Archivo del mes: abril 2020

Aberri Eguna con virus

Jose Mari Esparza Zabalegi

Jose Mari Esparza Zabalegi


Este año, encerrados y abalconados, el Día de la Patria ha servido para recordar otros tipos de virus que padecemos: la desvertebración del país y la falta de una simbología común que nos represente, salvedad hecha de nuestro icono más importante, el euskera.

No faltan progres que “pasan” de banderas y símbolos, lo cual suele ser una buena forma de colaborar a que las cosas, y sus símbolos, sigan como están. Yo soy de los que siguen emocionándose cuando en la película Casablanca cantan La Marsellesa, y paso envidia cuando escucho Els Segadors a toda la ciudadanía catalana.

Tenemos un territorio en tres pedazos, dos banderas vascas, dos himnos autonómicos y otros tantos estatales. Y como parece que disfrutamos con estos desgarros familiares, nos permitimos el lujo de dejar a un lado un símbolo nacional que ha tenido una historia, una épica y una aceptación general como pocos en el mundo.

Cuando en 1853 Iparraguirre cantó por vez primera el Gernikako Arbola, tocó de tal modo la sensibilidad del país que de inmediato se convirtió en el himno político más popular que jamás tuvieron los vascos. Al instante fue denominado “Himno nacional de Euskal Herria”, se identificó con la recuperación de las libertades forales y la identidad vasca, y fundió con la misma pasión a tradicionalistas, liberales, republicanos e incipientes nacio

La arrogancia española contribuyó a dotarle la épica que precisa todo símbolo: a los dos años de cantarlo su autor fue desterrado, pero el himno quedó para siempre. Por cantarlo hubo muertos, heridos y presos en la Sanrocada; Navarra lo cantó hasta la extenuación en la Gamazada; fue colofón de todos los encuentros del renacimiento vasco, Fiestas Euskaras, Eusko Ikaskuntza, Asociación Euskara de Navarra; presidió el movimiento de reintegración foral del 18; recibió a la II República junto a La Marsellesa y La Internacional; lo cantaron los alcaldes en las Asambleas pro-estatuto vasconavarro; se hermanó con catalanes y gallegos en las jornadas de Galeuzka; se tradujo a numerosas lenguas; duerme en los archivos musicales de todo el país, desde el más renombrado al de la banda de gaiteros de cualquier aldea. Y será quizás el tema vasco con mayor abundancia de versiones.

El himno, su primer verso sobre todo, hizo que un símbolo territorial representara a todo Euskal Herria. Desde óperas hasta órganos parroquiales; desde recepciones reales a algaradas callejeras; desde juglares locales a gigantes de nuestra lírica, como Gayarre, Sarasate, Arrieta o Fagoaga; desde paloteados de la Ribera a pastorales suletinas; desde cancioneros populares a grandes referencias literarias: Ce?nac-Moncaut, Unamuno, Valle Inclán, Iturralde y Suit, Campión, Pérez Galdós, Roberto Arlt€ Para Carmelo Echegaray, “del himno nacional podrá discutirse el mérito literario o musical, pero algo tiene de grande cuando promueve las tempestades de entusiasmo que todos hemos presenciado”.

El PSOE lo incorporó a su iconografía: “ante todo y sobre todo, es un himno liberal”, presumió Indalecio Prieto. Y el PNV, pese a que Sabino tenía su propio proyecto, reconocía desde su periódico Euskalduna que era “un canto político, el más político de todos los conocidos. Es el canto de nuestra libertad€. himno nacional de Euskalerria que con tanto amor y respeto lo canta un lapurdino como un alavés”. O un navarro, podría haber añadido, porque es en Navarra, y más aún en la Ribera, donde está más documentado. ¡Ay, aquellos sanfermines de 1894, en los que, tras haberse prohibido, acabaron cantándolo todos los días en la plaza de toros! Lo contaba así la prensa madrileña: “El toro asoma el hocico / la plaza toca el zortziko / rueda el toro hecho una bola / y la plaza repite / El Gernikako Arbola”.

Para colmo, Gernika fue bombardeada y villa, árbol e himno se hicieron icono antifascista universal. Patética imagen de nuestro país, con los carlistas entrando en Gernika cantando el zortziko, pegándose tiros con los gudaris que también lo cantaban, entre ellos el batallón comunista Gernikako Arbola. Bombardearon Gernika porque era un símbolo, pero ¿qué fue lo que más contribuyó a divulgar ese simbolismo? Por eso, triste Aberri Eguna el de hace tres años, cuando nos reunimos en Gernika a celebrar el 80 aniversario del bombardeo y nos volvimos a casa sin cantar nada. Absurda memoria histórica, la nuestra.

El viaje épico de nuestro himno saltó al exilio. En Iparralde acompañó al himno francés en todas las celebraciones de la victoria frente al III Reich. Se cantaba en las escuelas cuando a este lado de la muga cantábamos el Cara al Sol. Fue el himno del nacimiento de Enbata. Y en su libro Vasconia, biblia de la primera ETA, Federico Krutwig lo consideró el “himno nacional vasco€ no en vano el que dos ideologías aparentemente tan opuestas como son el carlismo y el comunismo, entonen ambas con igual fervor este himno de la libertad”. Y todavía en 1979, en el primer partido que pudo jugar la selección de Euskadi contra Irlanda en el estadio San Mamés, fue prohibida su interpretación, lo que motivó que Carlos Garaikoetxea abandonara el palco presidencial.

El resto ya es sabido: los nuevos Estatutos trajeron nuevos himnos oficiales; otros nos agarramos al Eusko Gudariak y los de Iparralde se quedaron con la boca abierta. Cuarenta años más tarde, ni el Ereserkia ni el Himno de las Cortes de Navarra han salido de las estancias oficiales. Si Euskal Herria es el paraguas toponímico que nos cobija frente a las tres divisiones administrativas, ¿por qué no hacer lo mismo con un himno nacional que, como decía Arana Martija, es “el más veces cantado y el que documenta nuestra conciencia de nacionalidad desde hace más tiempo”?

Curiosamente, hoy día son los carlistas, los del PP y los del PSOE quienes lo siguen cantando y vindicando. El PNV y la izquierda abertzale lo tienen en su ADN histórico, aunque arrinconado. Los navarristas (Aizpún, Del Burgo, Alli, Diario de Navarra) siempre lo asumieron. Para todos simboliza las libertades vasconavarras: unos dentro de la españolidad; otros en la independencia; otros en el internacionalismo€. “Cada cual con su cadacualada” decía Patxi Larrainzar. ¿Qué deben ser pues los símbolos nacionales, sino puntos de encuentro de los pueblos con conciencia de serlo?

Vacunas pues -sobre todo para abertzales- contra el virus de la desmemoria, los complejos, la falta de autoestima y el sectarismo nacional.

Jose Mari Esparza Zabalegi


 

Joxe Ulibarrena muere a los 96 años y deja una densa labor escultórica y etnográfica. Orreaga homenajea a Ulibarrena

José Ulibarrean

José Ulibarrean



El escultor Joxe Ulibarrena falleció ayer a los 96 años en el domicilio de una de sus hijas en Uterga a causa de una neumonía que, según fuentes de la familia, no era debida al coronavirus. Aun está por determinar dónde y cuándo podrá ser llevada a cabo su incineración, dada la situación de lista de espera en los servicios funerarios de Navarra. La familia valora hacerlo en Estella, pero ayer aun no lo había decidido.

Ulibarrena nació en Peralta el 25 de enero de 1924. Se inició en la escultura en Pamplona con el tudelano Miguel Pérez Torres, uno de sus mejores maestros, según confesó. A los 20 años recibió una beca para estudiar Bellas Artes en París. En la capital francesa mantuvo contactos con Marcel Gimode, Picasso, Juan Gris, Kandisky o Jean Paul Sartre. Posteriormente se trasladó a Venezuela, donde residió durante siete años. A su vuelta a Navarra creó la Fundación Mariscal don Pedro de Navarra, promotora del Museo Etnográfico navarro en 1964, primero en Berrioplano y luego en Arteta.

con la familia El artista pasó el último mes en casa de su hija pequeña en la localidad de Uterga, adonde la familia había decidido trasladarle desde la residencia de Beloso Alto, en Pamplona, donde llevaba un tiempo interno y a la que fueron a recogerle el pasado 20 de marzo. La situación generada en las residencias de la tercera edad a causa de la tremenda incidencia que el COVID-19 estaba teniendo en las personas que viven en ellas y el miedo a que su padre se contagiara y que no les dejaran verle ni pasar sus últimos momentos a su lado, motivó a su mujer y a sus cinco hijos a llevárselo de allí un día que no dejó buen sabor de boca en quienes fueron a recogerle, ya que, según indican, «lo dejaron en la calle como un perro». Los hijos afirman que fue «la mejor decisión que hemos tomado en nuestra vida», satisfechos de haber podido pasar estas últimas semanas arropando al aita y despidiéndose de él «en condiciones».

Asimismo, están convencidos de que no tenía coronavirus. Cuentan que llevaba desde Navidad con neumonía, un mal que le atacaba recurrentemente y del que también fallecieron su hermana y su padre. «Llegó a casa de mi hermana con unas décimas de fiebre, vino la doctora, le dio antibióticos y se ha encontrado fenomenal durante tres semanas y media. Además, hemos estado un mes en casa todos junto a él y ninguno hemos tenido nada», agrega su hija Elur. Además, la hija con la que ha residido es enfermera y cumplía escrupulosamente con todos los protocolos de higiene y seguridad, apunta, y no oculta que les disgusta que su padre vaya a engrosar las listad de los muertos por coronavirus «sin ninguna prueba», e imaginan que habrá pasado lo mismo en casos similares.

Con todo, las hijas y los hijos de Joxe Ulibarrena le despiden sabiendo que tuvo una vida larga, «con 96 años en los que no desperdició ni un minuto». «Ha vivido como ha querido y me siento afortunado de haberle podido disfrutar durante tanto tiempo y de haber podido compartir tantas conversaciones y tantas reflexiones con él», dice Elur Ulibarrena de su padre. Un hombre único.

Diario de Noticias, 21.04.2020



El escultor Joxe Ulibarrena ha muerto a los 96 años

El escultor y etnógrafo Joxe Ulibarrena ha fallecido. Estudioso de la etnia vasca, amante de Nafarroa y artista de enorme talento, nació en Azkoien en el año 1924. El bando fascista ejecutó a su padre cuando tenía once años. Desde hace décadas, su vida estaba vinculada al valle de Ollo, donde creó el Museo Etnográfico en la localidad de Arteta.

Jorge Oteiza solía buscar refugio en casa de Ulibarrena cuando su atormentada mente necesitaba un respiro. Fue en una de estas ocasiones, mientras Oteiza divagaba, cuando el de Azkoien le cortó el discurso diciéndole: «Oye, Jorge, la verdad es que sabes un montón de escultura. El día que consigas hacer una, me la enseñas para que la vea».

Ulibarrena nunca dejó de ser un niño grande y disfrutón, de risa fácil. Y como artesano, siempre le dio mil vueltas a Oteiza. Acostumbraba a reírse mucho tanto de Oteiza como de Chillida. Los conoció en esos encuentros del arte vasco que despuntaba. Solía contar también cómo, en una ocasión, las parejas de Oteiza y de Chillida acabaron por los suelos enredadas en una pelea tirándose de los pelos acusándose la una a la otra que su marido le copiaba al otro.

El de Azkoien –quizá más de Arteta que de Azkoien– no copió a nadie. Y a su vez, a él era harto difícil copiarle. Su obra quizá no perdure tanto como la de los otros dos, porque a él el material le daba muy igual. Lo mismo tallaba en madera que en cartón. No le importaba perdurar. De eso él también se reía.

Lo que sí que se empeñó en que perdurara fue la memoria de lo que fue el reino de Nabarra (así lo solía escribir él). Tenía en su museo de Arteta, entre yugos y antiguos juguetes, copas facsímiles de la «Cuestión Foral» de Hermilio de Oloriz. El museo, formalemente, era de la Fundación Mariscal Don Pedro de Nabarra.

Su lucha por que la cultura navarra perviviera fue titánica. En el museo de Arteta, por ejemplo, está el cristo románico de Eunate. Se lo había comido la polilla y la carcoma, pero el lo salvó untándola con grasa vieja de coche. También tenía un cuadro atribuido a Goya y un pequeño Picasso. Sí, el de Azkoien también conoció a Picasso. El malagueño le cambió ese dibujo por una escultura suya de la que se había encaprichado.

Ulibarrena, además, era un artista de los que le gustaba armarlas gordas. Se presentó con una enorme txapela y una capa a una audición en la que estaba el rey español buscando que fueran a por él los de protocolo y decirles aquello de que un navarro solo se descubre ante Dios y que además Dios no existe.

La montó también en Venezuela cuando le encargaron tallar una virgen y él talló una bien enorme. Pero el problema no fue el tamaño, sino que se empeñó en ponerle rasgos indianos. A quien se la encargó aquello no le gustó nada. Ulibarrena –la mosca para dentro, como le gustaba traducirse– le respondió que si lo habitual era tallar vírgenes blanquísimas a sabiendas de que la virgen no pudo ser así, tan legítimo era tallarla indígena.

El escultor, claro, conoció Venezuela en el exilio. Un exilio que se hizo todavía más largo para su hijo Odón, el mayor, que siguió sus pasos intentando encontrar el sentido de la nación vasca en el concepto de auzolan.

A Ulibarrena, por encima de todo, le interesaba el pueblo llano, la etnia que trató de preservar y dibujar. Encontraba el arte mirando cucharones tallados, adornos geométricos en puertas antiguas, en yugos y en aperos. Como siempre fue un tallista magistral, capacidad que mantuvo hasta muy mayor, se encargó de llevar esos conceptos estéticos a su obra fundamentalmente escultórica.

Una escultura de Ulibarrena es la que corona el parque de la memoria de Sartaguda. Representa tres figuras que se abrazan agujeradas por las balas tras ser fusiladas, como su padre. Ninguna es, exactamente, su padre. Es un recuerdo infantil, de mujeres que se abrazaron después de ser ejecutadas por un pelotón en la Vuelta del Castillo.

También es suya la escultura que conmemora la batalla de Noain, el roble tallado de Garinoain y el nogal de Altsasu, como la obra que tituló Hermandad, en su Azkoien natal.

El que escribe estas líneas con demasiada prisa y el alma rota sabe, porque el escultor se lo confesó, que una vez vendió al Gobierno una virgen románica que había tallado él mismo y a la que puso brazos y piernas de otras figuras para despistar a los expertos. Tenía habilidad sobrada para hacerlo. Ojalá alguien sí le haya arrancado ese secreto y se descubra al fin esa última obra escondida. Esa última travesura.

Naiz, 20/04/2020



Orreaga Fundazioa premió en vida a José Ulibarrena con el distintivo Pedro de Navarra en el acto celebración del Nafarren Eguna – Día de Navarra 2019

En el acto de Orreaga Plaza del Castillo

VISITA AL MUSEO ETNOGRAFICO EN ARTETA

En previsión de que el artista no pudiera acudir a recoger el galardón a la Plaza del Castillo el día 3 de diciembre, representantes de Orreaga se desplazaron hasta Arteta para entregarle dicho galardón. Esto recogía Diario de Noticias: Allí esperaba en una silla de ruedas Joxe Ulibarrena, fundador del museo y escultor de referencia. Lo hacía, además, bien acompañado. A su lado estaban su hija, Elur Ulibarrena, y algunos miembros de la Fundación Orreaga Fundazioa, que se habían trasladado hasta Arteta para otorgar al artista y etnógrafo su Premio Mariscal Pedro de Nabarra en reconocimiento a toda la labor que ha ejercido durante tantos años.

Ulibarrena en Arteta

El acto de entrega fue corto e íntimo, y durante el mismo Koldo Amatria, presidente de la fundación, y Joxe Ulibarrena, compartieron algunas palabras que quedaron entre ellos. “Ahora ya eres un mariscal, solo que sin ejército”, se pudo escuchar. El escultor, ceramista y creador se mostró contento con la pieza recibida, que seguro quedará en su colección interminable de objetos recabados -unos 10.000, según su hija-. Y mientras la miraba, Elur Ulibarrena, quien hace pocos años se hizo cargo de la gestión del Museo Etnológico del Reino de Pamplona, decía: “Aquí hay unas esculturas que hizo mi padre del Mariscal Pedro de Navarra y que rescatan aquellos valores de no venderse, de ser fiel, ser una persona que está dispuesta a dar su vida antes que arrodillarse para servir a otro y que mantiene sus promesas;todos unos valores que él siempre ha querido transmitir”. A lo que Amatria añadió: “Lo que viene a ser el carácter navarro”.

LARGOMETRAJE «ESCULPIENDO LA HISTORIA»

El día 2 de diciembre y organizado por Orreaga Fundazioa, se proyecto en el Condestable el cortometraje de una hora de duración «Esculpiendo las Historia» del director Angel Sánchez Sanz. Al acto acudió el propio escultor, que muy emocionado dedicó unas palabras de agradecimiento a Orreaga Fundazioa y a todos los presentes.
El Cortometraje se puede visualizar en esta dirección web:
https://vimeo.com/152012674