelados en la guerra de los Cinco Años. Por dos veces Lizarra fue capital carlista y conoció derrota, pero el espíritu de la ciudad prevaleció pese a que el idioma primordial quedó atascado en la garganta de los lugareños. Y se le echaba en falta porque daba sentido al nombre las sierras de Andia y Urbasa, al valle de las Ameskoas, a los ríos Ega y Uderrera, otorgaba resonancia a los pueblos y monasterios de la merindad y a los apellidos de sus pobladores.

En la biblioteca, intacta pese a las vejaciones sufridas desde su confiscación, Pello rebuscó entre los tomos apergaminados de los Fueros y extrajo algo con cuidado y con cuidado me lo ofrendó. Era una piedra perfectamente redonda, de color blanco mate. Me explicó que la consiguió en el fondo del Ega un día de verano. Le gustó tanto que la guardó en sitio secreto y principal como lo era la biblioteca foral, y allí quedó cuando hubo de regresar a Caracas. Me entregaba la piedra simbólica forjada por las corrientes milenarias del Ega porque significaba rodaje y perpetuidad.

«Seguimos siendo pero debemos aprender a hablar», concluyó. La piedra redonda removió mi mano como si mantuviera en ella un corazón. Comandaba que, pese a las desgracias sufridas y los bienes secuestrados, volveríamos a ser nosotros mismos en los tiempos venturosos que habrían de venir.

En 1970, día de San Miguel, se hizo realidad la regeneración con la creación de la ikastola de Lizarra. Nació en un frontón, alegórico lugar donde el pelotari, mediante la coordinación de cada uno de sus músculos, comandados todos matemáticamente por el cerebro, con su mano lanza la pelota contra la pared, iniciando el desafío. La idea no es derrumbar el muro sino mantener la pelota en el aire, provocando a la ley de gravedad.

Por las calles de Lizarra, por primera vez en en siglos, resonaron en las gargantas de una humanidad exultante las voces del idioma primigenio, fluido como las fuentes del Urederra. El bando militar humillante y represivo se hundió bajo los pies jubilosos de una generación que quería correr bajo el sol y volar con el viento. Era tarea difícil, asegura Josu Reparaz, su director por veinte años, en declaraciones a este DIARIO DE NOTICIAS: …kastolen proiekuak, zorionez edo zorurxarre, egoera guztien gainetik aurrera egiten ikasi du/ el proyecto ikastola, por suerte o por desgracia ha aprendido a avanzar en todas direcciones. El arduo rescate de la lengua original, aplicado a la enseñanza y a las diversas fórmulas culturales y folklóricas, fue generado por el ardor, la generosidad, el riesgo y el rigor de múltiples personas, imposible nombrarlas a todas, que tuvieron el valor de convocar semejante devenir histórico. Fueron campeones de una recuperación vital sin precedentes y merecían reconocimiento.

Este 2020 no hay Nafarra Oinez en Lizarra a causa de la epidemia. Pero sí ha obtenido la ikastola el prestigioso premio Manuel Irujo por la excelencia alcanzada. Desde el corazón de la vieja casa Irujo en la que germinó una generación altruista, pacifista y luchadora en la defensa de su patrimonio nacional, ha llegado a la ikastola la honrosa distinción. Mantengo mi piedra redonda en mis palmas y creo percibir la voz de generaciones antecedentes hablando de proyectos y esperanzas, perfilando presente en concordancia a su forma de ser. Porque recoger lo pasado no es convertirse en estatua de sal, sino motorizar un avance firme al futuro.

De mi pelota de piedra rebrota la voz baskona con su sonido resonante, su verbo difícil, sus múltiples palabras para designar a la humanidad, a los animales y a la geografía singular que nos rodea, y me penetra en el corazón un mensaje dulce cual sonido de canción de cuna. También, y en contraste, surge un irrintzi de desafío por el camino a transitar y emite un agur que es salutación respetuosa en nuestra lengua porque significa hola y adiós. No en vano nuestro Agur jaunak que voy entonando por Lizarra y sus gentes y su ikastola nació en los frontones de Lapurdi.

Devuelvo la pelota de piedra al fondo del río Ega. Debe seguir rodando.

Arantzazu Ametzaga Iribarren. Bibliotecaria y escritora