Archivo del mes: agosto 2020

La curiosa relación del encierro y la pelota vasca en Pamplona/Iruña.

Pelota Vasca

Pelota Vasca


 

El encierro y el juego de pelota de la Misericordia de Pamplona. El encierro conforma el símbolo más conocido de Pamplona, pero pocas personas conocen su curioso paralelismo con la pelota. Sobre su origen debemos recordar que hasta el siglo XX, los pastores conducían a los toros a través de las cañadas, pues hasta la aparición del transporte por carretera o el ferrocarril no existía otro modo de llevarlos. Al llegar a las proximidades de cada población acampaban en las afueras y, ya por la noche, con las calles desiertas y sin peligro, se trasladaba por el centro de la ciudad hasta la plaza.

Pero en Pamplona y en San Fermín había mucha gente con ganas de cachondeo, así que los mozos comenzaron a meterse en el recorrido, ya no solo conduciendo el ganado por detrás, sino citándolo y corriendo delante. Las autoridades trataron de acabar con esa práctica y dictaron bandos prohibiéndolo en 1717 y 1731. Pero la gente ni puñetero caso, así que el encierro se hizo cada vez más popular y el ayuntamiento no tuvo otra que aceptarlo, dictando en 1867 las primeras ordenanzas reguladoras. Lo que comenzó como una gamberrada terminó dando a conocer Pamplona en el mundo entero.

Y ahora veamos qué pasó con la pelota, en el siglo XVIII se jugaba de manera generalizada a pelota en las calles y plazas, provocando altercados, pelotazos a viandantes y problemas de orden público. La gota que colmó el vaso sucedió en 1743, cuando el mayordomo del Virrey de Navarra recibió un pelotazo de un partido que se estaba jugando en la calle. Así que el Virrey se quejó al alcalde y este publicó el primer bando prohibiendo jugar a pelota fuera de los lugares autorizados:

«Por cuanto habiéndose notado que, con motivo de haberse introducido la costumbre de jugar a la pelota en las calles públicas, no solamente se estorba e impide el tránsito y libre comercio de las gentes, sino que van expuestas al riesgo de que se les dé algún golpe y se sigan disensiones, así bien manda que desde la publicación de este bando en adelante, bajo pena de cincuenta libras y dos días de cepo, nadie juegue a la pelota en las calles en ningún día festivo ni de labor. Pamplona, 20 de septiembre de 1743”.

Cepo

No era para tomárselo a broma: dos días en el cepo por jugar a pelota en la calle… pero ni aún así, ni dios hacía caso y el bando tuvo que ser reiterado en 1745, 1761, 1772 y 1774. Todo en vano, así que el ayuntamiento para evitar que se jugara en las calles optó por construir un trinquete: el Juego de Pelota de la Misericordia, que se ubicó en el Paseo Valencia, siendo inaugurado el 12 de julio 1777.

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En el encierro y en la pelota las prohibiciones fueron inútiles, pero su segundo paralelismo es que el ayuntamiento en ambos casos puso en marcha la estrategia de “si no puedes con tu enemigo, sácale provecho”. Pues en el caso del encierro, el ayuntamiento cedió hace un siglo a la Casa de Misericordia los terrenos para construir y gestionar la plaza de toros, cuyos beneficios (al igual que los de la retransmisión del encierro) se destinan a la residencia en la que viven más de quinientos ancianos y ancianas.

Pero esta táctica ya se había puesto en marcha en 1777 con el juego de pelota, siglo y pico antes, pues todos los beneficios del juego de pelota se destinaban a la Casa de Misericordia, fundada en 1692 y que desde 1706 contaba con un edificio en el Paseo Valencia (o Sarasate), con la finalidad de «atender a los mendigos y pordioseros que, vagabundeando de puerta en puerta, no viven cristianamente, la mayor parte de ellos por desconocer la doctrina cristiana y los artículos de nuestra santa fe».

En definitiva, el encierro y la pelota forman parte de la idiosincrasia pamplonesa, las prohibiciones no sirvieron de nada, y el ayuntamiento finalmente optó, en ambos casos, por sacar provecho con un finalidad loable.

Por cierto, que “La Meca”, nombre por el que todo el mundo llama y conoce a la Casa de Misericordia, proviene de la forma en que ya en 1716 se escribía la abreviatura de Misericordia: Mca.

pelotavasca.org


 

Punto de mira desviado

Mikel Sorauren

Mikel Sorauren


España: Monarquía y Democracia. República / Monarquía. Mantra presente para resolver el mar de fondo que convulsiona el status implantado tras la tiranía de Franco. Es muy cierto lo injusto de un individuo ensalzado a la cúspide por razón de nacimiento, sublimado como hipóstasis de la misma Nación y Estado hasta reconocerle la no responsabilidad de sus actos; contradicción del principio básico de la igualdad humana que se pretende armazón del orden social y, en consecuencia, político.

Las correrías de burdel de un campechano, imposibles de ocultar tras la imagen de maniquí de quien le sucede, muestran el despropósito de un modelo con el que se pretende blindar un proyecto de convivencia implementado por quienes persiguen mantener el poder y control de la riqueza colectiva. Es «la España de siempre», sin otra perspectiva que parasitar a quienes se puede dominar, particularmente por los que vienen sucediéndose históricamente en lo alto del sistema social y político; nobles, prelados, espadones y demás en situación de acaparar recursos y el esfuerzo de quien trabaja… ¡Qué importa que los borbones puedan ser golfos o pardillos! Es condición de reyes. La sublimación de su función y persona ha sido y sigue siendo en España el candado que cierra la puerta a toda transformación exigida por los súbditos, lo mismo defiendan estos un reparto de riqueza más ecuánime, que su derecho a no formar parte de un proyecto ¿de convivencia? Que aplasta las aspiraciones de colectividades nacionales con proyectos diferentes.

¿Es el rey el problema?… Franco fue emperador, ascendido como Napoleón; rodeado de la parafernalia ridícula de la dinastía que arrumbó, por el único mérito de haber dirigido el proceso de destrucción de las fuerzas sociales y económicas que amenazaban con mandar a España al basurero de la Historia. Remendó el traje andrajoso y despiezado con que se había revestido aquel Imperio sobre el que€ «No se ponía el Sol» un Imperio incapaz de seguir el ritmo de sus rivales, porque el cambio más liviano implicaba la debacle del sistema social y político; garantía de unas élites que contemplaban con pavor las secuelas de la ineludible transformación, ya operada en sus congéneres y el riesgo de verse desplazados por los subyugados.

¿Bastará con suprimir la monarquía? Pura ilusión. No fue suficiente la desaparición de Franco, quien acostumbraba a responder a quienes le interrogaban por el futuro tras su desaparición€ después de mí, las instituciones€ Más que en estas, el veneno autoritario se encuentra en quienes manejan el poder de facto, los que plantearon el aniquilamiento de los disidentes, alzando a Franco. «El ejército era franquista con anterioridad a Franco» afirmaba uno de sus compañeros. Fue el cirujano de hierro que salvaguardó a España, porque el aniquilamiento de quienes cuestionaban el proyecto de convivencia de España como entidad, salvaguardó el imperio de los grupos sociales que lo venían imponiendo históricamente al conjunto de clases y colectivos nacionales que buscaban sacudírselo. España no es, en definitiva, sino el armazón que constriñe a gentes y comunidades a los intereses de las élites con capacidad de decisión sobre la distribución más ventajosa de la riqueza colectiva.

La monarquía de Franco era la convergencia de la decrépita institución de un Imperio arruinado con los pilares sociales e institucionales, en el esfuerzo por reconstituir la tambaleante estructura político-jurídica del Estado –España–, que garantizaba su status de dominio. Esos poderes fácticos –que se decían–; Iglesia, ejército y oligarquía; ahora más de banqueros y empresarios que de la anticuada aristocracia de propietarios rurales. Juan Carlos fue ofertado como garante de un modelo jurídico-político basado en la libertad ciudadana y poder civil consiguiente, obviando que procedía de una tradición dinástica absolutamente desdeñosa con la primera y que había pisoteado permanentemente el segundo. Fue la€ conditio sine qua non€ de quienes tenían en sus manos el poder transmitido por Franco. ¿Las instituciones? Aceptado con entusiasmo por los republicanos juancarlistas, del PSOE al PC y otros proclamados revolucionarios el día anterior.

Es muy probable que de haber tenido lugar en aquella coyuntura un proceso republicano se hubieran alcanzado soluciones satisfactorias para las amplias aspiraciones colectivas. Reformas de estructuras económicas en las zonas del Estado potencialmente ricas, pero atrasadas, y libertad para las naciones que disponían de su propio proyecto de convivencia. Se optó por la oferta de los franquistas, al considerar conveniente evitar el irritamiento del ejército, a quien era necesario apaciguar, a fin de que terminara por aceptar la democracia ¡Reforma de admiración universal! Sin traumas –decían–. Los sufrieron quienes se resistieron al fraude, quienes sentían que sus ilusiones de justicia y libertad se desvanecían. Finalmente, una nueva Restauración. Franquistas travestidos de demócratas, es cierto, de toda la vida, turno de partidos institucionalizado y ejercicio del poder atendiendo al interés de quien lo detenta. ¡No lo hubiese hecho mejor Cánovas!

La cuestión de fondo

¡Pero ahí está la corrupción! Es el flujo de podredumbre que agita las interioridades del cuerpo del Estado, que se intenta ocultar tras la epidermis límpida y fresca del presunto orden democrático. Es tan denso ese flujo que termina por ensuciar cualquier cobertera y emponzoñar su entorno ¿Dónde radica su vigor? Para entender la profundidad y persistencia de este rasgo de la identidad española –la corrupción–, es obligado examinar la cultura socio-política, los valores que animan a las élites. El poder de facto que permite imponerse en toda circunstancia, pasando por encima de intereses y derechos del adversario. Utilizándolo sin miramientos, como fue norma de nobles y prelados y es pauta de actuación para los jerarcas actuales, monarca, gobernantes, administradores públicos y todo aquel en situación de preminencia en el orden público y privado, porque «usted no sabe con quien esta hablando», expresión esta, reflejo de la arraigada percepción de quien siente capacidad de imponerse.

La monarquía no es el mal, únicamente el síntoma; la clave del arco sustituible que no resuelve la cuestión del acaparamiento de riqueza y poder por parte de una oligarquía con manifestaciones diversas; Iglesia, ejército, banca y gran propiedad€ Junto a ellos la caterva de aspirantes que acechan con mirada corta y sin garantía de éxito, que sienten no pueden aspirar a más. El mal se encuentra en el proyecto mismo. España nacida de la violencia de los fuertes y hoy atada por la connivencia de quienes obtienen provecho de la armadura que oprime a quienes reclaman la libertad. A raíz de la transición que modificó la tiranía de Franco en monarquía constitucional, el establecimiento de una república habría supuesto la recuperación de los resortes del poder por parte de las distintas colectividades inclusas en el Estado; resortes dejados por Franco en manos leales. Habría sido posible un proceso de transformación que exigía el desmantelamiento de las bases socio-económicas afianzadas por la Dictadura. Nos habríamos encontrado en situación similar a la que movió a la vieja oligarquía y sus apoyos armados al golpe de fuerza acaudillado por Franco y los suyos. No consintieron los franquistas hondeando su ejército y se plegaron los republicanos con el discurso de la reconciliación, o quizás por el temor de que un proceso en libertad abocara a la transformación de España en las naciones que reclamaban su reconocimiento. Estos republicanos, con frecuencia autoproclamados juancarlistas, afirmaban la necesaria madurez del proceso. Únicamente ha madurado el bienhacer de los franquistas, carentes de todo pudor a la hora de reafirmar la validez de los planteamientos autoritarios, levemente soterrados bajo la capa dubitativa del orden constitucional actual. ¿En qué confían estos republicanos compulsivos para establecer la república? ¿Piensan que es tan difícil cambiar de rey, o proclamar a un nuevo salvador de la patria?

La República sobre el papel tendría que implantar un orden democrático sin tapujos, para hacer frente a la gravedad de las cuestiones de fondo en la organización social y política impuestas por quienes dominan, apoyados en las estructuras del Estado y ordenamiento jurídico vigente. Cambiar la denominación de este orden no garantiza la transformación institucional, ni el desplazamiento de los oligarcas ¿Renunciarían estos a su poder? Franco afirmaba las instituciones tras él y ¿Tras el rey?… El Estado / España.

Mikel Sorauren