Archivo del mes: marzo 2017

«El bardo de Itzalzu» de Arturo Kanpion

Gartxot

Gartxot



Allá por el año 1100 de la era cristiana, había en el pueblo de Orreaga, en el reino de Navarra, un famoso trobador, cuya voz e imaginación eran admiradas en varios valles. Gartxot tenía un hijo al que había llamado Mikelot, y que prometía convertirse en un cantante tan bueno como su padre.

Cuando aún era un niño, Mikelot ya cantaba con brío lo que le había enseñado Gartxot. Pero en aquella época, la región estaba gobernada por unos monjes franceses de Sainte Foi de Conques, que poseían la abadía de Orreaga y las tierras de los alrededores.

Mikelot estaba cantando, y como de costumbre, había elegido contar la gran victoria de los Vascos sobre los Francos. El abad francés que dirigía el monasterio se le acercó, atraído por una voz tan pura. Pero al escuchar aquel relato en el que el Emperador Carlomagno había sido vencido por un pueblo de pastores, le invadió una ira espantosa. Atrapó brutalmente al niño y le preguntó dónde había ocurrido tan funesto acontecimiento.
Mikelot no tuvo más que levantar la mano para indicarle la sucesión de puertos atravesaban el Pirineo por encima de ellos.

Dominado por la furia, el abad decidió que la lengua de los Navarros, el vasco, sería proscrita en sus dominios, y que aquel lugar llevaría desde aquel momento un nombre francés. Eligió llamarlo «Roncevaux» (Roncesvalles). Se apoderó del pobre Mikelot, y lo encerró en la abadía.

Cuando Gartxot se enteró de la noticia, acudió rápidamente para reclamar a su hijo. Pero el abad no quería deshacerse de un niño que cantaba tan
bien. Propuso a Gartxot que dejara a su hijo en la abadía, donde los monjes se ocuparían de su educación, a cambio de innumerables bienes.
Los monjes enseñaron al niño el latín y la lengua romana antepasada del francés que utilizaban entre ellos. De la boca del hijo del poeta desaparecieron los versos cantados en la lengua más antigua que se pueda conocer.

Las estrofas que antaño alababan el valor de los Vascos se tiñeron de desprecio, y ponderaron el mérito y la grandeza del Emperador Carlomagno y el heroísmo del caballero Roldán.

Los montañeros y guerreros vascos fueron desterrados de la historia de la batalla de Roncesvalles, y sustituidos por miles de Sarracenos crueles.

Cuando Gartxot se enteró de lo que los monjes estaban haciendo con Mikelot, no pudo resistirlo más y decidió romper su juramento. Arriesgando la vida, bajó al valle, se acercó secretamente al monasterio, y consiguió liberar a Mikelot. Pero los sargentos fueron alertados y emprendieron una loca persecución a través del bosque. Agotados, Gartxot y Mikelot fueron cercados por los soldados franceses.

Sabiendo que sería ejecutado y llorando de desesperación puso sus manos alrededor del cuello frágil de Mikelot, y apretó hasta estrangular a su hijo ante los ojos incrédulos de los sargentos. Su hijo no sería un instrumento de la propaganda francesa!

Lo condenaron a estar encerrado de por vida en el alto de Elkorreta. Gartxot sobrevivió durante meses, pues los campesinos de la zona le traían regularmente víveres. Un perro que había sido el amigo de Mikelot a veces le traía algo de caza y dicen que las palomas también le ofrecían granos de trigo y maíz. Pero el invierno fue duro aquel año, y la nieve impidió a los campesinos salvar las cuestas de Elkorreta.

Una expedición desafió al invierno y sus obstáculos de nieve y hielo, pero todo fue en vano. En el mismo momento en el que tiraban el tabique que encerraba a Gartxot en su torre prisión, el poeta daba su ultimo suspiro al lado del cadáver del perro que había sido de su hijo Mikelot.

«El bardo de Itzalzu»
Narraciones vascas por Arturo Campión.


Los Caídos: más allá del tirar o no tirar

Jornadas Monumentos de los Caídos

Jornadas Monumentos de los Caídos


Ramón Contreras y Carlos Otxoa. Después del traslado de los restos de los golpistas Mola y Sanjurjo de la cripta/mausoleo sita en el mal llamado Monumento a los Caídos, cobra actualidad el futuro de todo ese espacio y esa edificación.

Lo que nos ofrece una oportunidad histórica para debatir y participar en un proceso cívico de construir nuevos contenidos para la memoria pública. O dicho de otra forma, tenemos la ocasión de poner en pie un proceso social para generar una simbología aceptada por la mayoría, en ningún caso impuesta, que sirva al futuro de nuestra sociedad y que ayude a reparar el daño causado por el golpe militar fascista y la dictadura franquista. Todo lo cual invita a pensar y debatir de forma abierta y participada en torno a alternativas que vayan más allá de un único posicionamiento ultimatista asentado en el tirar o no tirar.

El debate sobre qué hacer con ese espacio y ese edificio es preciso situarlo en una discusión más general y amplia de cómo regenerar la memoria democrática de nuestra ciudad, como parte de su patrimonio colectivo. Así habría que levantar un proyecto que conectase el pasado con el presente y mostrase los crímenes del golpe de 1936, y los de la dictadura franquista y los de la Transición, pero también reflejase la oposición de la ciudadanía y su lucha por la recuperación de las libertades democráticas arrancadas y la justicia social negada. Se trataría de convertir la memoria del antifranquismo, la memoria democrática, en un recuerdo productivo, un instrumento de socialización que contribuya a formar a la ciudadanía.

Desde este punto de vista no debería existir un único lugar de memoria en la ciudad, sino un Proyecto de Memoria de los Derechos Humanos de la Ciudad de Pamplona, que abarcaría más cuestiones que el levantamiento del 36, la guerra, y el franquismo, extendiéndose a todas las conculcaciones de los derechos humanos, señalizando diversos lugares (Ezkaba, antigua cárcel, muro de la Ciudadela…) todos ellos conectados, y en donde el conjunto del espacio formado por la plaza de la Libertad y el edificio actual podrían resignificarse, proyectando otra visión muy distinta a la actual: el de un espacio abierto a la ciudadanía, a su participación e iniciativas, encaminadas a ejercer el derecho civil a la memoria democrática.

Evidentemente, lo anterior exigiría en relación al edificio de los Caídos poner fin a la utilización que el arzobispado y la Hermandad de los Caballeros de la Cruz hacen del espacio sacralizado que aún permanece en la cripta. Que se cumpla, de una vez por todas, la ley de Memoria Histórica que desde el año 2007 prohíbe los actos de exaltación de los golpistas y se ponga fin a todo tipo de prácticas ilegales de apología del genocidio y de los crímenes de lesa humanidad cometidos.

Todo lo anterior debería hacerse necesariamente en el marco de un proceso participativo, democrático, trasparente y ciudadano, en donde se garantice el ejercicio del pensamiento crítico, con libertad y con más argumentos, que nos posibilite aprovechar esta ocasión para conseguir que nuestra sociedad vaya zanjando con su pasado en coordenadas de verdad, justicia y reparación. Se trata así de garantizar que las generaciones que no lo vivieron conozcan perfectamente nuestro pasado reciente, desde un punto de vista crítico y democrático, de rechazo a los crímenes del franquismo, a la impunidad del Régimen del 78 y a la conculcación de los derechos civiles y ponga en valor la lucha en la calle de parte de la ciudadanía por conseguir la regeneración democrática, todo ello como garantía de no repetición.

Aprovechemos este debate para conseguir que nuestra ciudad, como Gernika –Ciudad de la Paz-, Gasteiz y otras muchas, transmita a través de sus símbolos, lugares y edificios, esa parte del patrimonio democrático que queremos preservar y enriquecer.