



INCENDIO
Tras ser expulsados del pueblo, Juana Josefa y sus seis hijos vivieron en una choza en el monte. Poco después, la chabola fue incendiada y todos arrojados a la sima. En las investigaciones de 1940, a varios vecinos de Gaztelu se les investigó por incendio y coacciones.
PARALIZADO
La exhumación de los restos está paralizada debido a que, en esa misma sima, se encontró el cadáver de Iñaki Indart, joven desaparecido hace siete años y se ha abierto una investigación, puesto que se le presume víctima de un crime…
FAMILIARES
En la sima se encontraron dos ramas de familiares. De una parte, las hijas de la hermana de la fallecida, que ahora viven en Donostia. De la otra, Gloria Pedroarena, la mujer del único hijo que sobrevivió, dado que se encontraba trabajando cuando se produjo la matanza.
Nadie diría, a simple vista, que la sima es tan profunda. El agujero, que no medirá mucho más de un metro de ancho, está casi tapado por las raíces de un enorme árbol. La boca de la cueva se encuentra ahora vallada con espino de tan oculta que está. En vertical, las dimensiones de Legarrea sí que impresionan. Es una chimenea de unos cincuenta metros, el equivalente a un edificio de veinte plantas.
Ayer, esos alambres de espino se cubrieron de banderas de Nafarroa, de ikurriñas, de banderas lilas feministas y de referencias a “La Sima”, el trabajo de Joxemari Esparza, en el que indaga lo sucedido. La ceremonia fue sentida y sencilla. Bastó con echar mano de un micrófono para amplificar la voz y colocar sillas para familiares y las personas de más edad. Pese a la sobriedad, hubo bertsos, se cantó una jota y dos mozas bailaron un aurresku ante el pozo. Además, la ceremonia terminó con los congregados cantando “Txoriak txori” y “Agur Jaunak”.
Unos a pie y la gran mayoría en coche, por lo empinado de las cuestas, cerca de un centenar de personas ascendió a la sima desde Legasa y desde Gaztelu. Quienes se acercaron desde este pueblo, del que era natural Juana Josefa, pudieron ver las ruinas de la choza del monte en la que malvivió con sus seis hijos hasta ser arrojados al agujero.
Un hueco en el cementerio
La historia de la familia Sagardia-Goñi es una de las más oscuras que se dieron bajo el amparo del terror de la guerra. Estando su marido y el hijo mayor fuera, Juana Josefa (embarazada) y sus hijos fueron expulsados del pueblo primero y lanzados al pozo después. Además de la atrocidad de los detalles, la particularidad del caso reside en su parentesco con el general franquista Sagardia (famoso por sus carnicerías en Catalunya), ya que el poderoso pariente presionó para que se investigara el horrendo crimen. Pero lejos de arrojar luz, las investigaciones policiales abundaron en lo irracional del crimen. No había política detrás, sino que las peores acusaciones que pesaban contra Juana Josefa era el robo de algún pollo o, simplemente, ser guapa.
La asociación memorialista Amapola del Camino se encargó de la organización del homenaje, que arrancó con ofrendas florales. En el aparatado institucional, hubo parlamentarios de EH Bildu (Dabid Anaut) y Geroa Bai (Virgina Alemán). La consejera María José Beaumont excusó su ausencia y envió a su secretaria con dos cartas. Una fue entregada a los familiares en recuerdo de la madre y los seis niños (Joaquín, Antonio, Pedro, Julián, Martina, José y Asunción). La otra misiva se entregó al Ayuntamiento de Gaztelu prometiéndole su colaboración.
Una emocionada alcaldesa de Gaztelu subió hasta Legarrea con un ramo de flores. Allí, Maite Urroz prometió que su pueblo hará todo cuanto esté en su mano para que se recupere la dignidad de la familia Sagardia. De hecho, Gaztelu tiene reservado un hueco en el cementerio para que, si los familiares quieren, se lleven allí los restos.
También intervino en el acto de memoria la periodista Zaloa Basabe, quien aseguró que Juana Josefa pagó con su vida el ser diferente y mujer, por lo que la reivindicó como un referente del feminismo.
Iñaki Egaña, de Euskal Memoria, entroncó el homenaje dentro del día de las Desapariciones Forzosas que promueve la ONU. Egaña recordó que en Euskal Herria hay más de 12.000 casos, más que en cualquier otro país. «Hay que trabajar para que las siguientes generaciones reciban un mundo mejor y una memoria recuperada es un elemento importante de ese mundo», aseguró el historiador.
Particularmente emotiva fue la intervención de Esparza, autor del libro que ahonda en lo sucedido. Según explicó, de todas las hipótesis sobre el motivo final del crimen, él se queda con que Juana Josefa pudo ser «la última sorgina». Y, emulando un ensalmo, denunció que fue «maldita entre todas las mujeres». Esparza insistió en que no se trata de buscar culpables, sino que «solo la verdad puede restañar las heridas».
Con el acto ya finalizado, decidió tomar la palabra una sobrina de Juana Josefa, que dijo a todos que les agradecerá «toda la vida» lo que hicieron ayer.
Gara, 31/o8/2015
Peio J. Monteano. En los últimos años historiadores y arqueólogos vamos completando nuestro conocimiento de los hechos que llevaron a la toma del castillo de Amaiur el 19 de julio de 1522 tras la heroica resistencia de un puñado de navarros legitimistas. Unos hechos que, desde muy antiguo, han sido uno de los hitos de la historiografía nacional navarra, pero que aún hoy están rodeados de inexactitudes históricas que sustentan apasionadas interpretaciones, más ancladas en la política actual que en la Navarra del siglo XVI. Desde un lado, se resisten a admitir que la unión a España fue impuesta por las armas. Desde el otro, que en ese proceso se imbrica, junto a una guerra internacional entre España y Francia, una fractura entre los propios navarros.
El error de Esarte
Uno de los aspectos que más postillas levanta es, sin duda, el que en la toma de Amaiur hubiera muchos más navarros entre los atacantes que entre los defensores. Esarte pone en duda, no sólo que los navarros estuvieran divididos en dos parcialidades -agramonteses y beamonteses- sino la colaboración de tropas navarras en la toma del castillo. Para ello se basa en un documento que relaciona unidades castellanas que suman más de seis mil soldados. La lista consta por partida doble en el Archivo Real y General de Navarra (AGN) y en el de Simancas, pero en ambos casos no tiene fecha. Idoate, muy prudente, se curó de datarlo “circa 1522”, pero Esarte, aunque no justifica por qué, lo convierte en el recuento del ejército que atacó Amaiur en julio de ese año y en la prueba palpable de que en él no hubo tropas navarras.
Tengo que decir que, una vez más, Esarte se equivoca. La documentación del AGN y de Simancas, en especial los registros de cuentas, las nóminas de soldados y las libranzas de pago (que pueden consultarse en Internet y que sí cuentan con fecha) prueban que, sin lugar a dudas, esa relación es casi un año anterior a la toma del castillo. En realidad corresponde al pago de las tropas que estuvieron en Navarra entre septiembre y noviembre de 1521 para oponerse a la contraofensiva franco-navarra que pretendía recuperar Pamplona. El hecho de que esa relación incluya los casi dos mil hombres de las milicias municipales castellanas (licenciadas en noviembre de 1521 y que no participaron en la toma de Amaiur) es ya un indicio que debió haber alertado a Esarte de su error.
Navarros beamonteses, navarros agramonteses
Tampoco hay dudas sobre la considerable participación de tropas navarras en la ofensiva que culminó con la toma de Amaiur. La misma correspondencia capturada a sus defensores tras la rendición, las llamadas cartas de Maya, así lo atestigua. En concreto, la carta con la que el 11 de julio de 1522 el notario Agerre, de Etxalar, informaba a los legitimistas de la llegada del ejército sitiador evita que tengamos que elucubrar sobre este tema. Esta carta puede consultarse también en Internet. Así, describiendo el ejército que se le echaban encima a Velaz de Medrano asegura: “Y tienen gran fama de gente, pero es lo cierto que no hay sino bien pocos castellanos, sino lo que en Navarra los beamonteses han podido coger. Es verdad que en todo el reino hay mandamientos del Gobernador para levantar gente, pero no puede sacar de los agramonteses sino algunos por fuerza en la Cuenca de Pamplona”. Es decir, a pesar de que se dice que el virrey español viene con un gran ejército, lo cierto es que vienen muy pocos castellanos. La mayoría son tropas reclutadas por los nobles de la parcialidad del conde de Lerín y algunos agramonteses obligados a participar en la ofensiva. Y por documentación recientemente aparecida en el AGN, conocemos con todo detalle este reclutamiento.
La evaluación concreta de las tropas castellanas nos las da el propio virrey en una carta conservada en Simancas. Al pedir a Carlos V que le envíe dinero para pagar a su ejército, lo cifra con precisión: 1.500 soldados de infantería, 400 hombres de armas (caballería pesada) y 200 jinetes (caballería ligera). Y respecto a las tropas navarras añade que tampoco puede pagarlas: “Y de la otra gente de la tierra no hay de qué hacer dinero”. Habían sido reclutadas siguiendo el tradicional sistema foral y debían ser pagadas a partir del tercer día. Por todo ello, conocemos con precisión los contingentes navarros incorporados progresivamente desde el 5 de julio. De millar de soldados aportados por la merindad de Pamplona destacan los de algunas cendeas de la Cuenca (148 soldados), Larraun-Araitz-Leitzaran (138) y Sakana (108). De la de Sangüesa acudieron otro millar, destacando las milicias de Roncal (250), Longida-Aoiz (185) y Sangüesa (177) Estella y Olite aportaron contingentes mucho más pequeños y Tudela apenas 23 escuderos. Según la contabilidad castellana, se libraron a los capitanes navarros casi 700.000 maravedíes, lo que permite cifrar el contingente en 2.300-2.500 soldados. Es más, gracias a los poderes notariales que los milicianos otorgaron para gestionar su cobro, sabemos los nombres y apellidos concretos de los casi 700 que integraron las milicias de Roncal, Leitzarán, Valdizarbe y Sakana.
Los historiadores no podemos tomarnos las licencias que utilizan los escritores de novela histórica a la hora de moldear su obra. Debemos ser muy rigurosos en la crítica y tratamiento de toda la documentación disponible. Y en cuanto a las interpretaciones, siempre respetables, debemos cuidarnos de caer en relatos de buenos y malos, y de cometer la injusticia de juzgar a la gente sacándola del tiempo que le tocó vivir.