1521. Mayo. Nabarra. Resurrección
Nabarra se rindió pero resistió, encabezadas las acciones militares por sus reyes legítimos, Catalina y su consorte Juan, hasta finales de 1512, pero perdió. Volvió a levantarse en 1516 desde su frontera norte a la sur, de oriente a occidente, y otra vez fue vencida. En 1521 un capitán, Asarrots, André de Foix, a las órdenes del rey de Nabarra, Enrique, dirigió un levantamiento nabarro, concurriendo con varias revoluciones.
En Castilla los comuneros reclamaban, entre otras cosas, menos inquisición y más comercio, que ojalá hubiera sido atendido para el bien público, las germanías, en idioma valenciano hermanos, en Valencia y Mallorca, con sus matices de lucha contra los privilegios de la nobleza, la publicación de las 95 tesis de Lutero en Nuremberg, propugnando un regreso a las doctrinas originales de la Iglesia, resultaban una profunda convulsión social y política. En contraste, resulta Carlos, nieto de Fernando, que acapara por herencia la titularidad de rey o emperador de media Europa, concurriendo con el descubrimiento y conquista de América.
Se reforzó, y no era caso nuevo, el uso de la fuerza mediante la primacía militar, la ganancia conquistadora, la derrota del enemigo mediante la espada, la cruz y el cañón, recurriendo con sagacidad a la palabra. Las bulas del papa Julio II, declarando herejes a los reyes y al pueblo de Nabarra, indicaban que era preceptivo el acto de invasión. Se podía arrasar y matar a un pueblo para salvar su alma inmortal. Pienso con tristeza que se retrasó en siglos el derrotero democrático de Europa. El sufrimiento de la Humanidad.
La revuelta nabarra de mayo del 21 empezó con buen pie. El alcalde de Iruña, facción beamontesa, negocia su rendición en Atarrabia. Lo único que permaneció fiel a los conquistadores fue el castillo de Santiago. El virrey Herrera, que huyó y luego regresó, trajo posibles para asalariar a sus hombres que lo reclamaban, e hicieron caso a su arenga de mantener la defensa del castillo, asegurando que vendrían refuerzos beamonteses y castellanas. Dio orden de bombardear a edificios civiles aledaños a la plaza.
Iñigo López de Loiola, gipuzkoano del bando oñazino, manteniéndose leal a Castilla, de la que era soldado, dirigió la operación del castillo de Santiago hasta que una bala de cañón agramontesa atravesó el arco de sus piernas, hiriéndole una, rompiéndole la otra. Cayó el hombre al suelo, en medio del reguero de su sangre bañándole el cuerpo, con los ojos cerrados por el dolor pero sin proferir queja alguna, que acerado era su ánimo.
Los hermanos Jaso Azpilikueta, Miguel y Juan, estuvieron en su rendición y cuidaron de su extradición de Nabarra. Dejaron partir al gipuzkoano tendido en una parihuela, con sus hombres malheridos, recuperado el castillo. No hubo represalia, actitud benevolente que no era usual en aquella época ni en aquella guerra.
Un resplandeciente Asparrots enseñoreó la entrada jubilosa en Iruña, más popular y animosa que la realizada al duque de Alba con su alarde de trompetas el día de la invasión del 12. Por el portal de San Lorenzo entró bizarro el ejército nabarro con sus cooperantes gascones y franceses, en formación, 150 hombres a caballo luciendo cascos y pecheras de metal brillante, 900 infantes con sus lanzas tocados con bonetes de plumas de águila real, la arrano beltza de Nabarra.
Los vítores de alegría resonaron en el ámbito de la ciudad vieja como en los tiempos primordiales europeos. Reducto de hombres y mujeres que no luchaban por apoderarse de otro territorio sino para mantener el suyo.
Recuperado su reino, la victoria se celebraba con bailes y cantos, con el sonido estridente del txistu y el grave del tamboril. Bajo las bóvedas de las iglesias fortificadas. De los olmos de los parques. Sobre los pétalos de las violetas y lilas silvestres en este final de primavera excepcional de aquel mayo del 21.
Mantenían los baskones un regocijo semejante a la víspera de San Fermín, donde el espíritu permanece expectante por lo que sucederá en su enfrentamiento al animal poderoso, símbolo de poder y resurrección. Ese momentico de emoción, nervio y coraje que despejaba los ánimos de los ciudadanos del restaurado reino de Nabarra.
Fueron también días de deliberaciones, acciones y reacciones fulminantes, de apretados acontecimientos y decisiones equivocadas. Asparrots, dando por hecho el éxito de la reconquista, sin asentarla, partió a conquistar Logroño, que fue Nabarra.
La luna llena iluminaba el cielo de Nabarra, grande y plateada como no vista en nueve años. El pendón rojo y azul de Labrit ondeaba en Ablitas, Cascante, Donibana Garatzi, Lizarra, Lumbier, Tafalla, Tudela, Zangotza. En toda la espléndida geografía del viejo reino.
Arantza Ametzaga